Crónicas

La Toma de Puerto Cabello, entre la historia y la leyenda

José Alfredo Sabatino Pizzolante
Individuo de Número  y vicepresidente 
de la Academia de Historia del estado Carabobo

Con ocasión del 198º Aniver­sario de la impor­tante efeméride


Un hecho con fre­cuen­cia soslaya­do es que Puer­to Cabel­lo, a lo largo de la guer­ra inde­pen­den­tista, per­maneció en manos de los real­is­tas. En efec­to, en junio de 1812 el entonces coro­nel Simón Bolí­var a quien le había sido con­fi­a­do el con­trol de la plaza, enfrenta momen­tos aci­a­gos cuan­do la pierde como con­se­cuen­cia del alza­mien­to del coman­dante de la for­t­aleza de San Felipe, el ofi­cial Fran­cis­co Fer­nán­dez Vinoni. Ape­nas dos meses antes Bolí­var pre­senta­ba sus cre­den­ciales como Jefe Políti­co y Mil­i­tar ante el cabil­do porteño, com­puesto por Manuel de Ayala, José Domin­go Gonell, Car­los de Areste y Reina, José de Lan­da, Simón Luyan­do, Rafael Martínez y José Nicolás Olivero.

La ciu­dad amu­ral­la­da en pin­tu­ra de Pedro Castil­lo, quien hacia 1829 recreó para el Gral. Páez el asalto a la plaza fuerte

Las cir­cun­stan­cias imper­antes por aque­l­los tiem­pos eran ver­dadera­mente críti­cas, por el ase­dio de los real­is­tas y la fal­ta de pro­vi­siones den­tro de la plaza, tal y como se advierte del acta lev­an­ta­da durante la sesión del Cabil­do fecha­da a 29 de junio de 1812, el mis­mo día en que se pro­duce la fatídi­ca pér­di­da de la plaza: 

“… y estando así jun­tos [Bolí­var y autori­dades munic­i­pales] como igual­mente un cre­ci­do número de veci­nos que con­cur­rieron el acto con moti­vo de haberse con­vo­ca­do al pueblo por carte­les fija­dos en puestos públi­cos, el ciu­dadanos Coman­dante Políti­co y Mil­i­tar de la plaza hizo saber el con­cur­so: que el obje­to de esta con­vo­ca­to­ria era para que ten­er cor­ta­da los ene­mi­gos la comu­ni­cación ante­ri­or y ser pocas las pro­vi­siones marí­ti­mas, ha toma­do la pru­dente prov­i­den­cia de reti­rar las mujeres, ancianos, niñas e inváli­dos como inútiles para la guer­ra, con el fin de que sea menos el con­sumo de los man­ten­imien­tos en la pre­sente cri­sis, porque con­tin­uan­do y exce­di­en­do la mis­ma escasez, deben temerse sus fatales con­se­cuen­cias, nada favor­able a la patria y aun trascen­den­tales a la con­fed­eración, no obstante el entu­si­as­mo de los habi­tantes y de hal­larnos en una plaza fuerte seria ven­ta­josa al ene­mi­go si lograse rendirla, por nues­tra des­gra­cia; que les hacía pre­sente lo referi­do para que reflex­ionasen, dis­cutiesen y pro­pusiesen las pro­vi­siones de víveres nece­sarias, a pre­caver o de lle­varse a efec­to la emi­gración de las per­sonas de que se ha hecho mer­i­to, sin escasear­le sobre tan impor­tante mate­ria cuan­tas medi­das se le ocur­riesen dig­nas de aten­ción al remedio”. 

Simón Bolí­var. Por M.N. Bate. Museo Contemporáneo

Se acor­daría durante aque­l­la reunión la recolec­ción de todos los fru­tos que se hal­laren den­tro de la juris­dic­ción y almacenes del com­er­cio para orga­ni­zar su expen­dio de mejor man­era; la recolec­ción del gana­do vac­uno, lanar, cabrío y de cer­do para con­tro­lar su ven­ta; la inspec­ción de las exis­ten­cias en las bode­gas y pulperías y, final­mente, la reg­u­lación y con­trol sobre la ven­ta del pan.

La sesión final­izó abrup­ta­mente, pues como lo refe­r­i­mos, ese mis­mo día se pro­duce el lev­an­tamien­to de la for­t­aleza, ausente Bolí­var de aquél­la por estar pre­si­di­en­do la reunión del cabil­do, even­to que indud­able­mente ten­drán peso deter­mi­nante en la pér­di­da de la Primera Repúbli­ca, de allí las céle­bres pal­abras del gen­er­al Fran­cis­co de Miran­da al cono­cer la noti­cia: “Venezuela está heri­da en el corazón”El 6 de julio, el joven coro­nel Bolí­var y sus hom­bres aban­do­nan la plaza a través del puer­to de Bor­bu­ra­ta, quedan­do Puer­to Cabel­lo a merced de los españoles por poco más de una déca­da, mostrán­dose como una plaza fuerte inex­pugnable, al menos has­ta 1823. 

