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La estafa más grande de la historia ocurrió en Poyais

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y escritor
luisalbertoperozopadua@gmail.com
TW/IG @LuisPerozoPadua

No solo recibió US$287.000 directamente, sino que los bonos de Poyais llegaron a valer US$1,87 millones, es decir US$3.600 millones de hoy


Sobre la blan­ca are­na, frente a una playa, yacía un sin­número de cuer­pos iner­mes, algunos eran arrastra­dos por las olas en un ir y venir. Los sobre­vivientes, ape­nas podían res­pi­rar. La dan­tesca ima­gen sum­a­ba 180 cuer­pos, entre hom­bres, mujeres y niños. Solo una ter­cera parte de los que lle­garon a aque­l­la zona des­o­la­da, fueron rescata­dos por un bar­co que pasa­ba por allí y lle­va­dos a Belice.

En octubre de 1822, sir Gre­gor Mac­Gre­gor, ofre­ció entre­vis­tas a diar­ios de la Gran Bre­taña y pub­licó dece­nas de atrac­tivos anun­cios sobre el reino de Poy­ais en los per­iódi­cos de may­or cir­cu­lación de habla ingle­sa, lo que pro­du­jo gran sensación.

Éste es uno de los dibu­jos que Mac­Gre­gor fab­ricó de la supues­ta Poy­ais, un paraí­so sin igual

 

El prin­ci­pa­do de Poy­ais, era un lugar fab­u­loso. Situ­a­do en la cos­ta de la actu­al Hon­duras. Su tier­ra era tan fér­til que las planta­ciones de maíz pro­ducían tres cose­chas al año en vez de la cosecha úni­ca. El lucra­ti­vo taba­co crecía casi por sí solo. Abund­a­ba el pas­to para el gana­do. La caza y la pesca eran tan abun­dantes que, en una lig­era jor­na­da, un hom­bre podía procu­rar el ali­men­to sem­anal para toda su famil­ia, y más. Los ríos y arroyos que dis­cur­rían por zonas agrestes llev­a­ban con­si­go pepi­tas de oro. Había vetas de pla­ta esperan­do a los más intrépi­dos. La fru­ta des­bor­d­a­ba los árboles y los bosques rebosa­ban de ver­dor. Todo lo que Poy­ais nece­sita­ba para con­ver­tirse en un poderoso enclave del Caribe era nuevos inver­sores y colonos para sacar el máx­i­mo prove­cho de sus recur­sos y desar­rol­lar proyec­to de infraestruc­tura, se leyó en los diarios.

Pron­to la alta sociedad escoce­sa se prendió de la idea y más vinien­do de Sir Gre­gor Mac­Gre­gor que no solo era el hijo de un acau­dal­a­do ban­quero, sino tam­bién el príncipe de Poy­ais. Para los menos intere­sa­dos, recomendó un libro sobre las vir­tudes del lugar, con innu­mer­ables ilus­tra­ciones que demostra­ban aquel Edén sobre la Tier­ra, el cual esta­ba escrito por la mag­ní­fi­ca pluma de Thomas Strangeways.

Héroe de la Independencia 

Mac­Gre­gor era un rep­uta­do héroe de la Inde­pen­den­cia vene­zolana, cer­cano al Lib­er­ta­dor Simón Bolí­var. Vet­er­a­no del ejérci­to británi­co en las luchas con­tra Napoleón Bona­parte. Ingresó a la vida mil­i­tar con tan solo 16 años, esca­lan­do ráp­i­da­mente de ran­go, unos gana­dos en batal­la y otros com­pra­dos. Era orig­i­nario del pequeño pueblo escocés Stir­ling­shire, en donde había naci­do el 24 de diciem­bre de 1786.

