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La travesía de los restos del obispo Montes de Oca

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y escritor
luisalbertoperozopadua@gmail.com
TW/IG @LuisPerozoPadua

Para Rey­na Lara de Montes de Oca, 
invari­able devota de la causa que con jus­ti­cia conducirá 
a nue­stro obis­po már­tir a los altares

 

Cuan­do Mar­ta Rosa Cer­nic­chiaro Maz­zone, se embar­có en el vapor Lugano, con 500 ital­ianos abor­do des­de el puer­to de Géno­va, en la aven­tu­ra de emi­grar a los con­fines del plan­e­ta, en las postrimerías del mes de mayo de 1947, nun­ca imag­inó que aque­l­la trav­es­ía de 18 días ten­dría un halo enig­máti­co que sólo se deve­laría la últi­ma noche del perip­lo trasatlántico.

El capitán del bar­co había con­vo­ca­do a Mar­ta y a su esposo, Bia­gio Bran­do San­toro, a una cena espe­cial de des­pe­di­da, que sería aprovecha­da para com­par­tir un secre­to sumar­i­al. Ella, en esta­do de su primera hija, estu­vo siem­pre a la expec­ta­ti­va y con temor por los cuen­tos sobre la fero­ci­dad del mar Caribe, esce­nario que no llegó a experimentar.

Mar­ta Cer­nic­chiaro jun­to al sac­er­dote Ricar­do Vielma

En un tes­ti­mo­nio oral de Mar­ta Cer­nic­chiaro recaba­do por el sac­er­dote Ricar­do Viel­ma, el 11 de noviem­bre de 2018, ates­tigua que el capitán rev­eló a sus ilus­tres invi­ta­dos, que aquel via­je había esta­do acom­paña­do de un mar tan apaci­ble, ‑jamás vis­to en su larga vida de marinero‑, debido a que el bar­co trans­porta­ba en sus entrañas los restos mor­tales de un san­to, sin duda una car­ga fuera de lo común.

Al finalizar la cena, el capitán atribuyó el sosiego del mar al valioso encar­go y para demostrar­lo, con­du­jo al grupo de comen­sales a la bode­ga prin­ci­pal del vapor, en donde se hal­la­ba un gran cajón de madera bel­la­mente esmaltado.

Ya frente al gran féretro, la joven Mar­ta escuchó atóni­ta la descrip­ción sobre la vida y el mar­tirio que exper­i­men­tó el sac­er­dote que yacía den­tro del ataúd, quien fue tor­tu­ra­do durante cua­tro días, para luego caer fusila­do por los nazis en la II Guer­ra Mundi­al, al ser acu­sa­do de escon­der y pro­te­ger a judíos en la Car­tu­ja Far­net­ta de Luc­ca, a los que defendió has­ta ofren­dar su vida cuan­do ape­nas cumplía 49 años. Su nom­bre era Sal­vador Montes de Oca.

El tributo para el obispo 

Mar­ta Cer­nic­chiaro, recuer­da que, al arrib­ar a La Guaira el 11 de junio de ese año 47, observó una gran mul­ti­tud ates­ta­da en una plazuela con­tigua al puer­to ‑todos atavi­a­dos de negro-. Esta­ban pre­sentes el clero en pleno, miem­bros de la Jun­ta Rev­olu­cionar­ia de Gob­ier­no, el Ejec­u­ti­vo de la Asam­blea Nacional Con­sti­tuyente con su pres­i­dente Andrés Eloy Blan­co, quien fuera ínti­mo ami­go de Montes de Oca; la juven­tud católi­ca y nutri­das orga­ni­za­ciones cul­tur­ales y reli­giosas, así como el cuer­po diplomáti­co extran­jero y la Mari­na de Guerra.

