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Salón Imperial, Casa de Modas

Luis Heraclio Medina Canelón
Abogado-Historiador

Esta es una de esas pequeñas historias íntimas, que con el transcurso del tiempo trascienden del plano meramente familiar para darnos hoy, mas de medio siglo después, una idea de cómo era el espíritu, la solidaridad, el sentir y el quehacer de la vida cotidiana de nuestros abuelos.


Empieza nue­stro rela­to en  los años veinte.  En Valen­cia vivían dos her­manas, ori­un­das  de la población de Miran­da, Berta Rav­elo y María del Socor­ro  Rav­elo de Gornés, ambas ya no tan jóvenes.  Berta se había queda­do soltera y María había casa­do ya may­orci­ta un  cul­to caballero de otra vie­ja famil­ia carabobeña lla­ma­do Fran­cis­co Gornés. 

Los esposos Gornés-Rav­elo no tenían hijos y por cosas del des­ti­no, en aque­l­los días muere una dama cono­ci­da de la famil­ia, la seño­ra Arse­nia de Colón, dejan­do en orfan­dad a un pequeño niño, de nom­bre Cristóbal.   La pare­ja, pro­fun­da­mente católi­ca, decide adop­tar al pequeño huér­fano, quien es cri­a­do como su hijo, a quien se le dan legal­mente los apel­li­dos de sus padres adop­tivos y pasa a ser Cristóbal Gornés Ravelo. 

Al niño sus padres adop­tivos y su tía le prodi­gan todo el amor y la mejor edu­cación cris­tiana que la famil­ia le puede dar, inscribién­do­lo en el mejor cole­gio que entonces había en la ciu­dad, el “Don Bosco”, de los her­manos Sale­sianos, con quienes las her­manas Rav­elo esta­ban vin­cu­ladas, por sus fre­cuentes activi­dades reli­giosas.  La lle­ga­da de este niño llenó un espa­cio vacío en el hog­ar que com­partían estos adul­tos, que ya en la madurez de sus días no se imag­in­a­ban crian­do a un niño pequeño.  Designios de Dios, decía María, no  pude parir mi pro­pio hijo, pero el señor me regaló uno para amar­lo como sali­do de mi vientre.

Doña María Rav­elo en una da las merien­das que ofrecía a los niños del “Don Bosco”

Y lle­garon los niños

Así las cosas, al poco tiem­po, ocurre lo ines­per­a­do.  Las her­manas Rav­elo tenían otra her­mana, Ana de Jesús (mi abuela) casa­da con Sabi­no Canelón, con quien vivía en Gua­ma, esta­do Yaracuy, y tenía una famil­ia com­pues­ta por seis pequeños niños.  Sucede que Ana de Jesús muere a los pocos días del par­to de la últi­ma niña, a quien se bau­ti­za como su madre, Ana de Jesús. 

Ni cor­tas ni pere­zosas, las her­manas Rav­elo, con la anu­en­cia del esposo de la madre recién fal­l­e­ci­da,  mi abue­lo Sabi­no, asumen la cri­an­za de los seis pequeños her­man­i­tos Canelón Rav­elo y se los traen a vivir a Valen­cia, a su casa en la Calle Páez, frente al antiguo “Pabel­lón Rojo”. 

Así, en un tiem­po rel­a­ti­va­mente cor­to, el hog­ar de tres adul­tos sin descen­den­cia, se con­vir­tió en la casa de siete pequeñi­tos que encon­traron el calor de hog­ar que el des­ti­no les había dado: Cristóbal, ya adop­ta­do y sus pri­mos José Sabi­no, Mar­gari­ta, Ana Cecil­ia, Jesús, Celi­na del Socor­ro y la recién naci­da Ana de Jesús.

Los tiem­pos de pobreza.

En los años veinte y trein­ta la vida en Venezuela no era fácil.  Todavía la bonan­za petrol­era no se había hecho sen­tir.   El dic­ta­dor Juan Vicente Gómez aca­para­ba jun­to a su camar­il­la casi toda la riqueza del país. 

Las mujeres no acos­tum­bra­ban a tra­ba­jar fuera de su casa y los suel­dos de los padres de famil­ia ape­nas alcan­z­a­ban para la sub­sis­ten­cia más ele­men­tal.  El hog­ar de las Rav­elo era modesto, pero María decía, si donde comíamos tres aho­ra comem­os cua­tro, donde comen cua­tro, aho­ra com­erán los diez, el Señor es mi provisión. 

