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Pablo Morillo y su estancia en Yaracuy

Mario R. Tovar G. 
Historiador

“(…) La acción de Moril­lo, es su consigna de arrasar­lo todo. 
Su designio parece haber sido el de consolidar, 
no solo en Venezuela, sino hacia el oeste, la posi­ción de los colonialistas.” 
Miguel Acos­ta Saignes (1997)

Pablo Moril­lo en 1815

Don Pablo Moril­lo obtu­vo el gra­do de teniente gen­er­al español y desem­peñó el car­go de coman­dante del Ejérci­to Expe­di­cionario de Cos­ta Firme en la Guer­ra de Inde­pen­den­cia de Venezuela y Colom­bia. Nació en Fuentese­cas, España, el 05 de mayo de 1778 y fueron sus padres Loren­zo y María Morillo. 

En 1791 se alistó en el Real Cuer­po de Mari­na español. En agos­to de 1794 par­ticipó durante la guer­ra de España con­tra Fran­cia en la acción de las Culleras. En 1797 fue ascen­di­do a sar­gen­to segun­do, y en 1805, a bor­do del San Ilde­fon­so, tomó parte en la batal­la de Trafal­gar, donde fue heri­do y hecho pri­sionero por los ingleses. 

El 19 de julio de 1808 con el gra­do de sub­te­niente, tomó parte en la batal­la de Bailén con­tra las tropas de Napoleón Bona­parte, durante la guer­ra de Inde­pen­den­cia españo­la, con­se­cuen­cia de la invasión de España por los france­ses. El 22 de enero de 1809 fue pro­movi­do al gra­do de capitán del regimien­to de Vol­un­tar­ios de España y envi­a­do a Gali­cia para hac­er frente a los sol­da­dos de Bona­parte. En 1810, al man­do de una división volante, actuó en la sor­pre­sa de Mil­lara­da el 29 de mayo y en las acciones de Cas­tro de Faria (mayo-junio).

Por orden de la Regen­cia del reino español, fue pro­movi­do a mariscal de cam­po, el 3 de julio de 1813, en reconocimien­to a su actuación en la batal­la de Vito­ria libra­da el 21 de junio de 1813, al frente de la primera división de infan­tería del Cuar­to Ejérci­to. Como con­se­cuen­cia de una nue­va sal­i­da de Napoleón en cam­paña, en 1814, fue reforza­da la línea de los Piri­neos, ocu­pa­da por los ali­a­dos; en esa opor­tu­nidad enfren­tó de nue­vo a los france­ses en su ter­reno, el 26 de enero de 1814; 4 veces con­sec­u­ti­vas se apoderó Moril­lo de las posi­ciones con­trarias y al final las aban­donó ante la lle­ga­da de numerosos con­tin­gentes enemigos. 

En ese mis­mo año, jun­to a lord Welling­ton, Moril­lo par­ticipó en la operación cuyo resul­ta­do fue la der­ro­ta del Ejérci­to francés man­da­do por el mariscal Soult en Orthez (Fran­cia), el 27 de febrero. Final­iza­da la guer­ra de Inde­pen­den­cia de España y vuel­to Fer­nan­do VII al trono, fue des­ig­na­do el mariscal de cam­po Moril­lo al man­do de una expe­di­ción des­ti­na­da a Venezuela. En este sen­ti­do, el 14 de agos­to de 1814 recibió su nom­bramien­to de coman­dante de la expe­di­ción y capitán gen­er­al de las provin­cias de Venezuela.

El 17 de febrero de 1815 sal­ió de Cádiz la expe­di­ción de Moril­lo con 18 bar­cos de guer­ra y 42 trans­portes en los cuales via­ja­ban 500 ofi­ciales y 10.000 indi­vid­u­os de tropa, repar­tidos en 6 regimien­tos de infan­tería y otras unidades de caballería, inge­niería, artillería y ser­vi­cios. La expe­di­ción llegó el 7 de abril de ese año a la isla de Mar­gari­ta, donde comen­zó Moril­lo sus acciones mil­itares y políti­cas que llamó de “Paci­fi­cación de Cos­ta Firme”.

