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Nicolás Patiño y su invasión a Yaracuy

Mario R Tovar
Historiador y escritor

“Los Pueb­los que no hacen his­to­ria, sino sólo la sufren, tienen la ten­den­cia a con­sid­er­arse víc­ti­mas de los acon­tec­imien­tos todopoderosos e inhu­manos que no tienen sentido.” 

Han­na Arendt, cita­da por Ángel Rafael Lom­bar­di Boscán
Diario Tal Cual 
(25–03-2021)

Gen­er­al Nicolás Patiño Sosa

Como bien lo desta­ca el his­to­ri­ador yaracuyano Juan Vicente Navas Miralles (1962), en su impor­tante tex­to tit­u­la­do: “Vida Políti­ca y Mil­i­tar de Yaracuy: 1855–1945”, especí­fi­ca­mente en el capí­tu­lo IX de este libro, donde reseña los actos hos­tiles que se habían pre­sen­ta­do entre los esta­dos Lara y Yaracuy a raíz del desconocimien­to por parte de la Asam­blea Leg­isla­ti­va del entonces esta­do Barquisimeto.

Este hecho que se con­cretó a raíz del decre­to con fecha del 31 de enero de 1865, emana­do por esa insti­tu­ción larense a través del cual no acept­a­ban la legal­i­dad de lo real­iza­do por la Asam­blea Leg­isla­ti­va yaracuyana, de incluir en la Ley de División Políti­co-Ter­ri­to­r­i­al de 1864, los caseríos Nuare y Nuar­i­to como pertenecientes a Yaracuy, por cuan­to la leg­is­latu­ra bar­quisimetana sostenía que ambos caseríos forma­ban parte des­de hacía mucho tiem­po de la Par­ro­quia Buría de aquel esta­do, y en con­se­cuen­cia, encar­gó al poder ejec­u­ti­vo defend­er los dere­chos ter­ri­to­ri­ales del esta­do, en un claro acto que incitó al beli­coso pres­i­dente del Esta­do Bar­quisime­to Nicolás Patiño, para que tomara armas con­tra su veci­no esta­do Yaracuy, lo que no tardó en producirse. 

Sobre Patiño escribiría el recono­ci­do his­to­ri­ador larense José Gil For­toul en su His­to­ria Con­sti­tu­cional de Venezuela lo sigu­iente: “(…) Nuevos gen­erales como Nicolás Patiño, un bár­baro que ape­nas sabía gara­batear su firma.”

Den­tro de este con­tex­to, refiere Navas Miralles que esta autonomía dis­pues­ta para los esta­dos fed­erales den­tro del país a la fecha, era tal, que el gen­er­al Patiño, apoy­a­do en la amis­tad que tenía con el Mariscal Juan Crisós­to­mo Fal­cón y con una leg­is­latu­ra incondi­cional, le lle­van a pon­erse en armas con­tra el esta­do Yaracuy, bus­can­do dirim­ir aque­l­la  con­tro­ver­sia territorial. 

Pero sin duda algu­na, esta agre­si­va acti­tud influyó mucho en el áni­mo de los yaracuyanos y dividió a la opinión públi­ca; unos se declar­a­ban con­trar­ios a la exi­gen­cia, mien­tras otros la defendían. En tal orden de ideas, en los depar­ta­men­tos de Yaritagua, Urachiche, Sucre y San Felipe, los gru­pos par­tidar­ios de la desin­te­gración del esta­do, real­iz­a­ban impor­tantes man­i­festa­ciones has­ta lograr que los con­ce­jos munic­i­pales se pro­nun­cia­ran por ella. 

En ese esce­nario lle­ga el año de 1866 y el 9 de enero, la asam­blea leg­isla­ti­va bar­quisimetana acogió los deseos de anex­ión man­i­fes­ta­dos por los cuer­pos edi­li­cios antes cita­dos, como una declaración solemne y decidió en con­se­cuen­cia, incor­po­rar al ter­ri­to­rio de Esta­do Bar­quisime­to, los depar­ta­men­tos que así lo habían pedi­do, y a que los otros que se oponían a esta extrema medi­da, con­ser­varían su autonomía.