Y con fe en Dios las her­manas fueron lev­an­tan­do a sus siete mucha­chi­tos de man­era mod­es­ta pero sin que nun­ca les fal­tara nada.  Inclu­so de vez en cuan­do María y Berta se podían dar un “lujo”:  En cier­tas fechas reli­giosas, orga­ni­z­a­ban desayunos o almuer­zos, para una doce­na o veinte niños pobres a quienes agasa­ja­ban con una sucu­len­ta comi­da.  En ese día se engalan­a­ba el come­dor de la casa y las her­manas se esmer­a­ban con lo mejor de su reper­to­rio culi­nario para esos niños. 

Y llegó la guerra¡

Pero a finales de la déca­da de los trein­ta, estal­la en Europa la segun­da guer­ra mundi­al.  Las con­se­cuen­cias económi­cas del con­flic­to afectan a todo el plan­e­ta: Suben los pre­cios de todas las mer­cancías y comien­zan a escasear toda clase de bienes y ser­vi­cios.  Por primera vez los vene­zolanos lle­gan a cono­cer lo que es la inflación auna­da a la escases. 

Se debe recor­dar que en aque­l­los tiem­pos no existían prác­ti­ca­mente ningún tipo de indus­tria en Venezuela, sal­vo con­tadísi­mas excep­ciones.  Casi todos los pro­duc­tos man­u­fac­tura­dos venían de Europa y Esta­dos Unidos, estos país­es esta­ban des­ti­nan­do sus indus­trias por entero al esfuer­zo de la guerra. 

Como si fuera poco la guer­ra en el Atlán­ti­co corta­ba la may­or parte del trá­fi­co com­er­cial entre Europa y Améri­ca, ya que los sub­mari­nos ale­manes hundían a cualquier bar­co mer­cante que se les atrav­es­ara en el camino, tan­to en el Atlán­ti­co como en el Caribe. Sola­mente en el primer trimestre de 1942 unos cuarenta bar­cos car­ga­dos de mer­caderías y com­bustibles fueron hun­di­dos en las aguas del Caribe, en las cer­canías de Venezuela por los sub­mari­nos alemanes.

Así, entonces, casi que de un día para otro, Venezuela se quedó sin poder impor­tar, her­ramien­tas, maquinar­ias, vehícu­los, neumáti­cos, ali­men­tos proce­sa­dos, gra­nos, hari­nas, med­i­c­i­nas,  calza­dos y ropas.  Dis­min­uyó entonces el com­er­cio inter­no ya que no había mer­cancías que ofer­tar y aumen­tó el desem­pleo.  Así lo cuen­ta Oscar Yánes en “LOS AÑOS INOLVIDABLES”:

“Ya la gente esta­ba obsti­na­da porque con el cuen­to de la segun­da guer­ra mundi­al todos los pro­duc­tos de primera necesi­dad habían subido de pre­cios…” (pág. 204)

“…los mucha­chos no salen de noche aunque muchos desem­plea­d­os pre­fieren irse al ejérci­to porque la vida está muy cara y es difí­cil con­seguir los tres platos de comi­da al día…Ni lle­gan ni salen bar­cos y está sus­pendi­da la nave­gación costeña.” (Pág. 283) 

Esta cri­sis por supuesto que afec­tó al hog­ar de las Rav­elo, con sus diez bocas que alimentar.

Y llegó el Salón Imperial.

Así las cosas y en vista de lo críti­co de la situación, las her­manas Rav­elo, lid­er­adas por María que era la más emprende­do­ra, se ponen a hac­er pequeños tra­ba­jos de cos­tu­ra con una vie­ja maquini­ta “Negri­ta Singer”.  Al prin­ci­pio rue­dos, cier­res, arreg­los de la ropa que tiene que pasar de padres a hijos o de her­mano may­or a her­mano menor en vista de la situación de pobreza imper­ante en el país.

La per­se­ver­an­cia y el cumplim­ien­to hon­esto y cabal en el tra­ba­jo les fue aumen­tan­do la clien­tela que comen­z­a­ba a encar­gar la con­fec­ción de sen­cil­las ropas y que a medi­da que se gan­a­ba la expe­ri­en­cia se hacían vesti­dos y pren­das mas acabadas.  Las her­manas guardan y colec­cio­nan las pocas revis­tas que vienen de EE.UU.  sobre cine y modas y copi­an los vesti­dos de las grandes estrel­las de Hollywood. 

Las sobri­nas de María eran las primeras en lucir los dis­eños que se hicieron famosos.

