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Presbíteros yaracuyanos frente a la gesta emancipadora

Mario R. Tovar G
Historiador

“(…) Tengo la especial de mis comitentes, expresada en las instrucciones que me han dirigido en forma auténtica, y en las que una de ellas se contrae a este caso de la Independencia, prohibiéndome por varias razones, que exponen, a acceder por ahora a su declaratoria”. 
Padre Manuel Vicente de Maya (1811) 

El 19 de Abril de 1810, géne­sis del movimien­to eman­ci­pador en nue­stro país en con­tra de las autori­dades monárquicas españo­las,  con­sti­tuyó  un históri­co even­to que sin duda algu­na polar­izó a los habi­tantes de las provin­cias vene­zolanas, unos a favor de per­manecer como  súb­di­tos vasal­los a la coro­na españo­la y otros en con­tra de este opro­bioso rég­i­men colo­nial, que durante tre­scien­tos lar­gos años gob­ernó a estas nacientes provin­cias del nue­vo reino. Encon­tradas posi­ciones que de igual man­era alcanzó al clero que hacía vida reli­giosa en los can­tones pertenecientes a esta vas­ta región yaracuyana, donde se vieron inmer­sos direc­ta­mente los pres­bíteros yaracuyanos que a con­tin­uación reseñamos.

Lien­do Lar­rea y el Club de los Sin Camisa 

“Yo soy el sin camisa, yo soy el sin cal­zones, porque me los robaron los españoles.” Estri­bil­lo com­puesto por  José Joaquín Lien­do y Lar­rea  en 1810.-

El Club de los sin Camisa fue un grupo disidente de la Sociedad Patrióti­ca, quienes eran par­tidar­ios  de emplear los medios más audaces para lograr su obje­ti­vo de acel­er­ar la Eman­ci­pación Nacional. En este sen­ti­do, este grupo de exal­ta­dos patri­o­tas querían suplan­tar al Con­gre­so de 1811 y al no lograr su cometi­do des­de la Sociedad Patrióti­ca, optaron por sep­a­rarse de ella, para for­mar tien­da aparte en el denom­i­na­do Club de los sin Camisa; grupo al que pertenecía el padre José Joaquín Lien­do y Lar­rea, cabeza de los revoltosos, quienes se reunían en  casa de doña Micaela Del­ga­do, pri­ma del pres­bítero, en cuyo hog­ar  éste hab­it­a­ba y además se fundó el cita­do Club de los sin Camisa; nom­bre que recuer­da a los Sans-coulote de la época de la Rev­olu­ción France­sa, según reseña el his­to­ri­ador Manuel Vicente Mag­a­l­lanes (1973).

Pos­te­ri­or­mente, estas reuniones pasaron a la res­i­den­cia de don Andrés Moreno, quien des­de el regre­so  de su prisión en Puer­to Rico, mostra­ba un evi­dente descon­tento. A este respec­to, el Con­gre­so había dec­re­ta­do en su hon­or una cade­na sim­bóli­ca, que llev­a­ba al cuel­lo, que decía: “La sufrí por la Patria”, pero ello no era sufi­ciente para sat­is­fac­er sus aspiraciones. 

Según Manuel Vicente Mag­a­l­lanes, lo poco que se sabe del Club de los sin Camisa, se infiere por la per­son­al­i­dad y algu­nas de las acciones tomadas por el padre Lien­do y Lar­rea, nat­ur­al de San Felipe y de unos trein­ta y ocho años aprox­i­mada­mente; hom­bre de ideas rad­i­cales y con­sid­er­a­do por muchos como excén­tri­co y estrafalario; dota­do de cual­i­dades para la ora­to­ria, quien expresa­ba con soltura las ideas hil­vanadas por su mente lib­er­taria, con la may­or sinceridad.