Dadas estas cir­cun­stan­cias, el gen­er­al Nicolás Patiño se dirige el 18 de enero de 1866 a la cámara leg­isla­ti­va, infor­man­do que en San Felipe: “Algunos pocos mal avenidos con el pen­samien­to gen­er­al”, obsta­c­uliz­a­ban la pos­esión y ejer­ci­cio de los fun­cionar­ios nom­bra­dos por el gob­ier­no bar­quisimetano y en con­se­cuen­cia, pedía se le dier­an fac­ul­tades extra­or­di­nar­ias para man­ten­er el orden y hac­er cumplir los actos emana­dos de la ilus­tre asamblea. 

De esta declaración del gen­er­al Patiño se deja­ba entr­ev­er clara­mente que los con­ce­jos munic­i­pales que se habían pro­nun­ci­a­do por la anex­ión, no inter­pre­taron el sen­tir unán­ime del pueblo yaracuyano al tomar aque­l­la insóli­ta res­olu­ción y que habían obra­do pre­cip­i­tada­mente, sin el respal­do may­ori­tario que nece­sita­ba aquel desca­bel­la­do e incon­sti­tu­cional acto. 

El mis­mo día, Patiño dic­tó un decre­to lla­man­do a dos mil hom­bres de la mili­cia al ser­vi­cio acti­vo de las armas, orde­nan­do además la reor­ga­ni­zación del ejérci­to. Se apresta­ba de esa man­era a realizar un acto béli­co con­tra su veci­no, como si se tratase de invadir un ter­ri­to­rio extran­jero; has­ta allá lle­ga­ba la autonomía que pro­fesa­ban los gen­erales fed­er­al­is­tas de chopo y piedra.

En este orden de ideas, según apun­ta Navas Miralles, sigu­ien­do la cos­tum­bre, el 20 de febrero de ese año se reunió en Cara­cas el Con­gre­so Nacional y el Esta­do Yaracuy estu­vo rep­re­sen­ta­do en la Cámara del Sena­do por el gen­er­al Nar­ciso Pár­ra­ga y por don Agustín Rivero; mien­tras que en la Cámara de Diputa­dos esta­ban los doc­tores Cres­cen­cio Mon­tero y Tulio Álvarez de Lugo, además de Juan Bautista Blan­co, José Joaquín Fre­ites, Mar­i­ano González y Juan González, respectivamente. 

Tras meses de ten­sión en la región, final­mente llegó el fatídi­co día cuan­do el gen­er­al Nicolás Patiño y sus huestes invaden el ter­ri­to­rio del Yaracuy, obligan­do al gen­er­al Col­menares a trasladar la sede del gob­ier­no a Nir­gua. A este respec­to, Patiño no tar­da en ocu­par San Felipe y al resto de pueb­los que se habían pro­nun­ci­a­do por volver a pertenecer al esta­do Barquisimeto.

Igle­sia Matriz de San Felipe

Ante estos graves acon­tec­imien­tos que per­turba­ban la paz de la Repúbli­ca, el Con­gre­so Nacional tomó seguida­mente car­tas en el asun­to y entró a con­sid­er­ar la doc­u­mentación que le fue pre­sen­ta­da; y con fecha del 14 de mar­zo de 1866, descono­ció como era lógi­co, los actos real­iza­dos por la asam­blea y el ejec­u­ti­vo bar­quisimetano. Asimis­mo declaró que el Yaracuy debía volver al ejer­ci­cio de su autonomía en todo el ter­ri­to­rio que le fue recono­ci­do por la Con­sti­tu­ción de 1864. 