 

 

 


Gre­gor Mac­Gre­gor pin­ta­do por Simon Jacques Rochard, en Lon­dres. Cir­ca 1825

 

 

 

 

 

 

 

Su paso pro­duc­ti­vo por Venezuela tuvo su géne­sis al cono­cer en Lon­dres al gen­er­al Fran­cis­co de Miran­da, líder de la revuelta vene­zolana y per­son­aje caris­máti­co. Le ofre­ció sus ser­vi­cios y tras vender sus perte­nen­cias, embar­có con des­ti­no a Améri­ca, lle­gan­do a Cara­cas horas después del impac­tante ter­re­mo­to que la des­o­lará en 1812.

Miran­da, impre­sion­a­do por la trayec­to­ria de Mac­Gre­gor, lo reclutó colocán­do­lo al man­do de un batal­lón de caballería que ganará la primera batal­la.  El escocés ase­guró igual­mente su posi­ción en las líneas patri­o­tas con­trayen­do segun­das nup­cias con Jose­fa Aris­tegui­eta, pri­ma de Bolí­var. Este enlace le val­ió el ascen­di­do a Gen­er­al de Brigada.

La rep­utación del escoses fue cre­cien­do con­forme se aven­tura­ba con sus tropas de caballería frente a los real­is­tas, quienes sum­a­ban más der­ro­tas que vic­to­rias, aumen­tan­do la esti­ma de Bolívar.

En la Batal­la de El Jun­cal, Mac­Gre­gor es recor­da­do cuan­do dirigién­dose al batal­lón de Hon­or, les increpó: «¡Sol­da­dos avan­zad a la bay­o­ne­ta! ¡Venced o morid!». Fue con­dec­o­ra­do con la Orden del Lib­er­ta­dor, por su den­oda­da actuación en batalla.

No obstante, una suce­sión de despropósi­tos acom­pañó las andan­zas pos­te­ri­ores de los tri­un­fos de este gen­er­al inglés, entre los que desta­ca­ba des­obe­di­en­cia a las órdenes supe­ri­ores, aban­dono de tropas en sitios toma­dos por los real­is­tas en Nue­va Grana­da, abro­gación de títu­los inex­is­tentes y toda una serie de traspiés que pro­du­jeron la ira del Libertador.

Car­ta de la Provin­cia de Tabas­co, Chi­a­pa, Ver­a­paz, Guatemala, Hon­duras y Yucatán, situ­adas en la Améri­ca merid­ion­al, Jacques Nico­las Bellin, 1792. La Cos­ta de los Mos­qui­tos aparece en el impor­tante mapa de Cen­troaméri­ca de Bellin, pub­li­ca­do a finales del siglo XVIII

El reino de Poyais

McGre­gor huyó de Colom­bia y se refugió con su famil­ia en Jamaica, en donde ráp­i­da­mente comen­zó a con­tra­ban­dear ron. Las autori­dades de aque­l­la región le pusieron pre­cio a su cabeza. El pro­pio Bolí­var, a quien ya habían lle­ga­do los informes sobre la cobardía y des­obe­di­en­cia de Mac­Gre­gor, lo pro­scribió y ordenó que, de retornar a Venezuela, lo ahor­casen sin juicio pre­vio “por traidor”.

El sueño de grandeza para el escocés no ter­mina­ba con el ostracis­mo al que lo había someti­do el Lib­er­ta­dor, por el con­trario, los ali­men­tó y juró con­ver­tirse en el reyezue­lo de algún ter­ri­to­rio, huyen­do de nue­vo a Cen­troaméri­ca, estable­cién­dose en la Cos­ta de los Mos­qui­tos, así lla­ma­da como ref­er­en­cia por la población local.

Con los recur­sos gana­dos y otros con­fis­ca­dos durante las luchas inde­pen­den­tis­tas de Venezuela y la Nue­va Grana­da, y tras el lucra­ti­vo com­er­cio ilíc­i­to de aguar­di­ente de caña, McGre­gor logró com­prar un inex­pugnable ter­ri­to­rio al que decidió bau­ti­zar como «Poy­ais» por el nom­bre de una tribu nati­va, los payas. Y retornó a su lar nati­vo para pre­sumir de su nue­va pos­esión y su nue­vo títu­lo: «cacique de Poy­ais», que en aque­l­la época era un títu­lo equiv­a­lente al de «príncipe», de ran­go inter­me­dio entre un gob­er­nador y un virrey.