En tal sen­ti­do, Lien­do y Lar­rea fue un nato pro­pa­gan­dista de la rev­olu­ción; creía en ella, así como en ben­efi­cios que le repor­taría a la nación. Según la cróni­ca de la época,  durante la cel­e­bración del primer aniver­sario del 19 de Abril de 1810, dicho pres­bítero orga­nizó una man­i­festación has­ta las oril­las del Guaire, por­tan­do un retra­to de Fer­nan­do VII y al lle­gar  al río, lo sumergió tres veces en el agua para “ahog­ar” al infame rey. 

En sus acciones le acom­pañó Juan José Lan­dae­ta, así como el francés Pedro Anto­nio Leleux, quien vino con Miran­da des­de Lon­dres como su sec­re­tario. Por últi­mo, para 1813 Lien­do y Lar­rea  se encon­tra­ba pri­sionero, enjui­ci­a­do y enfer­mo de “flu­jo hemor­roidal”, bajo el cuida­do de su ami­go el doc­tor José María Var­gas, en espera de ser lib­er­a­do bajo fian­za, para irse a las Antil­las, como era su deseo. Final­mente, el Club de los sin Camisa fue un grupo de jacobi­nos criol­los surgi­dos de la Sociedad Patrióti­ca, quienes rep­re­sen­taron la primera división reg­istra­da en la his­to­ria de los par­tidos políti­cos en el país.

Tem­p­lo matriz de San Felipe

Juan José Bustil­los y su par­tic­u­lar Guer­ra en Aroa

Con­trario a lo que muchos pen­sábamos, durante la guer­ra de eman­ci­pación  nacional  el país no sufrió de una paráli­sis total y en tal con­tex­to, se seguían real­izan­do mat­ri­mo­nios, se abrían liti­gios, había vida uni­ver­si­taria y entre algunos de los sac­er­dotes dis­per­sos en las difer­entes provin­cias del país, surgían dis­putas rela­cionadas con las ide­ologías enfrentadas para la fecha, entre los  pro-monárquicos e independentistas. 

A este respec­to, la his­to­ri­ado­ra Inés Quin­tero coordinó un equipo inves­ti­gador que durante dos años se dieron a la tarea de inda­gar cómo fue la vida cotid­i­ana en estos cru­en­tos años, con el obje­to de reunir nuevas voces y hac­er una nue­va mira­da sobre nue­stro pasa­do, con la final­i­dad de ampli­ar y pro­fun­dizar en prob­le­mas, temas y situa­ciones igno­radas has­ta el momen­to por la his­to­ri­ografía; valiosa infor­ma­ción que sería pub­li­ca­da en un tex­to bajo el títu­lo de “Más Allá de la Guer­ra”, edi­ta­do en el 2008 bajo los aus­pi­cios de la Fun­dación Bigott. 

Pues bien, en este esclare­ce­dor libro, encon­tramos reseña­do un curioso liti­gio ocur­ri­do en 1812 en la población de Aroa, entre el  sac­er­dote asen­ta­do en este cura­to, el anciano pres­bítero Juan José Bustil­los y el Jus­ti­cia May­or de Aroa José Joaquín de Alto­laguirre, quien había orde­na­do apre­sar al anciano sac­er­dote, para luego enviar­lo detenido a la ciu­dad de Coro, debido a su apego a la causa repub­li­cana. A todas estas, es de destacar que el pres­bítero Bustil­los había ejer­ci­do durante más de trein­ta años el min­is­te­rio sac­er­do­tal del Valle de Aroa. 

Sin embar­go, la procla­mación de la inde­pen­den­cia, un año antes, lo dis­tan­ció de su feli­gresía, quienes en su may­oría man­tenían su leal­tad a las autori­dades real­is­tas. En razón de esa adhe­sión, al restau­rarse el orden manárquico, el Jus­ti­cia May­or Alto­laguirre encar­cela al reli­gioso, ini­cián­dose des­de ese momen­to  una encona­da rival­i­dad, ya que la estadía de Bustil­los en las incó­modas bóvedas de Coro duró lo mis­mo que tardó en restable­cerse el orden republicano. 

