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Los patriotas eran espiados por el arzobispo de Caracas

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
luisperozop@hotmail.com
IG/TW: @LuisPerozoPadua

El 15 de julio de 1810, lle­ga­ba a La Guaira el Dr. Nar­ciso Coll y Prat, «que por sus méri­tos, vir­tudes y sabiduría», fue pre­coniza­do para el arzo­bis­pa­do de Cara­cas. Se había embar­ca­do en Cádiz, España con des­ti­no a su nue­va dióce­sis. Al desem­bar­car desconocía por com­ple­to los cam­bios en el gob­ier­no que se habían pro­duci­do en la Cap­i­tanía Gen­er­al de Venezuela a par­tir del 19 de abril, pero ese esce­nario no le impidió cumplir sus deberes de pas­tor, dis­puesto a defend­er a su Igle­sia y a su rey.

Entre sus cre­den­ciales fig­ura­ba las bulas expe­di­das el 11 y 12 de enero de 1808, por el sumo pon­tí­fice Pío VII, rat­i­fi­ca­da el 10 de abril de ese año por el rey Fer­nan­do VII al rubricar la real ejecutoria.

El Arzo­bis­po Nar­ciso Coll y Pratt recibe la tesis de gra­do de Don Vicente Arambu

Per­manecerá en Venezuela inin­ter­rump­i­da­mente durante 6 años y medio, vivien­do el perío­do más agi­ta­do y espan­toso de la Guer­ra de Inde­pen­den­cia: los patri­o­tas le reprocha­ban su innegable leal­tad hacia la per­sona de Fer­nan­do VII y los real­is­tas lo acus­a­ban de traidor tras haber per­maneci­do en su sede durante el perío­do repub­li­cano «con atre­v­i­das y hala­gado­ras rela­ciones con los insurgentes».

A juicio del his­to­ri­ador Andrés Eloy Bur­gos, Coll y Prat fue uno de los más activos e influyentes per­son­ajes de la guer­ra y la políti­ca en el tiem­po que per­maneció en Venezuela, por lo que para muchos resul­ta sor­pren­dente des­cubrir que ejer­cía labores de espionaje.

Se incor­po­rará de inmedi­a­to a los avatares del arzo­bis­pa­do y tras la declaración de Inde­pen­den­cia y el establec­imien­to de la Primera Repúbli­ca, comen­zó a tejer su red de espionaje.

Expli­ca Andrés Eloy Bur­gos, que el prela­do cen­tró su aten­ción en el Con­gre­so insta­l­a­do en 1811, (cuya sede tenía como asien­to la casa del Conde San Javier, ubi­ca­da en la actu­al esquina El Conde) y con algunos agentes real­is­tas miem­bros de la Igle­sia, el arzo­bis­po Coll y Prat se dis­pu­so a inter­venir e influir acti­va­mente en las delib­era­ciones del Congreso.

Arzo­bis­po Nar­ciso Coll y Prat, en Primer libro vene­zolano de lit­er­atu­ra, cien­cias y bel­las artes, Cara­cas, El Cojo, 1895

Los papeles del prelado

El arzo­bis­po con­fiesa, en doc­u­men­tos de su propiedad, que usó espías en el cuer­po belig­er­ante, de los cuales ofrece una lista con nom­bres y car­gos den­tro de la orga­ni­zación ecle­siás­ti­ca, y afirma:

«Las per­sonas, mis con­fi­dentes, insin­u­adas de quienes me valía en el cen­tro mis­mo del Con­gre­so para saber­lo todo, como para que se man­tu­viese aún en él un par­tido sano e inal­ter­able a favor de la religión y la Monar­quía Españo­la, que eran el Doc­tor Mon­tene­gro, Cura de La Can­de­lar­ia (en el día difun­to, con mucho dolor mío y del públi­co), el Doc­tor Don Manuel Vicente Maya, cura de la Cat­e­dral; el Doc­tor D. Juan Nepo­mu­ceno Quin­tana, Cat­e­dráti­co de la Moral; el Pres­bítero Doc­tor D. Rafael de Escalona, hom­bre hábil y ejem­plar; y el Doc­tor D. Juan Anto­nio Díaz Argote, Cura de La Guaira; estas digo, y otras per­sonas si no me fueron bas­tantes para acel­er­ar las man­io­bras intrínse­cas, como yo habría desea­do, si no fuese el con­tin­uo y fun­da­do temor de ver­nos todos ane­ga­dos en san­gre, me sirvieron a lo menos después para cor­rob­o­rar y exten­der la mis­ma opinión intrínse­ca, y extrínse­ca­mente a favor del Rey, y de cuan­to importa­ba al bien gen­er­al y par­tic­u­lar de estos país­es y de sus rep­re­sen­tantes la abso­lu­ta cesación de la imag­i­nar­ia Repúbli­ca Vene­zolana.» (Memo­ri­ales sobre la inde­pen­den­cia de Venezuela… p. 158. Cita­do por Burgos).

