Crónicas

Las locuras de Simón Bolívar en el Diario de Bucaramanga

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
luisperozop@hotmail.com
@LuisPerozoPadua

En la cam­paña des­ti­na­da a la lib­eración de la Provin­cia de Guayana, en 1817, proce­dente de Barcelona, llegó a esa ciu­dad el gen­er­al en jefe Simón Bolí­var, a pon­erse al frente de las opera­ciones para la reduc­ción de Angostura.

Cor­rían los primeros días de abril, y estando el Lib­er­ta­dor a oril­las del río Orinoco jun­to a un grupo de gen­erales de su Esta­do May­or y la alta ofi­cial­i­dad de su séquito, escuchó al coro­nel Martell pre­sumir de su habil­i­dad como nadador y de la facil­i­dad como alcan­zaría a dos embar­ca­ciones fondeadas a unos 150 met­ros de distancia.

Bolí­var ani­ma­do por aquel comen­tario se acer­có al grupo de ofi­ciales y espetó: “Yo ata­do de manos lle­garía primero que Martell”.

Bolí­var con su séquito en el Orinoco

Pero el intere­sante episo­dio lo ano­ta Luis Perú de Lacroix en su Diario de Bucara­man­ga, quien era un ofi­cial francés que en 1825 se incor­poró al ser­vi­cio de Venezuela y Colom­bia en la Guer­ra de Inde­pen­den­cia con el gra­do de coro­nel del Esta­do May­or en el Ejérci­to Libertador.

“Me acuer­do, ‑dijo (el Lib­er­ta­dor)-, de una aven­tu­ra sin­gu­lar, propia de un loco, aunque no pien­so ser­lo, y es ésta: un día, bañán­dome en el Orinoco con todos los de mi Esta­do May­or, con var­ios de mis gen­erales y el actu­al coro­nel Martell, que era entonces escri­bi­ente en mi Sec­re­taría Gen­er­al, este últi­mo hacía alarde de nadar más que los otros; yo le dije algo que le picó, y entonces me con­testó que tam­bién nad­a­ba mejor que yo. A cuadra y media de la playa, donde nos hal­lábamos, había dos cañon­eras fondeadas, y yo, pic­a­do tam­bién, dije a Martell que, con las manos amar­radas, lle­garía primero que él a bor­do de dichos buques. Nadie quería que se hiciese tal prue­ba, pero ani­ma­do yo había vuel­to a quitar mi camisa, y con los tirantes de mis cal­zones, que di al gen­er­al Ibar­ra, le oblig­ué a amar­rarme las manos por detrás; me tiré al agua, y llegué a las cañon­eras con bas­tante tra­ba­jo. Martell me sigu­ió y, por supuesto, llegó primero. El gen­er­al Ibar­ra, temien­do que me ahogase, había hecho colo­car en el río dos buenos nadadores para aux­il­iarme, pero no fue nece­sario. Este ras­go prue­ba la tenaci­dad que tenía entonces, aque­l­la vol­un­tad fuerte que nada podía deten­er; siem­pre ade­lante, nun­ca atrás: tal era mi máx­i­ma, y quizá a ella debo mis tri­un­fos y lo que he hecho de extraordinario”.

En 1828, de abril a junio, en Bucara­man­ga, (Colom­bia) Lacroix vivió en el cír­cu­lo ínti­mo de Simón Bolí­var; de esta época datan los recuer­dos, notas y con­ver­sa­ciones con el Lib­er­ta­dor que dejó escritas en el impor­tante y dis­cu­ti­do man­u­scrito tit­u­la­do Diario de Bucara­man­ga, pub­li­ca­do por primera vez, en parte y bajo el títu­lo Efemérides Colom­bianas en París, 1870, com­pi­la­do por el sobri­no del Lib­er­ta­dor, Fer­nan­do Bolívar.

En su Diario de Bucara­man­ga, Lacroix describe otro intere­sante ‑y porque no temer­ario episodio‑, de Simón Bolí­var durante aque­l­la cam­paña de Angos­tu­ra, cuan­do el Lib­er­ta­dor da orden a Diego Ibar­ra, su edecán, que ensille su cabal­lo y mon­tara para que trans­mi­tiera algu­nas instruc­ciones de rig­or a los ofi­ciales desta­ca­dos en la primera línea.