En 1813 el anciano sac­er­dote regre­sa a su cura­to, no sin lev­an­tar resque­mores entre el vecin­dario de Aroa y, en especí­fi­co, con su Teniente Jus­ti­cia May­or, José Joaquín Alto­laguirre. La exac­er­bación del con­flic­to entre patri­o­tas y real­is­tas acen­tuó las fric­ciones entre Bustil­los, Alto­laguirre y la grey de Aroa y en vista de ello, el anciano sac­er­dote sal­ió de su cura­to a la cer­cana y repub­li­cana local­i­dad de Gua­ma, donde se hospedó en la casa de su com­pañero de causa, Pedro Ibero, antiguo veci­no de Aroa.

En este sen­ti­do, al poco tiem­po Bustil­los es insta­do por Alto­laguirre a retornar a su cura­to, razón por la cual el sac­er­dote acude a su supe­ri­or direc­to, Matías Brizón, sac­er­dote de San Felipe, para que jus­ti­fi­case a las autori­dades de Aroa su pro­lon­ga­da ausen­cia. Pese a la jus­ti­fi­cación emi­ti­da des­de la casa par­ro­quial de San Felipe, el vecin­dario entendió la sal­i­da de su pres­bítero como una fuga, cuya inten­ción era fraguar algún plan con su par­cial Pedro Ibero, en con­tra de los habi­tantes de Canoabo y su Teniente Jus­ti­cia May­or Altolaguirre. 

No se equiv­o­ca­ban, ya que Bustil­los había ini­ci­a­do las dili­gen­cias nece­sarias ante el Capitán Gen­er­al Juan Manuel Caji­gal para que nom­brase a su ami­go Ibero como teniente interi­no de Aroa, cuyo nom­bramien­to logra, pero tam­bién ati­za las fric­ciones den­tro de Aroa y del ban­do real­ista de Alto­laguirre, quien  reac­ciona irri­ta­do ante la pres­en­cia patri­o­ta en Aroa, ini­cián­dose un largo pro­ce­so de más de cua­tro años para impug­nar este nom­bramien­to, tras lo cual man­dan largas misi­vas de impu­gnación a las autori­dades mil­itares y civiles para lograr su cometido. 

En 1816, Sal­vador de Moxó, como jefe mil­i­tar supe­ri­or de estas provin­cias recibe una de estas denun­cias y man­da abrir un expe­di­ente con­tra Bustil­los y  remite esta denun­cia al arzo­bis­po Nar­ciso Coll y Pratt, quien solici­ta al jefe real­ista prue­bas de la denun­cia y le recuer­da que para la época no se podían remover curas sin que el pro­ce­so sigu­iese los trámites estable­ci­dos por la ley. 

Por últi­mo,  le tocaría al pres­bítero yaracuyano Manuel Vicente de Maya dilu­ci­dar este con­flic­to, como encar­ga­do del arzo­bis­pa­do por ausen­cia del obis­po Coll y Pratt, apli­can­do dos sen­ten­cias: instó a Bustil­los a pre­sen­tar dis­cul­pas públi­cas y noto­rias  al teniente Alto­laguirre y le envió a la veci­na población de Dua­ca, para seguir acti­vo como sac­er­dote con la anu­en­cia de las autori­dades ecle­siás­ti­cas de la época, con­cluyen­do así esta par­tic­u­lar guer­ra del Padre Bustil­los en los valles de Aroa.