En el año de 1866 el Con­ce­jo Munic­i­pal del Dis­tri­to inau­guró el Mer­ca­do Públi­co de Puer­to Cabel­lo en el área com­pren­di­da entre las calles Bolí­var, Plaza, Inde­pen­den­cia y Mercado

La guer­ra toma un giro deci­si­vo el 24 de junio de 1821, tras la vic­to­ria en Carabobo. El gen­er­al Latorre se refu­gia en Puer­to Cabel­lo con su mer­ma­do ejérci­to, al amparo de la ciu­dad amu­ral­la­da. Los real­is­tas todavía con­ser­van dos bas­tiones estratégi­cos: Mara­cai­bo y Puer­to Cabel­lo, de allí que se esta­ba lejos de ten­er el con­trol total del ter­ri­to­rio nacional. El 24 de julio de 1823, los patri­o­tas propinan der­ro­ta a la flota españo­la en la Batal­la del Lago, obligan­do al gen­er­al Morales, a capit­u­lar y en carác­ter de Capitán Gen­er­al de la Cos­ta Firme entre­gar Mara­cai­bo y el Castil­lo de San Car­los, embar­cán­dose para La Habana. Quedará tan solo Puer­to Cabel­lo –el últi­mo bastión de Castil­la, como lo denom­i­nará el recor­da­do cro­nista don Miguel Elías Dao- en manos realistas.

Resulta­ba imper­a­ti­vo, entonces, la expul­sión de los españoles de este últi­mo reduc­to, cuyo coman­dante aho­ra era el gen­er­al Sebastián de la Calza­da, tarea en la que el gen­er­al Páez, héroe defin­i­ti­vo de Carabobo, pone todo su empeño a par­tir de mayo de 1822, al sitiar a la ciu­dad, opera­ciones que se ini­cian con la toma de El Vigía, Bor­bu­ra­ta y el arra­bal o pueblo exte­ri­or. Los real­is­tas, sin embar­go, se encon­tra­ban a buen res­guar­do en la ciu­dad amu­ral­la­da y la for­t­aleza de San Felipe, ya que como en el pasa­do el sis­tema for­ti­fi­ca­do idea­do por los hom­bres de la Com­pañía Guipuz­coana, prob­a­ba ser por demás efectivo.

Habría que recor­dar, por otra parte, que Puer­to Cabel­lo esta­ba divi­di­da en dos por­ciones: Puente afuera o el arra­bal, que cor­re­spondía al pueblo exte­ri­or; y Puente aden­tro o la ciu­dad amu­ral­la­da, sep­a­ra­da de la primera por un canal unido a través de un puente. Des­de el pun­to de vista defen­si­vo, de cara al arra­bal se encon­tra­ba el sec­tor de La Esta­ca­da, flan­queadas por los balu­artes El Príncipe al Este y La Prince­sa al Oeste, sirvien­do a la defen­sa por el lado Sur; mien­tras que al extremo opuesto El Cori­to y la batería La Con­sti­tu­ción com­pleta­ban los pun­tos artillados. 

Res­guard­a­ban la plaza fuerte, el Castil­lo San Felipe y el mirador de Solano; gran parte del extremo Este de la plaza, se encon­tra­ba rodea­d­os de manglares y ter­renos fan­gosos. A medi­da que tran­scur­ren los meses los siti­adores van ganan­do ter­reno sobre el ene­mi­go; a prin­ci­p­ios del mes de octubre, los patri­o­tas logran la cap­tura de la batería de El Trincherón a oril­las del manglar, toman con­trol de la boca del río San Este­ban y así el sum­in­istro de pro­vi­siones y agua potable, y con­struyen baterías en Los Cocos que le per­mite eje­cu­tar fuego pesa­do sobre los muros de la ciu­dad, todos ele­men­tos que van dibu­jan­do el desen­lace final.

Camino de Carabobo emble­ma del Par­que Nacional San Este­ban río. Foto: Boede EO 2012

El gen­er­al Páez debe acel­er­ar la toma de la ciu­dadela, pues noti­cias lle­gadas des­de Curazao y San Thomas, anun­cian una expe­di­ción coman­da­da por Labor­de, con­stante de 2.500 hom­bres y 10 buques de guer­ra, próx­i­ma a salir des­de la Habana. Por­menores de la mem­o­rable acción mil­i­tar que ten­drá lugar en la madru­ga­da del 7 de noviem­bre de 1823, la refiere el gen­er­al Páez en su Auto­bi­ografía (Tomo I), por lo que nos per­miti­mos tran­scribir­lo en extenso:

“El hecho que voy a referir me hizo con­ce­bir esper­an­zas de tomar la plaza por asalto. Fue, pues, el caso que dán­doseme cuen­ta de que se veían todas las mañanas huel­las humanas en la playa, camino de Bor­bu­ra­ta, apos­té gente y logré que sor­prendiesen a un negro que a favor de la noche vade­a­ba aquel ter­reno cubier­to por las aguas. Infor­móme dicho negro de que se llam­a­ba Julián, que era escla­vo de Don Jac­in­to Iztue­ta, y que solía salir de la plaza a obser­var nue­stros puestos por orden de los siti­a­dos. Dile lib­er­tad para volver a la plaza, le hice algunos rega­los encar­gán­dole nada dijese de lo que le había ocur­ri­do aque­l­la noche, y que no se le impediría nun­ca la sal­i­da de la plaza con tal de que prometiera que siem­pre ven­dría a pre­sen­társeme. Después de ir y volver muchas veces a la plaza, logré al fin atraerme el negro a mi devo­ción, que se quedara entre nosotros, y al fin se com­pro­metiera a enseñarme los pun­tos vade­ables del manglar, por los cuales solía hac­er sus excur­siones noc­tur­nas. Mandé a tres ofi­ciales ‑el Capitán Marce­lo Gómez, y los tenientes de Anzoátegui, Juan Albor­noz y José Hernán­dez- que le acom­pañasen una noche, y éstos volvieron a las dos horas dán­dome cuen­ta de que se habían acer­ca­do has­ta tier­ras sin haber nun­ca per­di­do pie en el agua./ Después de haber prop­uesto a Calza­da por dos veces entrar en un con­ve­nio para evi­tar  más der­ra­mamien­to de san­gre, le envié al fin inti­mación de rendir la plaza, dán­dole el tér­mi­no de vein­tic­u­a­tro horas para decidirse, y ame­nazán­dole en caso de neg­a­ti­va con tomar­la a viva fuerza y pasar la guar­ni­ción a cuchil­lo. / A las veinte y cua­tro horas me con­testó que aquel pun­to esta­ba defen­di­do por sol­da­dos viejos que sabían cumplir con su deber, y que en el últi­mo caso esta­ban resuel­tos a seguir los glo­riosos ejem­p­los de Segun­to y Numan­cia; mas que si la for­tu­na me hacía pen­e­trar en aque­l­los muros, se suje­tarían a mi decre­to, aunque esper­a­ba que yo no quer­ría man­char el bril­lo de mi espa­da con un hecho dig­no de los tiem­pos de bar­barie. Cuan­do el par­la­men­to sal­ió de la plaza, la tropa for­ma­da en los muros nos desafi­a­ba con gran algazara a que fuése­mos a pasar­la a cuchil­lo. / Me resolví, pues, a entrar en la plaza por la parte del manglar, y para que el ene­mi­go no crey­era que íbamos a lle­var muy pron­to a efec­to la ame­naza que habíamos hecho a Calza­da, puse quinien­tos hom­bres durante la noche a con­stru­ir zan­jas, y tor­cí el cur­so del rio para que creye­sen los siti­a­dos que yo pens­a­ba úni­ca­mente en estrechar más el sitio y no en asaltar por entonces los muros de la plaza. / En esta ocasión escapé mila­grosa­mente con la vida, pues estando aque­l­la mañana muy tem­pra­no inspec­cio­nan­do la obra, una bala de cañón dio con tal fuerza en el mon­tón de are­na sobre el cual esta­ba de pie, que me lanzó al foso con gran vio­len­cia, pero sin la menor lesión cor­po­ral. / Final­mente, casi seguro de que el ene­mi­go no sospech­a­ba que me disponía al asalto, por el día dis­puse que todas nues­tras piezas des­de las cin­co de la mañana rompier­an el fuego y no cesaran has­ta que yo no les envi­ase con­tra­or­den. / Era mi áni­mo lla­mar la aten­ción del ene­mi­go al frente y fati­gar­lo para que aque­l­la noche lo encon­tráse­mos desapercibido y ren­di­do de can­san­cio. Reuní, pues, mis tropas y ordené que se desnudasen quedan­do sólo con sus armas. / A las diez de dicha noche, 7 de Noviem­bre, se movieron de la Alca­bala 400 hom­bres del Batal­lón Anzoátegui y 100 lanceros, a las órdenes del May­or Manuel Cala y del teniente coro­nel José Andrés Elorza, para dar el asalto en el sigu­iente orden: / El teniente coro­nel Fran­cis­co Far­fán debía apoder­arse de las baterías Prince­sa y Príncipe con dos com­pañías a las órdenes del capitán Fran­cis­co Domínguez y cin­cuen­ta lanceros que, con el capitán Pedro Rojas a la cabeza, debían al oír el primer fuego car­gar pre­cip­i­tada­mente sobre las corti­nas y balu­artes, sin dar tiem­po al ene­mi­go a sacar piezas de baterías para rec­haz­ar con ellas el asalto. / Una com­pañía al man­do del capitán Lau­re­ano López y veinte y cin­co lanceros, a las órdenes del capitán Joaquín Pérez con su com­pañía apoder­arse de la batería del Cori­to. El capitán Gabriel Gue­vara con otra com­pañía atacaría la batería Con­sti­tu­ción. El teniente coro­nel José de Lima con veinte y cin­co lanceros ocu­paría la puer­ta de la Esta­ca­da que era el pun­to por donde podía entrar en la plaza la fuerza que cubría la línea exte­ri­or. Forma­ba la reser­va con el may­or Cala la com­pañía de cazadores del capitán Valen­tín Reyes. 