De Mar­gari­ta se trasladó a Cara­cas, Puer­to Cabel­lo y luego Carta­ge­na de Indias a la que puso sitio des­de el 6 de diciem­bre de 1815 has­ta el diciem­bre de 1815, fecha en la que la que las fuerzas real­is­tas entraron a la ciu­dad. En reconocimien­to a las opera­ciones de Moril­lo en Carta­ge­na, Moril­lo recibió el títu­lo de conde de Carta­ge­na. Luego de este primer tri­un­fo mil­i­tar, el obje­ti­vo de Moril­lo fue el con­trol de Nue­va Grana­da, lo cual con­sigu­ió en 1816, pasan­do nue­va­mente a Venezuela para reducir de man­era defin­i­ti­va los focos de resisten­cia que ali­menta­ba Simón Bolí­var, José Anto­nio Páez, Juan Bautista Aris­men­di, José Tadeo Mon­a­gas, Manuel Piar y otros.

Una vez en ter­ri­to­rio vene­zolano Moril­lo envió des­de Guas­d­u­al­i­to (comien­zos de 1817) al brigadier Miguel de la Torre a Guayana mien­tras él se dirigía a Mar­gari­ta, donde llevó a cabo algu­nas opera­ciones sin resul­ta­dos deci­sivos. Pos­te­ri­or­mente, como con­se­cuen­cia de la toma de Guayana por Bolí­var, regresó Moril­lo a Tier­ra Firme en 1818, enfren­tán­dose al Ejérci­to repub­li­cano en los llanos y sien­do der­ro­ta­do en Cal­abo­zo, el 12 de febrero. Después der­rotó a Bolí­var en la batal­la de Semen, en la cual recibió Moril­lo una grave heri­da. Como pre­mio por esta vic­to­ria le fue otor­ga­do el títu­lo de mar­qués de La Puerta.

En junio de 1820, acatan­do órdenes proce­dentes de España, juró e hizo jurar en el ter­ri­to­rio vene­zolano dom­i­na­do por las armas real­is­tas fidel­i­dad a la Con­sti­tu­ción de Cádiz, a la vez que abrió nego­cia­ciones con las autori­dades de la Repúbli­ca, envian­do comi­sion­a­dos ante el Con­gre­so de Angos­tu­ra, ante el Lib­er­ta­dor Simón Bolí­var y otros altos jefes patri­o­tas. Las nego­cia­ciones tuvieron éxi­to, y el 25 de noviem­bre de 1820 suscribió con Bolí­var un trata­do de sus­pen­sión de hos­til­i­dades por 6 meses y el 26 otro, que se llamó de Reg­u­lar­ización de la Guerra. 

Después de entre­vis­tarse con Bolí­var en el pueblo tru­jil­lano de San­ta Ana, donde los jefes brindaron por la paz y dur­mieron bajo un mis­mo techo, Moril­lo regresó en diciem­bre a España, donde prestó ser­vi­cios a su patria como capitán gen­er­al de Castil­la la Nue­va durante el resto del trienio lib­er­al. Al ser restau­ra­do en España el rég­i­men abso­lutista por Fer­nan­do VII, emi­gró a Fran­cia en 1823. Años después regresó a España, donde ejer­ció man­dos mil­itares durante el ini­cio de la primera guer­ra carlista. Final­mente muere a los 58 años en Baréges, Fran­cia, el 27 de julio de 1837, país donde via­jó bus­can­do aliv­io a su frágil salud.

La ham­bruna en el sitio de Cartagena 

“Dadme un Páez, Majes­tad, y mil lanceros del Apure y pon­dré Europa a vue­stros pies.” 
Pablo Moril­lo noti­f­i­can­do al Rey su der­ro­ta en la Batal­la de las Que­seras del Medio en Apure, el 02 de abril de 1819.