Igle­sia de Guama

Sal­vador Del­ga­do, diputa­do por Nir­gua en 1811

El Padre Del­ga­do (…) lejano en la geografía nacional, pero pal­pi­tante en el recuer­do vivo envuel­to en la nos­tal­gia patri­o­ta, de las sesiones de Cara­cas y Valen­cia, del Supre­mo Con­gre­so.” Nicolás Per­az­zo (1978).-

Sal­vador Del­ga­do,  pasó a las pági­nas de la his­to­ria region­al como El Padre Del­ga­do, y aunque no es nat­ur­al del esta­do  Yaracuy, es opor­tuno agre­gar que gra­cias a su digna actuación en la región, quedó sem­bra­do para la pos­teri­dad en el corazón de los yaracuyanos. 

En tal con­tex­to, es per­ti­nente recor­dar que nació en la vil­la pas­to­ril de Cal­abo­zo, el 25 de diciem­bre de 1774, fru­to del mat­ri­mo­nio de sus padres don Adrián Del­ga­do y doña Jose­fi­na Espinoza; ambos “blan­cos y de sig­nifi­cación económi­ca y social en el medio.” A este respec­to, Sal­vador Del­ga­do fue bau­ti­za­do por el rev­eren­do padre Fray José de Cara­cas, reli­gioso capuchi­no debida­mente autor­iza­do por el cura de la Vil­la de Todos los San­tos de Cal­abo­zo, Pbro. Bachiller don Juan Ángel Leal, quien actuó como padri­no en la san­ta Igle­sia Par­ro­quial de la Vil­la, a los trece días de naci­do, es decir, el 07 de enero de 1775. 

La infan­cia de Sal­vador Del­ga­do tran­scur­rió en la mis­ma población nati­va, dan­do man­i­festa­ciones de inteligen­cia despe­ja­da, de apego al estu­dio y cuan­do con­cluyó su apren­diza­je de las primeras letras, sus padres lo enviaron a Cara­cas en donde se capac­itó para ingre­sar en la Real y Pon­ti­f­i­cia Uni­ver­si­dad Met­ro­pol­i­tana, alcan­zan­do a los 18 años, el 25 de diciem­bre de 1792, el gra­do de Bachiller en Artes, paso pre­vio al logro de su aspiración sac­er­do­tal, pudi­en­do el 8 de noviem­bre de 1801, recibir con el reconocimien­to de su “apli­cación y capaci­dad de estu­di­ante”, el títu­lo de Doc­tor en Filosofía y Teología, habi­en­do cur­sa­do ya, por más de un año, Dere­cho Canóni­go, respectivamente.

Pos­te­ri­or­mente, el Padre Del­ga­do es des­ti­na­do al Cura­to de Doc­t­ri­na en la San­tísi­ma Trinidad de Cal­abo­zo; pero poco tiem­po iba a per­manecer entre los suyos, al ser des­ig­na­do para llenar la vacante de Vic­ario Forá­neo en la ciu­dad de Nir­gua, cuan­do con­ta­ba con 33 años de vida y 06 de su doc­tor­a­do universitario. 

En tal orden de ideas, el Padre Del­ga­do legaría a su nue­vo des­ti­no, el 27 de noviem­bre de 1807, investi­do además de las fun­ciones como Juez Ecle­siás­ti­co del Par­tido y Comis­ario Sub­al­ter­no de la San­ta Cruza­da, con el encar­go expre­so de aten­der a las necesi­dades del cul­to de Temer­la, pueblo car­ente de sac­er­dote y has­ta de un lugar para cel­e­brar los ofi­cios reli­giosos, tal como lo reseña don Nicolás Per­az­zo, en su Dis­cur­so de Incor­po­ración como Indi­vid­uo de Número de la Acad­e­mia Nacional de la His­to­ria, el 21 de sep­tiem­bre de 1978. 