Gen­er­al José Anto­nio Paez. 159 Calla Flori­da. Buenos Aires

Las lan­chas que yo tenía apos­tadas en Bor­bu­ra­ta debían aparentar un ataque al muelle de la plaza. / No fal­tará quien con­sidere esta arries­ga­da operación como una temeri­dad; pero debe ten­erse en cuen­ta que en la guer­ra la temeri­dad deja de ser impru­dente cuan­do la certeza de que el ene­mi­go esta desapercibido para un golpe ines­per­a­do, nos ase­gu­ra el buen éxi­to de una operación, por arries­ga­da que sea. / Cua­tro horas estu­vi­mos cruzan­do el manglar con el agua has­ta el pecho y cam­i­nan­do sobre un ter­reno muy fan­goso, sin ser vis­tos a favor de la noche, y pasamos tan cer­ca de la batería de la Prince­sa que oíamos a los cen­tinelas admi­rarse de la gran acu­mu­lación y movimien­to de “peces” que aque­l­la noche man­tenían las aguas tan agi­tadas. Pasamos tam­bién muy cer­ca de la proa de la cor­be­ta de guer­ra Bailen, y logramos no ser vis­tos por las lan­chas españo­las des­ti­nadas a ron­dar la bahía. / Dióse pues el asalto, y como era de esper­ar, tuvo el mejor éxi­to: defendióse el ene­mi­go con deses­peración has­ta que vio era inútil toda resisten­cia, pues tenían que luchar cuer­po a cuer­po, y las medi­das que yo había toma­do, les quita­ban toda esper­an­za de reti­ra­da al castil­lo. / Ocu­pa­da la plaza, la línea exte­ri­or que había sido ata­ca­da por una com­pañía del batal­lón de granaderos que deje allí para engañar al ene­mi­go, tuvo que rendirse a dis­cre­ción. / Al amanecer se me pre­sen­taron dos sac­er­dotes dicién­dome que el gen­er­al Calza­da, refu­gia­do en una igle­sia, quería rendirse per­sonal­mente a mí, y yo inmedi­ata­mente pasé a ver­lo. Felic­itóme por haber puesto sel­lo a mis glo­rias (tales fueron sus pal­abras) con tan arries­ga­da operación, y ter­minó entregán­dome su espa­da. Dile las gra­cias, y tomán­dole famil­iar­mente del bra­zo, fuimos jun­tos a tomar café a la casa que él había ocu­pa­do durante el sitio. / Estando yo en la parte de la plaza que mira al castil­lo, y mien­tras un trompe­ta toca­ba par­la­men­to, dis­paró aque­l­los cua­tro cañon­a­zos con metral­la, matán­dome un sar­gen­to; pero luego que dis­tin­guieron el toque que anun­cia­ba par­la­men­to, izaron ban­dera blan­ca y sus­pendieron el fuego. A poco oí una espan­tosa det­onación, y volvien­do la vista a donde se alz­a­ba la espe­sa humare­da, com­prendí que habían vola­do la cor­be­ta de guer­ra Bailen; sur­ta en la bahía. Man­i­festé mi indi­gnación a Calza­da por aquel acto, y este atribuyén­do­lo a la temeri­dad del coman­dante del castil­lo, coro­nel Don Manuel Car­rera y Col­i­na, se ofre­ció a escribir­le para que cesara las hos­til­i­dades, puesto que la guar­ni­ción de la plaza y su jefe esta­ban a merced del vence­dor. Con­testó aquel coman­dante que estando pri­sionero el gen­er­al Calza­da, deja­ba de recono­cer su autori­dad como jefe supe­ri­or. Entonces, devolvien­do yo su espa­da a Calza­da, le envié al castil­lo, des­de donde me escribió poco después dicién­dome que Car­rera había recono­ci­do su autori­dad al ver­le libre, y que en su nom­bre me invita­ba a almorzar con él en el castil­lo. Fia­do como siem­pre en la hidal­guía castel­lana, me dirigí a aque­l­la for­t­aleza donde fui recibido con hon­ores mil­itares y con toda la gal­lar­da cortesía que debía esper­ar de tan valientes adver­sar­ios”. (Hemos colo­ca­do en itáli­cas, aque­l­los pasajes de dudosa ocurrencia)

Auto­bi­ografía del Gen­er­al José Anto­nio Páez

La ver­sión en primera per­sona del gen­er­al Páez, indis­cutible­mente, es una fuente fun­da­men­tal para cono­cer los hechos. No obstante, resul­ta par­cial e insu­fi­ciente para el cabal conocimien­to del episo­dio, de allí que en el pasa­do hemos man­i­fes­ta­do públi­ca­mente reser­vas al respec­to. En igual sen­ti­do se ha pro­nun­ci­a­do el his­to­ri­ador Asdrúbal González, quien ha encon­tra­do con­tradic­ciones en lo relata­do en ese tex­to auto­bi­ográ­fi­co, y lo man­i­fes­ta­do por Páez mis­mo en otros doc­u­men­tos y cor­re­spon­den­cias, con­je­tu­ran­do acer­tada­mente que: “Páez escribe su obra entre los años 1864 y 1867, esto es, a más de cuarenta años de los suce­sos de Puer­to Cabel­lo; en la memo­ria más priv­i­le­gia­da, el obstácu­lo que rep­re­sen­ta en el tiem­po revivir tales hechos con la pre­cisión debi­da, resul­ta imposi­ble; por otra parte, a pesar de con­ser­var sus notas y algunos doc­u­men­tos que tran­scribe en su obra,  care­ció al elab­o­rar sus memo­rias de un archi­vo, posi­ble­mente porque a difer­en­cia de otros Lib­er­ta­dores nun­ca tuvo el cuida­do de lle­var­lo en for­ma, al extremo de que hoy se encuen­tran dis­per­sos doc­u­men­tos pro­duci­dos en momen­tos cul­mi­nantes de la his­to­ria del país en los cuales le tocó actu­ar, en diver­sos archivos y pub­li­ca­ciones; además, debe­mos tomar en cuen­ta que Páez es un políti­co exi­la­do quien se ded­i­ca en los rígi­dos invier­nos neoy­orki­nos a rehac­er su vida a través del rela­to, lo cual influirá notable­mente” en pre­sen­tar una fac­eta inten­cional de su per­son­al­i­dad, ori­en­ta­da a dejar en el áni­mo de los lec­tores ‑que serían fun­da­men­tal­mente vene­zolanos- la mejor impre­sión, capaz de bor­rar recuer­dos inmedi­atos de su dic­tadu­ra durante los acon­tec­imien­tos de la Guer­ra Fed­er­al. Cuan­do en 1869 apare­cen pub­li­cadas las Memo­rias, se encuen­tra el héroe en el oca­so de su vida; y tes­ti­gos y actores de acon­tec­imien­tos nar­ra­dos, los ten­drá la muerte o el olvi­do en la imposi­b­l­i­dad de refu­tar­los”. (Sitios y Toma de Puer­to Cabel­lo, Edi­ciones de “El Carabobeño”, 1974, pp. 267–268)