Descen­so del vapor Lugano de los restos mor­tales de mon­señor Montes de Oca en 1947

Eran tes­ti­gos del arri­bo de los restos mor­tales del obis­po larense, entre ellos aguard­a­ba impa­ciente y ape­sad­um­bra­do el Dr. Juan Car­mona, propi­etario y direc­tor del Diario EL IMPULSO de Bar­quisime­to, que había estu­di­a­do y cre­ci­do en Caro­ra jun­to al obis­po Montes de Oca y con quien jamás perdió con­tac­to, al con­trario, con el tran­scur­rir del tiem­po, esta amis­tad se consolidó.

Mar­ta declaró que nun­ca había real­iza­do un via­je tan sereno donde un bar­co se desplazara a mar abier­to como si estu­viera flotan­do en un lago, moti­vo por el cual, has­ta su hora final, siem­pre creyó que el prela­do Montes de Oca los con­du­jo, a ellos y a toda la trip­u­lación, a buen puerto.

Pero Mar­ta Rosa Cer­nic­chiaro Maz­zone, ate­soró siem­pre aque­l­la expe­ri­en­cia que describió como sub­lime e impre­sio­n­ante, y per­sis­ten­te­mente narra­ba a sus famil­iares la ser­e­na trav­es­ía y su encuen­tro con los restos de un obis­po san­to y sus deu­dos, los que se agol­paron en el puer­to para hom­e­na­jear con hon­ores el arri­bo de tan ilus­tre prelado.

Entre­tan­to, resulta­ba impre­sio­n­ante ver aque­l­la esce­na de los famil­iares direc­tos descen­der por la esca­ler­il­la del bar­co, con el esmal­ta­do ataúd en hom­bros con tan­ta rev­er­en­cia, escolta­do por mon­señor Luis Roton­daro y por supuesto de su ami­go entrañable Juan Car­mona, al toque de la mar­cha fúne­bre inter­pre­ta­da por una com­pañía de mari­nos vene­zolanos que, al con­cluir pre­sen­taron armas ante las mor­tales reliquias segui­do de golpes sec­os de redoblantes.

El obis­po Sal­vador Montes de Oca acom­paña­do del entonces ayu­dante Luis Rotondaro

Reciben ofi­cial­mente los restos de mon­señor Montes de Oca, sus her­manos Rafael José, Igna­cio, Car­mén; sus sobri­nos Luis y Tere­si­ta, en una con­move­do­ra cer­e­mo­nia pre­si­di­da por mon­señor Roton­daro. En el acto, los deu­dos dis­pen­saron la respon­s­abil­i­dad de rep­re­sen­tar­los como famil­ia al Dr. Juan Car­mona, quien debía entre­gar el féretro a mon­señor Gre­go­rio Adam, obis­po de Valencia.

Un nombre con sabor a dolor y gloria

Pero es imper­ante hac­er un inciso, dado que para el Dr. Juan Car­mona, aparte de hon­orí­fi­co era rep­re­sen­tar a una de las más nobles y tradi­cionales famil­ias caroreñas como los Montes de Oca, era con­move­dor el acto de con­fi­an­za y como mues­tra de su antic­i­pa­da grat­i­tud y ven­er­a­da amis­tad, escribió dos años antes, inmedi­ata­mente al enter­arse de la infame noti­cia del abom­inable crimen:

“Me embar­ga una pro­fun­da emo­ción al recor­dar a este inolvid­able ami­go de corazón, a este pre­des­ti­na­do hijo de mi tier­ra, cuyo nom­bre sabe a dolor y glo­ria. Parecía que su tal­en­to, su vir­tud, su val­or y sabiduría, lo lle­varía has­ta las más altas cum­bres de la jer­ar­quía ecle­siás­ti­ca. Y fue obis­po con­tra su quer­er y descendió de tan alta dig­nidad con la majes­tad de un príncipe que aban­dona su trono por un des­ti­no humilde como a quien sabe que a Dios y su patria se le puede servir bien, aun en el más oscuro rincón de la Tier­ra. Solo aque­l­los que fuimos sus con­fi­dentes, podemos saber bien de la hon­da trage­dia de la vida ilus­tre que ha ido a ocul­tarse a los ojos de los hom­bres para estar más cer­ca de Dios”.