Tiem­po después, con el voto unán­ime de los elec­tores cal­i­fi­ca­dos de Nir­gua, resul­ta elec­to  Diputa­do al Supre­mo Con­gre­so en 1811, donde com­parte  con el yaracuyano, Dr. Juan José de Maya, elec­to por San Felipe y fir­man ambos el Acta de Inde­pen­den­cia, el 05 de Julio de 1811. Tras ello regre­sa a Nir­gua, donde le sor­prende el Ter­re­mo­to de 1812; año en que se pierde la Repúbli­ca. Luego de ello, el Padre Del­ga­do es envi­a­do a la Par­ro­quia San­ta Ros­alía de Cara­cas, donde ejerce has­ta que fal­l­ece, el 7 de mayo de 1834.

Navar­rete, fiel defen­sor de la Independencia

“Instru­ir al pueblo es un ramo de nues­tra San­ta Lib­er­tad”. Fray Juan Anto­nio Navar­rete (27 de noviem­bre de 1811).-

El fraile yaracuyano Juan Anto­nio Navar­rete, nació en la población de Gua­ma, hace 272 años, el 11 de enero de 1749, se con­sti­tuyó en su tiem­po en un férreo defen­sor de la causa repub­li­cana. En tal con­tex­to y como prue­ba de ello, reseñó en el Libro Úni­co, folios 274 al 283 de su mon­u­men­tal obra enci­clopédi­ca, aún descono­ci­da por la may­oría de los vene­zolanos: “Arca de Letras y Teatro Uni­ver­sal”, noti­cias sobre los acon­tec­imien­tos ocur­ri­dos en su pro­pio tiem­po, que rev­e­lan a un hom­bre infor­ma­do e intere­sa­do en los asun­tos reli­giosos y políti­cos de su época, tal como la Con­spir­ación de Picor­nell y Cortez, así como la Expe­di­ción de Miran­da en 1806. 

Luego, en 1810 se declararía como un apa­sion­a­do de la causa inde­pen­den­tista en gen­er­al y de Fran­cis­co de Miran­da en par­tic­u­lar, a quien llamó: “Nue­stro dig­no patri­o­ta y paisano caraque­ño”. Pos­te­ri­or­mente diría de él: “Está ya lleván­dose las aten­ciones y esti­ma­ciones como suje­to dig­no de ellas, por su tal­en­to, expe­ri­en­cia y peri­cia en todas mate­rias, has­ta en inteligen­cia de Escrit­uras y Bib­lias Sagradas”.

A este respec­to y como dato curioso, dichos apuntes del Libro Úni­co, lle­garon has­ta agos­to de 1813, y sin embar­go, no men­cionó en ellos al Lib­er­ta­dor en ningún momen­to: tam­poco alude a otros per­son­ajes impor­tantes del acon­te­cer políti­co de los días de la Declaración de la Inde­pen­den­cia, ni se encuen­tra algu­na ref­er­en­cia a las reuniones del Con­gre­so Con­sti­tuyente de 1811. 

Asimis­mo el padre Juan Anto­nio Navar­rete, en su apego a la causa inde­pen­den­tista, sos­tu­vo algunos inci­dentes mien­tras ofi­cia­ba una misa en la igle­sia de San Pablo, el 27 de noviem­bre de 1811 a propósi­to de las fies­tas en hon­or a nues­tra Seño­ra de Copaca­bana y cuan­do quiso hablar sobre “Igual­dad”, el cura teniente de la dicha igle­sia, Pbro. Domin­go Lugo, le sonó la cam­panil­la para hac­er­lo callar. 

En tal sen­ti­do, Navar­rete debió molestarse en gra­do sumo, razón por la cual colocó en la puer­ta de la igle­sia un papel  que demues­tra un lengua­je bas­tante influ­en­ci­a­do por el movimien­to inde­pen­den­tista. Allí, entre otras ideas Navar­rete expresa­ba lo sigu­iente: “En Cara­cas esta­mos tra­ba­jan­do para destru­ir el despo­tismo, que no cesa en muchos petu­lantes; y  procu­ramos la feli­ci­dad para el ciudadano.”

