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Presos toreros del Circo Cine Arenas de Barquisimeto

Omar Garmendia 
Cronista y escritor

Desde antaño en Bar­quisime­to y en muchos pueb­los y ciu­dades de Venezuela se ha cul­ti­va­do la afi­ción por la lla­ma­da fies­ta bra­va, de rem­i­nis­cen­cias españo­las, cul­ti­va­da por per­son­ajes criol­los y forá­neos de sat­is­fac­to­ria y gra­ta recor­dación en nues­tra ciudad. 
 
Valientes jóvenes toreros demostraron en los rue­dos sus suertes ante los toros en diver­sos esce­nar­ios de Bar­quisime­to. El viejo coso del Cir­co-Cine Are­nas era el tabla­do nat­ur­al para estos even­tos de tau­ro­maquia, donde se pre­senta­ban toreros afi­ciona­dos, bufos y profesionales.
 
Para los años 30, la gran atrac­ción de la fies­ta bra­va sub­yu­ga­ba a la población bar­quisimetana. Antes de las cor­ri­das, los die­stros del toreo se pasea­ban por las calles bar­quisimetanas anun­cian­do con rui­dosa pro­pa­gan­da las fae­nas del redondel que se desar­rol­larían en Las Are­nas de Barquisimeto.
 
Era tan­ta la afi­ción que has­ta el pres­i­dente del esta­do Lara, gen­er­al Eusto­quio Gómez, solía pre­sen­tarse con sus dos hijos en el pal­co pres­i­den­cial arreglado para tales efectos.
 
Un día, en pres­en­cia del gen­er­al Eusto­quio Gómez, se efec­tuó la anun­ci­a­da cor­ri­da tau­romáquica y luego del clarín cor­re­spon­di­ente se suelta el toro cimar­rón en medio de los vítores y gri­tos de la con­cur­ren­cia alboroza­da por dis­fru­tar de la faena.
 

Es el caso que el bovi­no, una vez en el rue­do, comen­zó a embe­stir con todo lo que encon­tra­ba a su paso, con la furia incon­tenible de su nat­u­raleza ani­mal. Saltó los burladeros, der­ribó bar­reras y con­tra­bar­reras, hizo que los afi­ciona­dos huy­er­an despa­voridos para evi­tar ser cornea­d­os por seme­jante bicho furioso. Ninguno de los toreros quiso expon­erse ante la bravu­ra del inso­lente miu­ra ni de los pun­ti­agu­dos apéndices del astado.

 
Los cir­cun­stantes del rue­do hicieron de todo para tratar de apaciguar al vac­uno irri­ta­do. Le incrus­taron ban­der­il­las y rose­tas en el lomo. Le arro­ja­ban obje­tos y piedras des­de las tri­bunas. Trata­ban de dis­traer­lo con los capotes, mien­tras el pic­a­dor iba y venía.
 
Luego lan­zaron a la are­na los seis toros del pro­gra­ma para ver si amadrin­a­ban al altane­ro semoviente, y lo que sucedió fue que los toros suel­tos se alboro­taran cor­rien­do por todas partes en des­or­de­nadas trayec­to­rias y no hubo for­ma ni man­era de que volvier­an a los corrales.
 
Al final de la mal­ogra­da tarde, des­de el pal­co pres­i­den­cial, el gen­er­al Eusto­quio orde­na deten­er a toda la cuadrilla, los toreros, el pic­a­dor, el ban­der­illero. Fueron con­duci­dos en paseíl­lo ver­gonzoso con tra­je de luces por el cen­tro de las calles para ser lle­va­dos pre­sos a la policía.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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