El rela­to del gen­er­al Páez, en torno a la toma de la plaza, lam­en­ta­ble­mente, se ha impuesto en la medi­da que autor­iza­dos bió­grafos como Vite­lio Reyes y R. B. Cun­ning­hame Gra­ham se han hecho sim­ple­mente eco de aquél. Tam­bién ha con­tribui­do en gran parte a la difusión de ese rela­to el Dr. Pauli­no Igna­cio Val­bue­na, porteño de rel­e­vante trayec­to­ria en el puer­to de antaño- quien escribió un tex­to tit­u­la­do Sor­pre­sa y Toma de la Plaza de Puer­to Cabel­lo, y trági­co fin del Capitán Julián Ibar­ra, pub­li­ca­do en 1911, y en el que repite lo nar­ra­do por el catire, agre­gan­do algu­nas cosas de su propia cosecha: “Nos hemos per­mi­ti­do ‑escribe el Dr. Val­bue­na- dar pub­li­ci­dad a estas rem­i­nis­cen­cias que se rela­cio­nan con uno de los hechos de armas más trascen­den­tales de nues­tra his­to­ria, porque has­ta aho­ra, que sep­a­mos, no hemos vis­to que se haya hecho men­ción siquiera del suce­so al cual nos refe­r­i­mos y cono­cién­do­lo por tradi­cionales nar­ra­ciones de actores y tes­ti­gos pres­en­ciales creemos cumplir con el patrióti­co deber de trans­mi­tir­las con­forme han lle­ga­do a nue­stro conocimien­to…”. (En Val­bue­na, Luis Martín, His­to­ria de un Hom­bre y de un Pueblo, Tip. Var­gas, S.A., 1953, p. 179) A lo ante­ri­or, para com­plicar las cosas, se agre­ga el pro­pio entendimien­to de los hechos históri­cos que tienen algunos, y la mala cos­tum­bre de repe­tir los errores sin deten­erse a con­sul­tar a los estu­diosos y las fuentes. 

Castil­lo San Felipe, Puer­to Cabello.

 

Y es aquí en donde la his­to­ria se mez­cla con la leyen­da, obligan­do al inves­ti­gador a la revisión críti­ca de los even­tos con fun­da­men­to en las fuentes, para desvir­tu­ar algu­nas ideas erróneas en torno al episo­dio que nos ocu­pa. Debe­mos nece­sari­a­mente con­cluir, entonces, que el gen­er­al Páez no par­ticipó per­sonal­mente en el asalto que se pro­duce luego de que una colum­na de hom­bres medio desnudos atrav­es­ara el manglar en medio de la noche; no se pro­duce escara­muza algu­na en la hoy lla­ma­da calle Lanceros; tam­poco se pro­duce la ren­di­ción de la Calza­da quien ven­ci­do entre­ga su espa­da a Páez. 

Más impor­tante aún es aclarar que lo que se toma aquel 8 de noviem­bre es la Plaza Fuerte de Puer­to Cabel­lo ‑por aquel año una ciu­dadela amu­ral­la­da- y no el castil­lo San Felipe o Lib­er­ta­dor, error con fre­cuen­cia afir­ma­do por muchos, rep­re­sen­ta­do en el Escu­do del esta­do Carabobo y repeti­do en el Escu­do del munici­pio, que como ale­goría es muy váli­do, pero que ter­giver­sa los hechos. Claro está, que el castil­lo a donde había hui­do el coro­nel Manuel Car­rera y Col­i­na, y sus hom­bres, será el últi­mo reduc­to de los españoles antes de capit­u­lar, pero de allí a imag­i­nar un lancero a cabal­lo atrav­es­an­do la boca de entra­da a la dárse­na hay un gran trecho.