En otra ocasión, el 4 de diciem­bre de 1811,  predicó en la igle­sia de San­ta Ros­alía y atacó dura­mente al padre Lugo, quien había reti­ra­do el papel con el referi­do escrito  y frente a ello,  colocó otro avi­so que decía: “Pueblo, aler­ta. El que ha quita­do el papel esta mañana está lleno de despo­tismo y si no andamos vivos, volver­e­mos a ser esclavos y la religión quedará vul­ner­a­da.” Final­mente al ser denun­ci­a­do, el Arzo­bis­po abrió una averiguación que no amer­itó un cas­ti­go para Navar­rete, fiel defen­sor de la causa inde­pen­den­tista nacional.

Manuel Vicente de Maya ante la Declaración de Independencia

El pres­bítero Manuel Vicente de Maya, nació en San Felipe El Fuerte, el 10 de mar­zo de 1767 y fueron sus padres Gabriel de Maya y Tel­lechea, y Gerón­i­ma Vidal. Se graduó en la Uni­ver­si­dad de Cara­cas como Bachiller en Cien­cias Ecle­siás­ti­cas, Cánones y Doc­tor en Cien­cias Ecle­siás­ti­cas; Cánones (1791); Licen­ci­a­do y Doc­tor en Leyes (1793); y de Doc­tor en Teología (1797).

Una vez orde­na­do como sac­er­dotes, ejerce la docen­cia como Cat­e­dráti­co de Latinidad y Sagra­dos Cánones; además, fue Cura Rec­tor de la par­ro­quia La Guaira y en 1811, se encuen­tra ejer­cien­do como Rec­tor de la Uni­ver­si­dad de Cara­cas, en momen­tos cuan­do resultó escogi­do para rep­re­sen­tar como diputa­do a la ciu­dad de la Gri­ta al Con­gre­so Con­sti­tuyente de 1811–1812, donde se destacó y pasó a la his­to­ria repub­li­cana, por su oposi­ción a la Declaración de Inde­pen­den­cia, sien­do el úni­co diputa­do que no la aprobó el 5 de Julio de 1811; pero sí fir­mó la Con­sti­tu­ción san­ciona­da en diciem­bre de ese año; caso con­trario de su her­mano el Dr. Juan José de Maya, fer­viente repub­li­cano, quien tam­bién resultó elec­to diputa­do ante dicho con­gre­so, en rep­re­sentación de su ciu­dad natal, San Felipe.

Den­tro de tal con­tex­to, al caer la Primera Repúbli­ca, se dedicó a ejercer como sac­er­dote en la par­ro­quia del Sagrario de la Cat­e­dral de Cara­cas; pero antes de ello, se había entre­vis­ta­do, en com­pañía de otros curas, con Domin­go de Mon­teverde en la ciu­dad de Valencia. 

Pres­bítero Manuel Vicente de Maya

Luego for­mó parte de la Jun­ta reuni­da por el jefe real­ista canario, el 04 de diciem­bre de 1812, con el obje­to de enfrentar “una con­ju­ración con­tra el gob­ier­no”, denun­ci­a­da por el jefe mil­i­tar de la Victoria. 

Tal como lo señala el his­to­ri­ador Manuel Donís Ríos (2012), Mon­teverde escribe al Min­istro de Guer­ra el 20 de enero de 1813, expresán­dole que la Jun­ta fue de la opinión, por una­n­im­i­dad, de que se arras­trase a los indi­vid­u­os peli­grosos y entre las per­son­al­i­dades que fir­maron las lis­tas, fig­uró el padre Maya, cat­a­lo­ga­do según la Relación escri­ta en 1813 por Pedro de Urquinaona y Par­do como: “el ven­er­a­ble cura del Sagrario Don Manuel Maya (…) y otros muchos (…) recomend­ables por su leal­tad y dig­nos de todo el apre­cio de la Nación”.

