Rafael Dorante, quien fuera el último juez de agua de Palavecino
José Luis Sotillo J.
Cronista parroquial de Agua Viva
Me siento en deuda y con nostalgia, de no verle deambular como años atrás, cuando sorpresivamente quienes transitaban por la avenida Nectario María le veían circular con sombrero de cogollo, los estrechos márgenes lineales de la referida arteria; conocida popularmente como la Ribereña.
Allí infinidad de veces logré toparme con Rafael Dorante, quien para el año 2006 aún ejercía la honrosa labor de caporal en la hacienda “Las Damas”, localizada en las adyacencias al Valle del Turbio.
Don Rafael Dorante fue un erudito conocedor de los quehaceres agrícolas de la caña, del ingenio papelonero, de la molienda en los viejos trapiches, de su contabilidad; entre otras actividades que implicaban el procesamiento mismo de los derivados del cañamelar. Además de ello guardaba anécdotas en el gran procesador de su memoria; de los intríngulis del viejo caserío Tarabana, El Peñusco, Agua Viva entre otros sitios; donde logró desempeñar su marcada constancia laboral, y donde vivió con agrado, siempre relatando el cumulo de sus propias experiencias. Más de medio siglo de vida bregando en el epicentro mismo del mencionado valle; hablaban de su hoja de intachable conducta.
En una ocasión en el año 2015 le entrevisté, y asimismo, le solicite a la municipalidad en ocasión de los actos festivos al décimo octavo aniversario de la promulgación de Agua Viva a condición de parroquia en el 2016, otorgarle un acuerdo de reconocimiento por haber ejercido adhonores, el oficio de juez de agua; cargo que implicaba el manejo y distribución del vital líquido, a través de bucos o raudales, para el riego de las haciendas dedicadas al cultivo de la caña. En esa ocasión el Concejo Municipal y la Alcaldía delegó en mí entera responsabilidad, sugerir la terna de personalidades a las cuales se les entregaría sus respectivos acuerdos de reconocimiento, dentro de los cuales estaba implícito don Rafael Dorante.
Desde muy joven Rafael Dorante dejo atrás los viejos recuerdos de su terruño natal, en el caserío “La Fundación” de la parroquia Antonio Díaz vecino a Curarigua, arribando al sitio de Tarabana como muchos otros de sus coterráneos, precisamente para laborar en el amplio complejo de haciendas que bordeaban a este lugar.
Llegando en 1946 con pocos conocimientos de formación intelectual, pero con las ganas de sembrar sus esperanzas en esta fecunda tierra que desde el primer momento lo adopto, con la esperanza de progresar y ampliar las técnicas de labores en los viejos trapiches.
En plena edad adolescente, comenzó a trabajar en la histórica hacienda Santa Rita, propiedad del rico pisatario don Cruz Mario Sígala, llegando en la etapa de cuando José María Gil era el encargado de aquella pequeña industria característica del Palavecino de antiguas épocas. Precisando algunos datos como la peonada de caporales, romaneros; entre otros oficios, eran ocupados por sus paisanos de terruño Tórrense.
A pesar de sufrir interrupciones en su relación laboral en 1948, causada por el llamado a cumplir con el servicio militar, jamás pudo desprenderse del paisaje de los fértiles Valles del Turbio; puesto que solo rompió con la rutina laboral en Santa Rita; sin embargo, al pasar el tiempo logro conectarse con la cercana hacienda el “Ingenio”, unidad productora de Pausides Sígala.
Luego a pesar de la poca comprensión por asumir las tareas asignadas, se mudó junto a un tío, pero su amigo entrañable Antonio Torrealba Silva, le hizo el llamado para ocuparse como librero en la hacienda Bella Vista por espacio de 13 años; donde renuncia para dedicarse conjuntamente con Juan Pastor Guédez a confeccionar las rememoradas escobas de millo, y así, aprovechar las pequeñas huertas, cultivando esta planta gramínea. Años después Germán Saldivia lo recomienda con Julio García para trabajar en la hacienda las Damas donde permaneció por 38 años.
Según su propio alegato Antonio Torrealba Silva, lo escogió para que “cobrara a los hacendados la suma de 6Bs, para adjudicarse el derecho de utilizar el servicio de agua por turno; que, a través de bucos de riego, servían para regar los extensos cultivos de caña”. Ya ejerciendo esta actividad, Cruz Sígala y Paco Gil deciden a que éste asumiera la nominación oficial de juez de agua, proponiendo su nombre ante el despacho de la prefectura del distrito.
Siendo ya juez, un grupo de hacendados con derecho preferencial, ambicionaron evitar a que el sistema de distribución de agua que beneficiaba tanto a los hacendados como a un grupo minoritario de campesinos, llamados usuarios; se les quiso suspender el servicio de riego a estos últimos, sin tener causa alguna, esta situación obligo la sabia intervención por la vía legal, por parte de Rafael Dorante y de Julio Álvarez Casamayor prefecto de la época, quienes concordaron al marco legal del beneficio colectivo.
Fue nombrado juez de agua a la edad de 36 años, permaneciendo por más de 22 años en el cargo al que jamás renunció, siendo el último juez de agua que tuvo el antiguo distrito y luego el municipio Palavecino.
Con nostalgia recordé el programa de tv “Ambiente y Conservación”, que grabamos junto al veterano periodista Julio Cesar Caripa, donde de manera precisa y en corto tiempo reitero su viejo oficio y faena de autoridad, designado por la autoridad legal de aquella época de los años 60.
Nacido un 24 de octubre de 1930 justo el día de San Rafael, siendo su primer nombre Rafael Antonio Dorante, quien era padre de: Eddy Luz, Gilberto, Rafael José, Carlina, otro hijo que dejo por su natal Curarigua y su eterno hijo de crianza Carlos Enrique Torres. Viviendo en gran medida en el caserío Tarabana, en la vieja casona donde por algunos años anteriores funciono la bodega el Sol, aledaño al camino del polvero; trasladándose en su postrema etapa de vida al sitio de Agua viva, donde permaneció hasta el lecho de su fallecimiento acaecida el 12 de abril del 2019. No siendo suplantado en su oficio por autoridad alguna; y con él se esfuman cantidad de historias personales de vida, testimonios que afloraban las múltiples faenas del cultivo de la caña dulce, los raudales cubiertos de agua que se extendían como venas permanentes que regaban el verdor que sobre el valle predomino durante décadas pasadas. Seguro estoy de permitirme siempre recordar su ejemplificante labor que lo consagro como “el ultimo juez de agua de Palavecino”; a su memoria le dedico con la amistad de siempre.
Muy buen aporte, muy recomendable! Un cordial saludo.
Siempre a la orden amiga Julia, gracias por tan elocuentes palabras.