El 18 de octubre de 1815 lle­ga el lla­ma­do “Paci­fi­cador Pablo Moril­lo” a las costas de Carta­ge­na, proce­dente de Venezuela; pero antes, en San­ta Mar­ta, había declar­a­do en una procla­ma que: “(…) Se dirigía a Carta­ge­na en bus­ca de Bolí­var, autor de los may­ores hor­rores de anar­quía”. Moril­lo, una vez insta­l­a­do en esa ciu­dad, pres­en­ció dan­tescas esce­nas de ham­bruna gen­er­al­iza­da que afecta­ba a la población repub­li­cana, cuyos sufrim­ien­tos fueron resum­i­dos por O´Leary en sus Memo­rias, de la sigu­iente manera: 

“En noviem­bre la situación de los siti­a­dos toca­ba el extremo de la mis­e­ria. Todos los víveres se habían ago­ta­do, la carne de cabal­lo y de mula, de asnos, de per­ros, gatos y ratas, des­de hacía algún tiem­po había sido el úni­co ali­men­to y aún este se dis­tribuía con tal par­si­mo­nia, que el ham­bre de aque­l­los des­gra­ci­a­dos, forza­dos por la necesi­dad de con­ser­var la vida con tan repug­nante y mal­sano ali­men­to, ape­nas logra­ba aplacarse.”

En tal con­tex­to, el sitio de Carta­ge­na con­tin­uó has­ta diciem­bre y ya para esa fecha se había agudiza­do el ham­bre, has­ta el pun­to de que los cen­tinelas caían muer­tos en sus puestos y los ofi­ciales no podían cumplir sus ser­vi­cios. A tales efec­tos escribe O´Leary:

“El ejérci­to siti­ador sufría las penal­i­dades irrepara­bles del ser­vi­cio acti­vo, en un país cuyo cli­ma no podían sopor­tar las tropas euro­peas recién lle­gadas. Las enfer­medades habían hecho hor­ri­bles estra­gos en sus filas y si la ciu­dad hubiera podi­do sosten­erse un mes más, todos los cuer­pos europeos habrían queda­do imposi­bil­i­ta­dos para el ser­vi­cio mil­i­tar (…) la división de van­guardia com­pues­ta casi exclu­si­va­mente de amer­i­canos había sido emplea­da siem­pre donde quiera había peli­gro o un tra­ba­jo fuerte y penoso”. 

Heráldica pas­aporte mil­i­tar de Pablo Morillo

El 5 de diciem­bre de 1815, luego de una larga y angus­tiosa resisten­cia de parte de las tropas y población repub­li­cana, los cartagi­ne­ses aban­donaron su ciu­dad, para embar­carse huyen­do de la mor­tal ham­bruna a que habían sido someti­dos fer­oz­mente por las tropas real­is­tas. Tras ello, Pablo Moril­lo entra a Carta­ge­na el 6 de diciem­bre de 1815, pro­ce­di­en­do de inmedi­a­to a fusilar a 60 ofi­ciales patri­o­tas, a numerosos sol­da­dos y a tre­scien­tos veci­nos que habían preferi­do quedarse, dada su extrema debil­i­dad que impidió una hui­da sal­vado­ra, resul­tan­do víc­ti­mas fatales del lla­ma­do “Paci­fi­cador Morillo”. 

Final­mente, según O´Leary, en esa cam­paña se der­ramó la san­gre gen­erosa de los hijos más ilus­tres de la Nue­va Grana­da; allí perecieron Cami­lo Tor­res, Torices, Cama­cho, Lozano, Gutiér­rez y Pom­bo y el sabio patri­o­ta Cal­das; en razón de ello: “la con­duc­ta de Moril­lo en San­ta Fe hizo más daño a la causa real­ista que la der­ro­ta más desastrosa.”