Tras la entra­da de Boves a Cara­cas, Maya da un ser­món “implo­ran­do ayu­da div­ina para el buen acier­to de Fer­nan­do VII” y en 1815, respal­da la lle­ga­da de Pablo Moril­lo al país. Final­mente en 1816, fir­ma un doc­u­men­to de apoyo al arzo­bis­po Nar­ciso Coll y Pratt, acu­sa­do de haber colab­o­ra­do con Bolí­var y cuan­do el prela­do via­ja a España para rendir cuen­tas, el padre Maya que­da como Gob­er­nador del Arzo­bis­pa­do con plenos poderes. 

En octubre de 1815, al padre Maya le cor­re­spondió redac­tar la defen­sa del Cabil­do Ecle­siás­ti­co, acu­sa­do por algunos ultra­r­real­is­tas de haber colab­o­ra­do vol­un­tari­a­mente con los repub­li­canos entre los años de 1813 y 1814 y además de ello, for­mó parte de la jun­ta de la vac­u­na anti­var­ióli­ca restable­ci­da en Cara­cas en 1815. 

Asimis­mo, Maya aprovechó la Encícli­ca Etsi Longis­si­mo del papa Pío XII (Roma, 30 de enero de 1816), según la cual la Igle­sia Católi­ca retoma el sueño de restau­rar la cris­tian­dad sobre la base jurídi­ca del “legit­imis­mo”; es decir, el prin­ci­pio por el cual la legit­im­i­dad sec­u­lar, con raíz en el Dere­cho Divi­no, val­id­a­ba la sober­anía de los gob­ier­nos. En la Car­ta Pas­toral pub­li­ca­da por el padre Maya en sus fun­ciones como Gob­er­nador del Arzo­bis­pa­do el 18 de octubre de 1818, tuvo como propósi­to fun­da­men­tal, quitar­le cualquier legit­im­i­dad y pon­er­le freno a la rev­olu­ción en marcha.

Por ello, el pres­bítero Maya argu­men­tó en este doc­u­men­to y sin ambages lo sigu­iente: “(…) Ven­er­a­bles pár­ro­cos y min­istros del Altísi­mo: tra­ba­jad infati­ga­ble­mente en enseñar e instru­ir a los pueb­los en el púl­pi­to, en el con­fe­sion­ario, en las con­ver­sa­ciones pri­vadas, que la obe­di­en­cia y fidel­i­dad para con nue­stro Sober­a­no el Señor D. Fer­nan­do Sép­ti­mo, es un deber de jus­ti­cia, y una obligación gravísi­ma de conciencia.

Disi­pad con dis­cur­sos sóli­dos, apoy­a­dos en las div­inas Escrit­uras, las nubes del error, que han inten­ta­do oscure­cer la ver­dad lumi­nosa de este pre­cep­to, que sólo puede dis­putar el orgul­lo y la sofis­tería de los filó­so­fos de estos últi­mos sig­los”. Según el his­to­ri­ador Donís Ríos (2012), para Maya, la rev­olu­ción, en sus con­cep­tos, rep­re­senta­ba un ataque al cris­tian­is­mo, en fin, una obra del demo­nio; razón por la cual redac­ta dicha Car­ta Pas­toral: “Uno de los más valiosos doc­u­men­tos de la his­to­ria de las ideas políti­cas y reli­giosas de Venezuela y cier­ta­mente el más impor­tante de los tex­tos doc­tri­nales del par­tido real­ista durante la Guer­ra de Inde­pen­den­cia, rep­re­sen­tó el choque entre el pen­samien­to mod­er­no y el tradi­cional que siem­pre estu­vo en el núcleo de todos los con­flic­tos en la Era de las Revoluciones.”

Final­mente, después de Carabobo en 1821, sigu­ió ejer­cien­do canóni­ca­mente como Vic­ario Gen­er­al y Gob­er­nador del Arzo­bis­pa­do de Cara­cas, pero las autori­dades patri­o­tas, sin perseguir­lo, se entendieron con el canóni­go José Suárez Agua­do y tras la muerte de Coll y Prat, el Cabil­do Ecle­siás­ti­co nom­bró a Suárez como Vic­ario Capit­u­lar y Gob­er­nador de la Arquidióce­sis, el 22 de abril de 1823; mien­tras el padre Maya ejer­ció como Canóni­go Tesorero.