El gen­er­al Páez se coro­na de glo­rias con el tri­un­fo sobre los real­is­tas y la capit­u­lación de los españoles, mar­can­do este even­to el fin del dominio his­pano en tier­ra patria. Sin embar­go, el rela­to del negro Julián, escla­vo de los Istue­ta (tam­bién escrito Iztue­ta), cuyas huel­las son des­cu­bier­tas en la playa por una patrul­la patri­o­ta, más tarde, rev­e­lando cómo era posi­ble salir y entrar de la plaza vade­an­do los manglares, es otro que requiere ser someti­do al tamiz de la his­to­ria, medi­ante las fuentes escritas con­tem­poráneas de los eventos.

Así, la lec­tura de un suel­to apare­ci­do en El Colom­biano, edi­ción del 8 de octubre de 1823, rev­ela que un mes antes de pro­ducirse la toma, la capit­u­lación era prác­ti­ca­mente un hecho: “Remi­tió Calza­da ayer de Puer­to Cabel­lo –podemos leer en ese per­iódi­co caraque­ño– diez pri­sioneros de buques mer­cantes y dos mujeres de Barcelona. Por estos sabe­mos que tan­to el pueblo como la tropa son por la opinión de capit­u­lar; que Istue­ta es de igual sen­timien­to, y que solo Car­rera, Picayo, Brita­pa­ja, Juan Vil­la­lon­ga, Bur­guera, Aris­men­di, Coru­jo y Mieles en con­tra; que tiene carne y men­es­tra para 18 días, y que hari­na sí hay mucho más de 400 bar­riles, que ayer salieron tres paile­botes car­ga­dos de famil­ias para Curazao, y el de Trasmales (sic) lo aguardan con víveres; que en fin no ha queda­do gente algu­na, y que solo el obsti­na­do Car­rera sostiene aque­l­la máquina; que éste ha ofre­ci­do que en caso de que no les ven­ga aux­ilio de la Habana, man­darán a Mar­tini­ca en bus­ca de la escuadra france­sa para que los acom­pañe y nos bata, y que esto se hace dicien­do ‘viva el rey y muera la con­sti­tu­ción’; que es tan malo el tra­to que da a nue­stros pri­sioneros ingle­ses cuyo número es de 30 que el palo sum­ba sobre ellos; que todos los víveres, granadas y balas los trasladan al castil­lo y que de la artillería de la trinchera la ter­cera parte son violentos”. 

La situación que se vivía den­tro de la ase­di­a­da plaza era insostenible, resul­tan­do obvio que el com­er­ciante Istue­ta esta­ba tra­ba­jan­do a favor de la capit­u­lación o, al menos, acti­va­mente pro­movién­dola; no es difí­cil, por lo tan­to, imag­i­nar que el mis­mo Istue­ta colo­cara a dis­posi­ción del gen­er­al Páez a su escla­vo para guiar­los a través del manglar, y que tal encuen­tro for­tu­ito nun­ca se produjo.

De lo que no hay dudas son las pér­di­das sufridas por los real­is­tas: 156 muer­tos y 59 heri­dos, 56 ofi­ciales y más de 500 sol­da­dos pri­sioneros, inclu­i­dos la guar­ni­ción del castil­lo. Las pér­di­das patri­o­tas –según Páez y lo que parece poco verosímil- 10 muer­tos y 35 heri­dos, hacién­dose con un botín de guer­ra con­stante de 70 piezas de artillería de todos los cal­i­bres, 620 fusiles, 3.000 quin­tales de pólvo­ra y 6 lan­chas cañon­eras, más tarde devueltas a sus propi­etar­ios en aten­ción a los tér­mi­nos de la capitulación

El 10 de noviem­bre vence­dores y ven­ci­dos, rep­re­sen­ta­dos por el coro­nel Manuel Car­rera y Col­i­na, nego­cian los tér­mi­nos de la capit­u­lación acordán­dose, entre otros pun­tos, que al aban­donar la guar­ni­ción real­ista la for­t­aleza de San Felipe, se “ver­i­ficara con ban­dera desple­ga­da, tam­bor batiente, dos piezas de cam­paña con vein­ticin­co dis­paros cada una y mechas en encen­di­das, lle­van­do los señores jefes y ofi­ciales sus armas y equipa­je, y la tropa con su fusil, mochi­las, cor­rea­jes, sesen­ta car­tu­chos y dos piedras de chis­pas por plaza, debi­en­do a este acto cor­re­spon­der las tropas de Colom­bia con los hon­ores acos­tum­bra­dos de la guer­ra”. El trans­porte con des­ti­no a La Habana del gen­er­al Sebastián de la Calza­da, jefes, ofi­ciales y tropas españo­las se le encomien­da al Capitán de Fra­ga­ta J. Mact­lan al man­do del bergan­tín “Pich­in­cha” y acom­paña­dos de la Cor­be­ta “Boy­acá” y otras.

La flotil­la de Mact­lan estará de vuelta en el puer­to hacia la ter­cera sem­ana de diciem­bre de 1823, trayen­do informes de hal­larse Cuba en un esta­do de la may­or con­fusión y con­ster­nación. A los buques colom­bianos no se les per­mi­tió ini­cial­mente la entra­da al puer­to, aunque más tarde les dejarían entrar con sus ban­deras enar­bo­ladas, “pero los botes eran con­tin­u­a­mente ape­drea­d­os, e insul­ta­dos por los habi­tantes”. El Gob­er­nador de la isla recibió cortés­mente a los ofi­ciales, pero les intimó al mis­mo tiem­po que no les podía per­mi­tir andar libre­mente en tier­ra porque la situación inter­na en aquel momen­to no era la mejor. De la Calza­da había sido puesto pre­so a su lle­ga­da a la isla, mien­tras que Car­rera y Col­i­na recibiría con­sid­er­a­dos tratos.