En Gua­ma y Yaritagua

Refiere en sus “Memo­rias” el céle­bre pin­tor guameño Carme­lo Fer­nán­dez, que durante el año de 1815 pasó por Gua­ma el gen­er­al Pablo Moril­lo, en un via­je rum­bo hacia Bar­quisime­to y a quien pudo ver de cer­ca, cuan­do éste llegó con su séquito de visi­ta a casa de su tío Domin­go Suárez; hijo del primer mat­ri­mo­nio de su abuela mater­na doña María Violante Her­rera, con un señor de apel­li­do Suárez. 

A este respec­to, su tío Domin­go ejer­cía para la fecha el car­go de teniente Regi­dor en la juris­dic­ción de Gua­ma; razón por la cual se preparó días antes para agasa­jar como mejor podía a tan impor­tante vis­i­tante, ofre­cién­dole en con­se­cuen­cia, un sucu­len­to almuer­zo el día de su lle­ga­da. Estando en esos men­esteres, cuen­ta Fer­nán­dez una anéc­do­ta que pres­en­ció en esa ocasión, cuan­do escu­cho al coro­nel Matías Escuté, edecán de Moril­lo, decir­le que: “Domin­go Suárez, teniente cor­regi­dor de aquel pueblo, era her­mano del fac­cioso Páez”, y tras oír esto, Moril­lo deja de com­er por un momen­to, respon­di­en­do lacónicamente: 

“Si, si, ya lo sabía yo”, y con­tinúa con su almuer­zo. A todas estas, su tío Domin­go, quien esta­ba detrás del asien­to de Moril­lo, sirvién­dole como cri­a­do y sin inmu­tarse, añade: “Es ver­dad; pero Anto­nio (José Anto­nio Páez), es un per­di­do que anda por los llanos”.

Años después, prosigue su rela­to Carme­lo Fer­nán­dez, oyó al tío Domin­go referir con risa este mis­mo rela­to en Valen­cia a su otro tío José Anto­nio con gra­ciosa ingenuidad, y por esas casu­al­i­dades de la vida, tam­bién esta­ba pre­sente en esa ocasión el antiguo edecán de Moril­lo, coro­nel Matías Escuté quien aho­ra cumplía esas mis­mas fun­ciones para el gen­er­al Paéz; evi­den­cián­dose con ello, una vez más los famosos saltos de talan­quera comunes en nues­tra his­to­ria repub­li­cana y muy pro­pios del  Mar­qués del Toro en el pasa­do; o al mejor esti­lo alacrán de estos aci­a­gos tiempos.

Entre­vista Bolí­var y Morillo

Den­tro de este con­tex­to, Carme­lo Fer­nán­dez plas­ma en sus memo­rias los ras­gos per­son­ales de don Pablo Moril­lo, describién­do­lo como un hom­bre de alta estatu­ra, bizarro y airoso como mil­i­tar. Big­ote y cejas col­or trigueño rosa­do y ceji­jun­to tan­to, que eso, y el labio infe­ri­or saliente, daban un gesto amar­go a su fisonomía que era cier­ta­mente el ros­tro de un sol­da­do vet­er­a­no, bien que su aspec­to no anun­cia­ba ser un hom­bre de más de 45 años. 

Auna­do a eso, añade Fer­nán­dez, que acer­carse a él era un moti­vo de miedo y ter­ror, quien ese día en Gua­ma, vestía una casaca cor­ta de paño azul, con bor­da­dos dora­dos en el cuel­lo y boca­man­gas, pan­talón blan­co de pun­to, botas altas y una cachucha de larga vis­era. Monta­ba un cabal­lo grande y her­moso enjae­ta­do con el lujo ade­cua­do a su per­sona. Mien­tras su séquito se com­ponía de algunos ede­canes, un esta­do may­or y un piquete de húsares.