La alta sociedad ingle­sa esta­ba deslum­bra­da por las descrip­ciones de Mac­Gre­gor sobre las bon­dades de Poy­ais, des­de el dis­eño de los uni­formes de su ejérci­to has­ta un sis­tema políti­co de tres cámaras enmar­ca­da en una con­sti­tu­ción rim­bom­bante. La bien plan­i­fi­ca­da cam­paña de McGre­gor sur­tió efec­tos y fue más fruc­tífera de los esperado.

No solo recibió US$287.000 direc­ta­mente, sino que los bonos por Poy­ais lle­garon a valer US$1,87 mil­lones, es decir US$3.600 mil­lones de hoy. Ráp­i­da­mente se pro­pu­so dis­eñar su propia mon­e­da en papel «los dólares de Poy­ais», impre­sos por el Ban­co de Escocia 

Además, con­ven­ció a otros ban­queros para que se unier­an a la ben­efi­ciosa sociedad, quienes con­trataron siete navíos llenos de colonos para que cruzaran el Atlán­ti­co y se establecier­an en el nue­vo prin­ci­pa­do de Poyais.

Así fue como en sep­tiem­bre de 1822 y en enero de 1823 los dos primeros navíos, el Hon­duras Pack­et y el Ken­ner­s­ley Cas­tle, partieron hacia la míti­ca tier­ra con 250 pasajeros a bordo.

El peri­odista español Joaquín Arma­da, asien­ta que los bar­cos con des­ti­no a Améri­ca esta­ban reple­tos de baúles en donde los colonos guard­a­ban los títu­los de tier­ra que el príncipe sir Gre­gor Mac­Gre­gor, ‑escocés como ellos‑, les había ven­di­do. “En sus bol­sil­los, los dólares de Poy­ais que él mis­mo le ha dado a cam­bio de sus libras ester­li­nas para que com­pren todo lo que pre­cisen cuan­do lleguen a este territorio”.

Escu­do y ban­dera de Poy­ais, el país imag­i­nario de MacGregor

Tras dos meses de trav­es­ía, el Kin­ner­s­ley Cas­tle atracó en la lagu­na de Black Riv­er, en aquel país de Poy­ais. Pero nadie los recibe. Tam­poco hay ras­tro de St. Joseph, la cap­i­tal con edi­fi­cios de esti­lo europeo. El desconcier­to aumen­ta cuan­do atóni­tos obser­van que unos 70 colonos descar­na­dos ‑que arrib­aron antes‑, deam­bu­lan en la playa con tra­jes hara­pi­en­tos roí­dos por el salitre.

En medio del atur­dimien­to caen en cuen­ta que los dólares que lle­van en sus baúles no tienen ningún val­or, que los cer­ti­fi­ca­dos de la tier­ra com­pra­dos como jugosa inver­sión son sim­ples pape­les empa­pa­dos, y que Poy­ais es un ter­ri­to­rio infes­ta­do de mos­qui­tos que trans­miten malar­ia y fiebre amar­il­la; y que aquel libro ilus­tra­ti­vo que narra­ba las fab­u­losas vir­tudes de Poy­ais, fue urdi­do por Mac­Gre­gor. De esta man­era pere­cerán 180 colonos, víc­ti­mas de la estafa más grande de la historia.

Gre­gor Mac­Gre­gor no era sir, ni tam­poco había sido nom­bra­do cacique de Poy­ais en 1820 por el rey Jorge Fed­eri­co en una cer­e­mo­nia en la ciu­dad de St. Joseph. Aque­l­la playa no era más que un ter­reno baldío.