Páez en 1838- Lewis Adams. Oleo de 0,86 x 0,68

En con­se­cuen­cia, urge y resul­ta nece­sario con­trastar la ver­sión del gen­er­al Páez — repeti­da por otros autores, aunque jus­to es recono­cer el reca­to de Felipe Tejera y Fran­cis­co González Guinán al referir el tema- a la luz de doc­u­men­tos fun­da­men­tales como lo son el parte ofi­cial escrito por aquél a la Sec­re­taría de Esta­do y del Despa­cho de Guer­ra, del 12 de noviem­bre de 1823; el Boletín del Ejérci­to Siti­ador de Puer­to Cabel­lo, suscrito por el Coro­nel George Wood­ber­ry, de esa mis­ma fecha; y el informe envi­a­do por el Brigadier don Sebastián de la Calza­da al Capitán de Navío don Ángel Labor­de en car­ta pri­va­da, fecha­do el 22 de noviem­bre de 1823, tan pron­to lle­gan a La Habana los ven­ci­dos en el Puer­to Cabel­lo. De hecho, y de cara al bicen­te­nario, sería deseable la revisión de los even­tos a la luz de los pos­tu­la­dos de la nue­va his­to­ria mil­i­tar, de la que es pio­nero y aban­der­a­do nue­stro ami­go el his­to­ri­ador Fer­nan­do Falcón.

Sea como fuere, la toma de la plaza fuerte de Puer­to Cabel­lo fue una mem­o­rable acción, que vestiría de glo­ria al gen­er­al Páez, sus ofi­ciales y sol­da­dos. El gen­er­al Fran­cis­co de Paula San­tander, en su condi­ción de Vicepres­i­dente de la Repúbli­ca, decretó hon­ores a los vence­dores. El Batal­lón Anzoátegui pasó a lla­marse “Valeroso Anzoátegui de la Guardia”, el regimien­to de caballería Lanceros de Hon­or fue denom­i­na­do en lo ade­lante “Lanceros de la Vic­to­ria”, a los Jefes, ofi­ciales y tropas que par­tic­i­paron en el ataque y ocu­pación de la plaza se les con­cedió el uso de una medal­la “que lle­varán del lado izquier­do del pecho, pen­di­ente de una cin­ta carnecí (sic), con esta inscrip­ción: Vence­dor en Puer­to Cabel­lo año 13º”, de oro para los jefes y ofi­ciales, y de pla­ta para los sol­da­dos; mien­tras que la mis­ma medal­la mon­ta­da en dia­mantes le cor­re­spondió a los Gen­erales en Jefe José Anto­nio Páez y José Fran­cis­co Bermúdez. Final­mente, la medal­la de los Lib­er­ta­dores de Venezuela, le será con­ce­di­da a todos los jefes, ofi­ciales y tropa de la división del ejérci­to y a los de mari­na, que con­cur­rieron al sitio de Puer­to Cabello.

Arrib­amos a los 198 años de aque­l­la mem­o­rable haz­a­ña, preparán­donos para cel­e­brar el bicen­te­nario de tan impor­tante efeméride que pon­dría pun­to final a la pres­en­cia españo­la en nue­stro ter­ri­to­rio, con impacto sig­ni­fica­ti­vo en tér­mi­nos políti­cos y económi­cos, pues el cen­tro-occi­dente con­tará con una cómo­da sal­i­da al mar lo que con­sti­tuye el pun­to de arranque de un extra­or­di­nario desar­rol­lo comercial.

Se tra­ta de una cel­e­bración no solo para Puer­to Cabel­lo sino tam­bién para Venezuela, pues como lo apun­tara don Fran­cis­co González Guinán “en ter­ri­to­rio Carabobeño quedaron fijadas dos épocas: el 24 de junio de 1821, que ase­guró la Inde­pen­den­cia de Colom­bia; y el 7 de noviem­bre de 1823, que ter­minó la guer­ra; dos hechos que se encuen­tran rep­re­sen­ta­dos en el Escu­do de Armas de Esta­do Carabobo, sobre los cuales se escribió esta leyen­da: Oca­sus Servi­tutis, ter­minó la esclav­i­tud”. (Tradi­ciones de mi Pueblo, Empre­sa El Cojo, 1927, p. 156). Ojalá que podamos cel­e­brar­lo por todo lo alto, siem­pre con apego a la ver­dad históri­ca y con la par­tic­i­pación de todos por tratarse de un logro colectivo.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

Un comentario en «La Toma de Puerto Cabello, entre la historia y la leyenda»

  • https://correodelara.com/la-toma-de-puerto-cabello-entre-la-historia-y-la-leyenda/
    José Alfre­do Sabati­no Pizzolante

    Esti­ma­do Sr. (Dr.) Sabatino,

    He leí­do con arduo interés su rela­to de este hecho de armas que fue uno de los más rel­e­vantes, si no tal vez el más impor­tante, de la ren­di­ción final del poderío español en Tier­ra Firme, y que le dio a La Gran Colom­bia, final­mente su sta­tus de nación inde­pen­di­ente (no ven­dríamos a ser recono­ci­dos por Inglater­ra sino has­ta 1825, y por España en 1842 como nación (es) independientes). 