Años después, cuan­do Carme­lo Fer­nán­dez se encon­tra­ba vivien­do en Yaritagua en casa de su pari­ente cer­cano y cura pudi­ente de ese can­tón, el pres­bítero Jesús Gales, de quien recibiría en teoría las primeras enseñan­zas; pero en hon­or a la ver­dad, con­fiesa Fer­nán­dez, la may­or parte del tiem­po el referi­do cura lo ocu­pa­ba en car­gar yer­ba y mal­o­jo para sus bes­tias y otros ofi­cios de condi­ción baja y ruin, que era oblig­a­do a hac­er diari­a­mente en con­jun­to con las tar­eas domés­ti­cas de rigor. 

Aho­ra bien, estando en esas penosas ocu­pa­ciones, tuvo la opor­tu­nidad de ver por segun­da ocasión al lla­ma­do “Paci­fi­cador” y gen­er­al don Pablo Moril­lo en 1820, cuan­do éste regresa­ba de su céle­bre entre­vista con Bolí­var en San­ta Ana de Tru­jil­lo, donde ambos acor­daron el céle­bre “Trata­do de Armisti­cio y Reg­u­lar­ización de la Guer­ra”, que tuvo entre otros efec­tos inmedi­atos, según Fer­nán­dez, per­mi­tir la comu­ni­cación entre famil­iares y ami­gos sep­a­ra­dos por la guer­ra; unos en ter­ri­to­rio español y otros donde residían los patri­o­tas o inde­pen­di­entes, tal como fue el caso de su madre Luisa Páez, quien pudo via­jar de Gua­ma hacia Apure para encon­trarse con su her­mano José Anto­nio y con su esposo José María Fer­nán­dez, quien muere al poco tiem­po en el pueblo de Pedraza o en el de Canaguá, según aco­ta Carme­lo Fer­nán­dez, en una dura época cuan­do ape­nas rond­a­ba los 12 años de edad.

Aho­ra bien, tam­bién refiere el con­no­ta­do pin­tor yaracuyano sobre este segun­do encuen­tro con Moril­lo en Yaritagua, en momen­tos cuan­do éste gen­er­al regresa­ba con la res­olu­ción de embar­carse por Puer­to Cabel­lo rum­bo a España, como en efec­to sucedió. 

Ese mis­mo año de 1820, recuer­da que se acan­tonó en Bar­quisime­to el batal­lón 1° Valencey com­puesto de vet­er­a­nos españoles penin­su­lares, y como en la mis­ma época llegó a Yaritagua el Escuadrón Húsares de Fer­nan­do VII, y en la dis­tribu­ción de alo­jamien­tos fue a posar en la casa del cura Jesús Gales, el por­ta-estandarte de aquel cuer­po, cuyo nom­bre era don Ven­tu­ra, como todos le llam­a­ban; y en ese momen­to uno de sus asis­tentes le pre­gun­tó a Carme­lo si era cier­to que él era sobri­no de Páez, comen­tan­do además que: “sería bueno dar­le una tan­da de azotes por ello”; y aunque aque­l­las pal­abras fueron dichas en tono de bro­ma y chan­za, aquél agrio comen­tario del sol­da­do le inspiró ter­ror y odio hacia los mil­itares españoles a quienes años después com­bat­iría con un acen­dra­do patri­o­tismo repub­li­cano durante la exi­tosa Cam­paña del Sur; impeca­ble­mente ini­ci­a­da por El Lib­er­ta­dor Simón Bolí­var y cul­mi­na­da por el Gran Mariscal de Ayacu­cho, Anto­nio José de Sucre, acom­paña­do entre otros por los gen­erales vene­zolanos Juan José Flo­res y Rafael Urdane­ta, bajo cuyas órdenes tam­bién sirvió el ilus­tre prócer yaracuyano, coro­nel José Joaquín Veróes.

CorreodeLara

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