Dr. Juan Car­mona, ami­go entrañable del obis­po már­tir Sal­vador Montes de Oca, con quien cre­ció en Caro­ra, esta­do Lara

El sac­er­dote Simón Sal­vatier­ra, leyó una emo­ti­va car­ta cer­e­mo­ni­al escri­ta por el obis­po de Bar­quisime­to, mon­señor Enrique María Dubuc, durante el acto pro­to­co­lar, segui­do del Dr. Juan Car­mona, que ofre­ció sen­ti­das pal­abras en nom­bre de Caro­ra y como hom­e­na­je sin­cero a su inque­brantable amis­tad con Montes de Oca.

Una pro­lon­ga­da y zigzagueante car­a­vana escoltó los despo­jos del már­tir des­de el tem­p­lo San Juan de Dios de la Guaira has­ta la cat­e­dral de Cara­cas, en donde per­maneció en capil­la ardi­ente todo el jueves 12. Al sigu­iente día, a las ocho de la mañana, todos los tem­p­los de Cara­cas, al uní­sono, doblaron las cam­panas para des­pedir al prela­do. A lo largo del itin­er­ario que con­duce a la plaza de Capuchi­no y a la aveni­da San Martín, el públi­co se aglom­eró para ofre­cer su despedida.

El corte­jo fúne­bre par­tió a Valen­cia, con una escala en Los Teques, en el pre­ciso lugar donde mon­señor fue apre­sa­do por la tiranía para ser extraña­do de la patria. En el trayec­to, en todos los pueb­los, la gente salía a rendirle hom­e­na­je a los restos del cléri­go céle­bre, y entran­do a la ciu­dad de Valen­cia la comi­ti­va fue impe­di­da de seguir en automóvil por la muchedum­bre expec­tante, ávi­da de trib­u­tar su últi­mo adiós.

Edi­ción espe­cial de la Revista Élite con moti­vo de la repa­triación de los restos mor­tales del obis­po Montes de Oca

El catafal­co fue car­ga­do en hom­bros del pueblo, en pro­ce­sión solemne en medio de cán­ti­cos y ora­ciones has­ta la Capil­la de San Fran­cis­co. Una escuadra de aviones de la Fuerza Aérea sur­có el fir­ma­men­to como rev­er­en­cia pós­tu­ma a su obis­po. Las solemnes exe­quias pon­tif­i­cadas fueron trasmi­ti­das por Radiod­i­fu­so­ra Nacional y retrans­mi­ti­das por La Voz de la Patria, al igual que ocu­paron gran cen­time­tra­je de pren­sa en los prin­ci­pales per­iódi­cos de toda la nación.

Des­de el día 15 de junio, los restos de Sal­vador Montes de Oca, reposan bajo el pres­bi­te­rio de la cat­e­dral de Valen­cia, tras expre­sas instruc­ciones suyas cuan­do en el año 34, en medio de una peri­toni­tis que lo aque­jó por tres meses, man­i­festó su vol­un­tad de ser inhu­ma­do en el señal­a­do lugar sagrado.

Para Mar­ta Rosa Cer­nic­chiaro Maz­zone, y para el resto de la trip­u­lación, la pasivi­dad de aquel via­je estu­vo influ­en­ci­a­do por este hom­bre de Dios, un már­tir que hoy cam­i­na hacia el reconocimien­to de su san­ti­dad, un larense que se dirige sin pausa a los altares. Este es solo uno de muchos otros suel­tos que pub­li­care­mos como trib­u­to a las vir­tudes cris­tianas de nue­stro obis­po larense.

Fotos: Archi­vo Fun­dación Mon­señor Sal­vador Montes de Oca

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CorreodeLara

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