    Creo que si Páez recordó cor­rec­ta­mente el número de bajas que los españoles tuvieron, y a la luz de que fue un ataque sor­pre­sa eje­cu­ta­do con la may­or sagaci­dad (como el de Las Que­seras (Mata del Her­radero), donde las bajas de los patri­o­tas sólo fueron dos, de los 153 lanceros), habría que recono­cer­le a Páez, por la mis­ma razón, que el número de bajas patri­o­tas es cor­rec­to tam­bién. No entien­do porque pon­er­lo en tela de juicio. Lo otro es que el SI estu­vo entre la com­pañía del Batal­lón Anzoátegui que lid­ero el ataque, jun­to con el May­or Manuel Cala, Marce­lo Gómez, José Andrés Elorza, Fran­cis­co Far­fán y demás valientes que hicieron de pun­ta de lan­za de la com­pañía del batal­lón y los 100 lanceros, todos com­pañeros del Gen­er­al Páez, todos acos­tum­bra­dos a los rig­ores de la guer­ra y has­ta sedi­en­tos del plac­er de sabore­ar el peli­gro de primera mano, todo por reten­er la Glo­ria, y ser así recor­da­dos en la Pos­teri­dad ( no como los fal­sos gob­er­nantes que ten­emos aho­ra, que esos si ter­giver­san los hechos, has­ta los ocur­ri­dos durante nues­tra propia exis­ten­cia. Es un ver­dadero insul­to a nues­tra inteligen­cia ). Dudo de que Páez, en su den­oda­da for­ma de ser y dilata­da humil­dad, pud­iese men­tir, lo que es más, haber vivi­do; alarde­an­do un tri­un­fo que no fue de la for­ma que el lo rela­ta. De su auto­bi­ografía, hay innu­mer­ables ejem­p­los de su sen­cillez como ser humano, humil­dad, val­or y de reconocimien­to de los méri­tos has­ta de sus más encona­dos adver­sar­ios. ( Lar­razábal fue un his­to­ri­ador que se dedicó a calum­niar­lo, porque era un ávi­do lib­er­al amar­il­lo ). Lo que es más mer­i­to­rio aun de Páez, es que el mis­mo ( con ayu­da de Ms. Pinky como mecanó­grafa ), redac­tó y escribió sus memo­rias, como Ud. bien lo ha dicho, en el oca­so de su vida (cuan­do la luz casi se le apaga­ba !! ( para ser más exac­tos ), de lo olvi­da­do del mun­do y pobre que esta­ba, y en New York, Esta­dos Unidos ), y que el SI tenía algunos doc­u­men­tos en su poder (archi­vo), como procla­mas y car­tas del Lib­er­ta­dor a él, y sus respues­tas a estas. ( y de San­tander y otros per­son­ajes tam­bién ). En lo que Ud. se equiv­o­ca feha­cien­te­mente es que Páez NUNCA vio sus memo­rias pub­li­cadas en su vida — las pub­licó su hijo Ramón, y eso después de tocar en muchas puer­tas para lograr su publicación.

    Yo, como buen vene­zolano, creo cada una de las pal­abras en la auto­bi­ografía de Páez, pues fue un ser prodi­gioso. Si, tal vez cometió errores, como todo ser humano, pero nun­ca fue mal inten­ciona­do ni pro­mul­go enrique­cerse a cos­ta de otros. Fue su bue­na estrel­la que le guio con bue­na for­tu­na, a hac­er dinero, y su tal­en­to como buen nego­ci­ador de gana­do (apren­di­do des­de muy tem­prana edad), en sus primeros gob­ier­nos. Después, como todos en este mun­do que son despren­di­dos de lo mate­r­i­al, y pro­fe­san el más sin­cero interés por el des­ti­no de la patria, murió sin un mar­avadí, en una mod­es­ta casa mar­ca­da con nro. 42 de la calle 20 este de la metrópo­lis esta­dounidense . (ver: http://patrimoniodevargas.blogspot.com/2012/03/llegada-de-los-restos-de-jose-antonio.html)

    Como le dijo Bolí­var a su entra­da a Venezuela des­de Bogotá, el 15/11/1826: — ” Puer­to Cabel­lo es el mon­u­men­to más grande de su Glo­ria, Gen­er­al, quiera Vd. lo pue­da con­ser­var y que sobrepase la mia. Esto lo digo con la may­or sin­ceri­dad, pues no ten­go envidia a nadie “. Creo que si Bolí­var dijo esto, rele­vo de prue­bas sobre los hechos.

    Aprove­cho por acá para hac­er pro­mo­ción de mis libros, estrenán­do­los jus­to con moti­vo del Bicen­te­nario de la Segun­da Batal­la de Carabobo (1821–2021), y de la Toma de (la Plaza) de Puer­to Cabel­lo (1823–2023). Aba­jo las direc­ciones URL (links).

    Muchas Gra­cias,

    Bue­nas Noches,

    Pedro BALDO

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