 

Pero retomem­os su actuación entre los días 3 y 5 de julio de 1811, tiem­po cuan­do el padre Manuel Vicente de Maya, en su investidu­ra como diputa­do elec­to como rep­re­sen­tante de la Gri­ta, tuvo una par­tic­i­pación desta­ca­da en dicho con­gre­so con­sti­tuyente de dicho año. 

Den­tro de este con­tex­to, en la sesión del 3 de julio, Maya tomó la pal­abra y entre otras ideas expresó: “(…) Sien­do, pues, la declara­to­ria de Inde­pen­den­cia una mutación sus­tan­cial del sis­tema de gob­ier­no adop­ta­do por los pueb­los en la con­sti­tu­ción de sus rep­re­sen­tantes, nece­si­tan éstos una man­i­festación clara y expre­sa de aquél­los para obrar con­forme a sus poderes, y dar a este acto todo el val­or y legit­im­i­dad que él exige. 

Esta razón, que creo tan fuerte y poderosa, respec­to de todos los ilus­tres miem­bros que com­po­nen este respetable cuer­po, lo que es mucho más, respec­to de mí que, fuera de esta con­sid­eración gen­er­al, ten­go la espe­cial de mis comi­tentes, expre­sa­da en las instruc­ciones que me han dirigi­do en for­ma autén­ti­ca, y en las que una de ellas se con­trae a este caso de la Inde­pen­den­cia, pro­hibién­dome por varias razones, que expo­nen, a acced­er por aho­ra a su declara­to­ria”. Y como bien lo expre­sa el his­to­ri­ador Manuel Donís Ríos, acto segui­do pre­sen­tó las instruc­ciones y el sec­re­tario leyó la cláusu­la referi­da por el orador, tras lo cual Maya salvó su voto y pidió se cer­ti­fi­case a sus comi­tentes, “lo que se con­cedió por el Congreso”.

En este orden de ideas, en la históri­ca sesión del 5 de julio de 1811, el padre san­fe­lipeño Manuel Vicente de Maya, en su investidu­ra como diputa­do por la Gri­ta, se pre­sen­tó para dar su dic­ta­men sobre lo pre­matu­ra de que creía la Inde­pen­den­cia en esos momen­tos; y tal como lo hizo en la sesión del día 3, exhibió el artícu­lo de sus instruc­ciones que se lo pro­hibían expre­sa­mente, el cual fue leí­do por el sec­re­tario, y luego su her­mano, el diputa­do Juan José de Maya solic­itó: “ que se diese tes­ti­mo­nio de él en el acuerdo”.

Tal como lo dice el ya cita­do Donís Ríos, en relación a la actuación opues­ta de los diputa­dos andi­nos en el Con­gre­so de 1811, Nicolás Briceño (Méri­da) y Manuel Vicente de Maya (La Gri­ta), señala que: “fueron próceres y padres fun­dadores de la Repúbli­ca. Hom­bres de su tiem­po, con sus acier­tos y errores, les cor­re­spondió vivir los tiem­pos difí­ciles de la Guer­ra de Inde­pen­den­cia”; mien­tras Nicolás Briceño aprue­ba la eman­ci­pación, el padre Maya pasó a la his­to­ria como el úni­co diputa­do que no aprobó la Inde­pen­den­cia el 5 de Julio de 1811, pero sí fir­mó la Con­sti­tu­ción de diciem­bre de ese año. Final­mente este pres­bítero yaracuyano y acti­vo defen­sor del monar­ca español, muere en Cara­cas el 5 de mar­zo de 1826. 

 

CorreodeLara

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