Denodado y cauteloso

Para Coll y Prat no era impe­rioso asi­s­tir a los debates del Con­gre­so para estar al cor­ri­ente de todo lo que allí ocur­ría, o para cono­cer las razones que movían a los leg­is­ladores. «Sus espías se lo decían todo. Aunque lo inten­tó, no pudo evi­tar la Inde­pen­den­cia de Venezuela. Su per­son­al, aunque fuerte en cuan­to al dis­imu­lo y la impos­tu­ra, era débil numéricamente.»

 Curas agentes

Manuel Vicente de Maya y Nepo­mu­ceno Quin­tana, ambos sac­er­dotes e iden­ti­fi­ca­dos como “con­fi­dentes insin­u­a­dos” del arzo­bis­po en el seno del Con­gre­so, estu­vieron involu­cra­dos en nuevos episo­dios de espi­ona­je, según inves­ti­gación de Burgos. 

«En una cor­re­spon­den­cia inter­cep­ta­da por los patri­o­tas en 1812 se con­fir­mó lo que se creía sobre ellos: que eran agentes que actu­a­ban a la som­bra del arzo­bis­po Coll y Prat. El escrito mues­tra parte de lo que venían hacien­do los curas espías en favor de Mon­teverde y el vín­cu­lo que tenían con el arzobispo.»

Primer Con­gre­so de Venezuela, insta­l­a­do el 2 de mar­zo de 1811

El remi­tente de la comu­ni­cación ‑prosigue el historiador‑, en la que se rev­e­lan los vín­cu­los y las actua­ciones de los curas espías, es Anto­nio Muñoz Tébar, sec­re­tario de Guer­ra repub­li­cano. Los curas Manuel Vicente Maya y Juan Nepo­mu­ceno Quin­tana, que habían sido espías de Coll y Prat en el Con­gre­so, par­tic­i­paron en la propa­gación de noti­cias y en la agitación de los pueb­los del inte­ri­or de la Provin­cia de Cara­cas. Muñoz Tébar acusa la par­tic­i­pación de estos en lo que denom­i­na como una “per­ver­sa y crim­i­nal seduc­ción” que se desar­rol­la­ba en secre­to y que se artic­u­la­ba por medio del inter­cam­bio epis­to­lar. Para el sec­re­tario de Guer­ra es muy grave y cen­surable lo que hacen estos prela­dos, y en espe­cial el arzo­bis­po, tan­to lo es que solici­ta expre­sa­mente su expul­sión inmedi­a­ta del ter­ri­to­rio venezolano.

Agre­ga que las acciones de los curas en cuestión dan lugar a pen­sar que aparte de espi­ar al Con­gre­so de 1811, tam­bién sigu­ieron con la antigua prác­ti­ca en el pro­pio cam­po de batal­la para favore­cer a la Igle­sia y al ban­do realista.

Como dato curioso, al fal­l­e­cer Coll y Prat en Madrid, en diciem­bre de 1822, su sec­re­tario, el caraque­ño Tomás de Jesús Quin­tero, ordenó que le extra­je­sen el corazón e instruyó a los famil­iares del arzo­bis­po que lo envi­asen a Venezuela, lo que se real­izó años más tarde; hoy se afir­ma que está enter­ra­do en el pres­bi­te­rio de la cat­e­dral de Caracas.


Fuente: Andrés Eloy Bur­gos. La guer­ra invis­i­ble. Espía y espi­ona­je en la Guer­ra de Inde­pen­den­cia vene­zolana 1810–1821. Uni­ver­si­dad Católi­ca Andrés Bel­lo, 2017

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