Por su parte, el artícu­lo 1° de la decisión dic­ta­da en aque­l­la opor­tu­nidad decía textualmente: 

“El Esta­do Yaracuy ha sido y es de dere­cho uno de los esta­dos inde­pen­di­entes de la Unión Vene­zolana, sin que hayan podi­do despo­jar­le de este carác­ter los hechos irreg­u­lares ocur­ri­dos en los depar­ta­men­tos de Yaritagua, Urachiche, Sucre y San Felipe, los días 2, 4 y 6 de enero últi­mo. En tal con­cep­to, el Esta­do Yaracuy debe volver al libre, tran­qui­lo y pací­fi­co ejer­ci­cio de su autonomía en toda la exten­sión del ter­ri­to­rio que le fue recono­ci­do por la Constitución.”

Estos dramáti­cos acon­tec­imien­tos oblig­an al Mariscal Juan Crisós­to­mo Fal­cón empren­der por vía ter­restre su via­je de regre­so de Coro a Cara­cas, y al poco tiem­po establece con­tac­to con los belig­er­antes, quienes con­vinieron gra­cias a un trata­do fir­ma­do en Gua­ma el 14 de abril de 1866, pon­er fin a la lucha, recono­cien­do como Pres­i­dente Pro­vi­sion­al de Yaracuy a Cir­i­lo María Alvara­do, mien­tras se nor­mal­iz­a­ba la situación y se ver­i­fi­ca­ban las elecciones.

Juan Crisós­to­mo Fal­cón, 1863

Este arreg­lo se hizo en base al Acuer­do dic­ta­do por el Con­gre­so Nacional, que ampa­ra­ba la sober­anía e inde­pen­den­cia del Yaracuy. Luego de ello, el Mariscal pres­i­dente se des­pidió de los yaracuyanos con una procla­ma en la cual les acon­se­ja­ba el don pre­cioso de la paz. Como con­se­cuen­cia de ello, el per­iódi­co “El Fed­er­al­ista” de Cara­cas, edi­to­ri­al­izó en los sigu­ientes  términos: 

“No es cier­to que la Fed­eración esté estable­ci­da y mucho menos con­sol­i­da­da, puesto que hacia el inte­ri­or de los esta­dos despedazan sus propias entrañas, o se despedazan los unos a los otros, y el Pres­i­dente Fed­er­al tiene que ir de la una a la otra parte desar­man­do bra­zos y cal­man­do iras (…) La Hacien­da Públi­ca se hal­la en el esta­do más deplorable, no tan­to por fal­ta de recur­sos, sino por fal­ta de moral­i­dad; moral­i­dad que podría estable­cerse si se creara la san­ción por el esfuer­zo y el juicio de los que políti­ca­mente  estando en lo alto, tienen la rep­re­sentación popular.”

Por últi­mo, reuni­da la Asam­blea Con­sti­tuyente nom­bra como pres­i­dente del Esta­do Yaracuy al gen­er­al Juan Fer­mín Col­menares, quien tomó pos­esión del car­go el 1° de julio de 1866. Catorce días después que­da san­ciona­da la nue­va Con­sti­tu­ción Region­al y según su artícu­lo 15: 

“El Poder Leg­isla­ti­vo se ejer­cía por una Asam­blea de Diputa­dos de los Depar­ta­men­tos a razón de tres por cada uno; y por Con­ce­jos en sus respec­tivos Departamentos.” 

Final­mente, se disponía que el pres­i­dente del Esta­do sería elegi­do por votación uni­ver­sal, direc­ta y sec­re­ta. En cada Depar­ta­men­to habría un Pre­fec­to nom­bra­do de igual for­ma y para suplir sus fal­tas, el con­ce­jo respec­ti­vo nom­braría un des­ig­na­do; mien­tras que en cada dis­tri­to habría un jefe Civ­il nom­bra­do tam­bién por votación pop­u­lar y sería agente del Pre­fec­to depar­ta­men­tal correspondiente. 

Con ello, se legit­i­marían las nuevas autori­dades políti­cas de la región, quedan­do sol­ven­ta­da la poco divul­ga­da invasión del gen­er­al bar­quisimetano Nicolás Patiño al ter­ri­to­rio yaracuyano, aque­l­los funestos días de 1866.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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