Ibar­ra, que conocía bien el cabal­lo de Bolí­var, antes de ensil­lar­lo quiso pre­sumir ante los ofi­ciales su habil­i­dad como jinete, se jac­tó de saltar sobre el ani­mal des­de la cola, pasar sobre su cabeza y caer de pie; retro­cedió varias zan­cadas, se dio vueltas y con algo de impul­so eje­cutó la man­io­bra sin may­or esfuerzo.

Ibar­ra no advir­tió que Bolí­var pres­en­ció aquel desafío, quien luego de una pausa asev­eró que aquel reto no tenía nada de excep­cional y que él podía hac­er­lo igual o mejor que Ibarra.

Pro­cedió entonces a efec­tu­ar la man­io­bra y, en el primer salto cayó sobre el cuel­lo del ani­mal reci­bi­en­do además un fuerte golpe que silen­ciosa­mente soportó. En el segun­do inten­to cayó sobre las ore­jas reci­bi­en­do un golpe may­or que el primero; final­mente, en el ter­cer impul­so logró su objetivo.

El episo­dio lo refiere Perú de Lacroix: “Me acuer­do todavía de que, en el año 17, cuan­do estábamos en el sitio de Angos­tu­ra, di uno de mis cabal­los a mi primer edecán, el actu­al Gen­er­al Ibar­ra, para que fuera a lle­var algu­nas órdenes a la línea y recor­rerla toda. El cabal­lo era grande y muy corre­dor, y antes de ensil­lar­lo, Ibar­ra esta­ba apo­s­tan­do con var­ios jefes del ejérci­to a que brin­car­ía el cabal­lo par­tien­do de la cola e iría a caer del otro lado de la cabeza: lo hizo, efec­ti­va­mente, y en aquel mis­mo momen­to lle­ga­ba yo. Dije que aque­l­lo no era una gran gra­cia, y para pro­bar­lo a los que esta­ban pre­sentes, tomé el espa­cio nece­sario, di el salto, pero caí sobre el pes­cue­zo del ani­mal, reci­bi­en­do un por­ra­zo del cual no hablé. Pic­a­do mi amor pro­pio, di un segun­do brin­co y caí sobre las ore­jas, reci­bi­en­do un golpe peor aún que el primero. Esto no me desan­imó: por el con­trario, tomé más ardor, y a la ter­cera vez pude saltar el caballo.

Stat­ue of Simon Boli­var. Cara­cas, Venezuela. c. 1913. Library of Con­gress, Wash­ing­ton D.C.

Con­fieso que hice una locu­ra; pero en aquel tiem­po no quería que nadie dijese que me sobrepasa­ba en agili­dad, no quería que nadie dijese que hacía lo que no podía hac­er. No cre­an ust­edes que esto sea inútil para el hom­bre que man­da a los demás: en todo, si es posi­ble, debe mostrarse supe­ri­or a los que deben obe­de­cer­le: es el modo de estable­cer un pres­ti­gio duradero e indis­pens­able para el que ocu­pa el primer ran­go en una sociedad, y par­tic­u­lar­mente para el que se hal­la a la cabeza de un ejército.”

En 1833 Perú de Lacroix esta­ba refu­gia­do en Cara­cas, pro­te­gi­do por el gen­er­al Diego Ibar­ra. Dos años más tarde, tomó parte acti­va en la Rev­olu­ción de las Refor­mas. Fra­casa­da esta ason­a­da, fue apre­sa­do y expul­sa­do de Venezuela con otros jefes «reformis­tas». Tomó rum­bo a su natal Fran­cia, en donde vivió en la mis­e­ria. Las cróni­cas reg­is­tran que se sui­cidó en París a fines de enero o prin­ci­p­ios de febrero de 1837, legan­do al per­iódi­co El Siglo numerosos man­u­scritos cuyas huel­las se perdieron en la cap­i­tal francesa.

El bió­grafo e his­to­ri­ador Paul Ver­na, rev­ela que el per­iódi­co caraque­ño El Lib­er­al del 9 de mayo de 1837 repro­du­jo algunos de los escritos que Perú de Lacroix legó al diario francés.


Fuente: Perú de Lacroix, Luis. Diario de Bucara­man­ga. Cara­cas: Comité Ejec­u­ti­vo del Bicen­te­nario de Simón Bolí­var, 1982.

CorreodeLara

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