Las cua­tro sobri­nas Canelón Rav­elo son las primeras en lucir los mod­e­los de últi­ma moda, “made in Valen­cia”, que encan­tan a las jovenci­tas de la ciu­dad que quieren tam­bién estar a la moda y acu­d­en a casa de las Rav­elo a encar­gar vesti­dos y con­jun­tos.  Ante lo esca­so de las telas y acce­so­rios se tenía que impro­vis­ar, si no había enca­jes, se uti­liz­a­ban los bor­des o remates de una corti­na y en fin, se ponía a tra­ba­jar la imag­i­nación.  Si no había tal o cual col­or se teñía  una tela. 

Se tuvo que con­tratar a una primera cos­tur­era para que ayu­dara con el tra­ba­jo y se empezaron a hac­er vesti­dos de novia, de primera comu­nión y de bau­ti­zo.  Luego vino una segun­da cos­tur­era y después la ter­cera emplea­da. Gra­cias a nues­tra queri­da tía segun­da Rey­na Rav­elo de Camero podemos recor­dar los nom­bres de estas pio­neras de la “alta cos­tu­ra” en Valen­cia: Lucre­cia Castil­lo, de San Blas, Ana Luisa Cam­pos de Tinaquil­lo y dos pri­mas con idén­ti­cos apel­li­dos: Tri­na y Car­men González Pinto.

Final­mente se for­mal­izó el nego­cio y nació el “SALON IMPERIAL, CASA DE MODAS”, en la Calle Páez, nego­cio que se hizo famoso en toda la ciu­dad por la belleza y cal­i­dad de sus tra­jes de oca­siones espe­ciales, sien­do la espe­cial­i­dad de la casa los tra­jes de novia, primera comu­nión y bau­ti­zo, que eran los preferi­dos de madres y señori­tas de toda la ciu­dad y pobla­ciones aledañas.  Se llegó inclu­so a mejo­rar las telas con her­ramien­tas y aparatos des­ti­na­dos a su modificación. 

Se con­struyó un arte­fac­to para hac­er los pliegues de las telas (una plisado­ra) que tra­ba­ja­ba calen­tan­do la tela en una especie de horno a car­bón y una serie de pesas que la apri­sion­a­ban para dar­le una for­ma per­ma­nente.  Todavía yo conser­vo esas pesas, especie de yun­ques de hier­ro maci­zo, últi­mo recuer­do exis­tente de aque­l­la empresa.

Y LLEGARON LOS LOGROS

Así fueron mejo­ran­do su situación y  lev­an­tan­do a sus mucha­chos, dán­doles estu­dio y ejem­p­lo. Ya hay cier­ta pros­peri­dad y has­ta un via­je a Europa se puede regalar María con sus sobri­nas al finalizar la guer­ra.  Con el tiem­po uno de los mucha­chos se gradúa uno de médi­co, otro de músi­co y pro­fe­sor, una con­tabilista y muchachas y mucha­chos se van casan­do y empren­di­en­do el vue­lo for­man­do cada uno su hogar.

Doña María Rav­elo de Gornés

María, ya con sus años enci­ma y super­adas sus obliga­ciones fue dejan­do el tra­ba­jo y se cer­ró el taller y muere en 1955.  Berta fue a acom­pañar­la a prin­ci­p­ios de los sesen­ta. Hoy, una can­ti­dad de padres y madres de famil­ia entre quienes encon­tramos médi­cos, inge­nieros, edu­cadores, fotó­grafos, artis­tas, abo­ga­dos y empre­sar­ios, de una man­era u otra, le debe­mos algo de lo que somos a aque­l­las dos vieji­tas que con una maquini­ta Singer se pusieron a inven­tar tra­jes de novia y primera comu­nión porque los sub­mari­nos ale­manes no deja­ban que los bar­cos lle­garan a Venezuela.  Así son las cosas.

EPILOGO

Gra­cias a esta mar­avil­la que es la inter­net y las redes sociales, en estos días y con ocasión de una foto que data del año de 1930 que publiqué en var­ios gru­pos de Face­book en la que aparecía María Rav­elo de Gornés, una seño­ra, ya octo­ge­nar­ia pero acti­va en las redes, comen­tó que record­a­ba que, sien­do una niñi­ta de seis años, su tra­je de primera comu­nión, cel­e­bra­da hace más de medio siglo, provenía del taller tía María.  Todavía andan entre nosotros quienes conocieron a aque­l­las mar­avil­losas mujeres.  Mi agradec­imien­to a la Sra.  Gladys Socor­ro Zamo­ra por sus recuerdos.

Luis Medina Canelón

Abogado, escritor e historiador Miembro Correspondiente de la Academia de Historia del Estado Carabobo

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