Volvió a su audaz andanza 

Mac­Gre­gor huyó a Fran­cia y poco después de fun­dar su nue­vo hog­ar, no perdió tiem­po en ini­ciar su audaz car­rera de timador, y al poco tiem­po ya tenía un numeroso grupo de nuevos inver­sion­istas dis­puestos a col­o­nizar Poyais.

No obstante, la gran can­ti­dad de solic­i­tudes de pas­aportes para un país al cual nadie había escucha­do hablar, aler­taron a las autori­dades. Des­cubrieron inmedi­ata­mente el fraude y arrestaron al autor. Cumpl­i­da la con­de­na, Mac­Gre­gor regresó a Edim­bur­go de donde huyó tras ame­nazas de muerte por su estafa.

El 4 de mayo de 1838 fal­l­e­cerá su esposa en Burgh­muir­head, cer­ca de Edim­bur­go. Ya en la ruina, Mac­Gre­gor zarpa a Venezuela para inten­tar una últi­ma apues­ta que le procu­rará recur­sos para vivir sus postrimerías.

Jose­fa Aris­tegui­eta de Mac­Gre­gor, esposa del gen­er­al Mac­Gre­gor, apo­da­do como “el impos­tor”. Obra de Charles Lees, 1821.

Al insta­larse en Cara­cas, solic­itó la ciu­dadanía vene­zolana y con la car­ta rubri­ca­da de Bolí­var donde lo ascendía a Gen­er­al de División, exigió la resti­tu­ción de su ran­go del Ejérci­to Lib­er­ta­dor, man­io­bra apoy­a­da por el pres­i­dente José Anto­nio Páez y su ami­go Rafael Urdane­ta, que para entonces era el tit­u­lar del Min­is­te­rio de Defensa.

No hubo reclamo alguno sobre su cues­tion­a­da par­tic­i­pación en la con­tien­da inde­pen­den­tista, pues la nue­va nación nece­sita­ba de héroes y epopeyas como icono.

En 1839 Gre­gor Mac­Gre­gor se con­vertía en ciu­dadano de Venezuela y rein­te­gra­do su ran­go de gen­er­al por el Con­gre­so Nacional, le otor­ga­ba el dere­cho a una sat­is­fac­to­ria pensión.

Uno de sus apól­o­gos afir­ma: «Pese a estar enter­ra­do en el Pan­teón Nacional, hoy ape­nas se le recuer­da. Aven­tu­raré un moti­vo para el olvi­do: Mac­Gre­gor no solo era un mae­stro masón con gra­dos recolec­ta­dos de Glas­gow a Lon­dres y un guer­rero capaz de der­ro­tar a cuan­to batal­lón español se le pusiera en frente; Mac­Gre­gor era, además, un arries­ga­do, per­se­ver­ante e inge­nioso impostor».

Murió el 4 de diciem­bre de 1845, casi ciego. Su funer­al, cel­e­bra­do con todos los hon­ores en la Cat­e­dral de Cara­cas, fue pro­pio de un héroe y un hom­bre de Esta­do. Escoltan­do su ataúd des­fi­laron el pres­i­dente Car­los Sou­blette, su cuer­po min­is­te­r­i­al y el alto man­do del Ejérci­to. Hoy, el país imag­i­nario de Poy­ais con­tinúa sien­do un exten­so pre­dio de sel­va indómita.


Fuente: El hom­bre que engañó a cien­tos de esco­ce­ses para col­o­nizar un rincón des­o­la­do de Hon­duras. Maria Kon­niko­va. BBC Future. Febrero de 2016.
El fab­u­loso reino de Poy­ais: ven­ga a morir a la Cos­ta de los Mos­qui­tos. E. J. Rodríguez. Revista Jot­down. Octubre de 2018
Gre­gor Mac­Gre­gor, el timador que se inven­tó un país. Joaquín Arma­da La Van­guardia 12/06/2019

CorreodeLara

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