¿Simón Bolívar solicitó títulos nobiliarios? misterio y escándalo
Efraín Jorge Acevedo
Historiador y escritor
efrainjorge@yahoo.es
Twitter: @efrainjorge
Una de las creencias sobre Simón Bolívar que más se han difundido en los últimos años (especialmente en las redes sociales) es la de que Bolívar solicitó a la Corona española unos títulos nobiliarios, y como la Corona se los negó, esa sería una de las razones fundamentales para que el futuro Libertador desarrollara un resentimiento amargo contra la Monarquía Hispánica, y es por eso que se rebeló contra España y se unió a la causa de la Independencia de Venezuela.
Como veremos en artículo esa creencia es mayormente errónea y es producto de una mala interpretación de unos hechos muy complejos, detrás de los cuales está una historia apasionante, escandalosa y morbosa, una trama enrevesada y digna de una novela de suspenso o incluso de un thriller cinematográfico.
El primer dato fundamental para conocer y entender la verdad oculta detrás de esta creencia popular, es que los títulos nobiliarios a los que se hace referencia fueron solicitados en el año 1731; es decir, 52 años antes de que naciera Simón Bolívar (que recordemos nació el 24 de julio de 1783). Obviamente, Bolívar no podía solicitar unos títulos nada menos que 52 años antes de venir al mundo, con lo cual ya la creencia queda desmontada de entrada en su punto de partida.
¿Pero qué ocurrió realmente?
Ese año de 1731, el abuelo paterno de Bolívar, Juan de Bolívar y Martínez de Villegas, le encarga al señor Jacobo Francisco Andreani (que era Caballero del Hábito de Santiago) la misión de comprarle unos títulos nobiliarios de Castilla.
Hay que recordar que en esa época las leyes de España permitían que en algunos casos y con algunas condiciones se vendieran títulos nobiliarios, por enormes sumas de dinero.
El abuelo de Bolívar era uno de los hombres más ricos y poderosos de la entonces Provincia de Venezuela, que solamente abarcaba el Centro-Norte y parte del Occidente de la Venezuela actual (la futura Capitanía General de Venezuela sería creada 46 años después); Juan de Bolívar y Martínez de Villegas era rico (multimillonario diríamos ahora) gracias a la herencia de su familia y también gracias a su matrimonio con María Petronila de Ponte Andrade y Marín de Narváez, la abuela paterna de Simón Bolívar (la señora aportaría al matrimonio, entre otras propiedades, las famosas Minas de Aroa, que eran minas de cobre, y la mansión donde décadas después nacería Simón Bolívar).
Al ser tan rico, Juan de Bolívar pensó que lo único que le hacía falta era tener unos títulos que le permitieran formar parte de la Nobleza de la Monarquía Hispánica, y de esa manera culminar el proceso de encumbramiento social que su familia había emprendido algunas generaciones atrás, con la llegada de los primeros Bolívar a tierras venezolanas, dejándole además un glorioso legado a sus descendientes.
El hombre encargado por el abuelo de Bolívar efectivamente cumplió su misión y encontró la oportunidad de comprar dos títulos nobiliarios; y es que el entonces Rey de España, Felipe V, le había donado al Monasterio de Nuestra Señora de Monserrat, en la capital de España, Madrid (no debe confundirse este monasterio con otro de igual nombre en la región española de Cataluña) dos títulos de Castilla, para que los frailes benedictinos que administraban el monasterio los vendieran y así pudieran recaudar dinero para la reparación y mantenimiento del monasterio y de su iglesia adjunta.
Por 22 mil ducados
El enviado de Juan de Bolívar negoció la compra con los frailes y se acordó el precio de venta por 22.000 (veintidós mil) ducados de oro, una suma enorme para la época, realmente millonaria.
Como el abuelo paterno de Bolívar había fundado en 1722 el pueblo de San Luis de Cura, que actualmente se conoce como Villa de Cura, su deseo era que los títulos que había comprado fueran titulados oficialmente como de Marqués de San Luis de Cura y Vizconde de Cocorote (pues uno era de Marqués y otro de Vizconde).
Pero el proceso establecido por las leyes para la venta de títulos nobiliarios estipulaba que el pago del precio no era suficiente para poder comenzar a usar y disfrutar de los títulos comprados, y por lo tanto para pasar a formar parte del selecto estamento social de la Nobleza; después de la venta era necesario que la Corona española ratificara el otorgamiento de los títulos al comprador, y para ello era imprescindible que el comprador cumpliera una serie de requisitos burocráticos.
Limpieza de sangre
El principal requisito era cumplir con el exigente proceso legal denominado “Limpieza de Sangre”; este proceso había sido establecido cientos de años antes por la Corona fundamentalmente para evitar que accedieran a títulos o privilegios gente de religión islámica o musulmana, o sus descendientes que supuestamente habían cambiado de religión para hacerse católicos, pero que eran sospechosos de seguir siendo en secreto musulmanes.
Para cumplir con ese proceso era imprescindible mostrar todo el árbol genealógico de la persona objeto del proceso, y de su cónyuge; es decir, debían revelar los nombres y apellidos de todos sus antepasados por muchas generaciones, y demostrar con documentos la identidad y filiación familiar de todos esos ancestros.
Y ahí es donde las pretensiones del abuelo de Bolívar se estrellaron contra un muro infranqueable.
Como hemos dicho antes, la esposa de Juan de Bolívar y Martínez de Villegas (y abuela de Simón Bolívar) era María Petronila de Ponte Andrade y Marín de Narváez; esta señora era hija de Josefa María de Marín y Narváez, por lo que, obviamente, esta Josefa era bisabuela de Bolívar. Y aquí es donde surge el famoso y enrevesado misterio conocido como el “Nudo de la Marín”.
Josefa Marín había nacido en 1668, y en su partida de bautismo (hay que recordar que en esa época no existía un Registro Civil del Estado y por lo tanto no había partidas de nacimiento, y las partidas de bautismo de la Iglesia Católica eran las que legalmente certificaban el nacimiento y la filiación de las personas) se certificaba su nombre, pero no se registraba la identidad de sus padres. De hecho, la partida, que está registrada en el Libro de Bautistas de Sagrario de la Catedral de Caracas del año 1668 en su Folio 269, dice expresamente en un fragmento del documento:
“Josefa, hija de padres desconocidos, bautizada en casa por necesidad. Es de edad de cinco meses poco más o menos…”
Es decir, se la registra como hija de “padres desconocidos”, y por lo tanto sin apellidos legales; y así permanecería hasta los 5 años de edad, aproximadamente.
El 18 de agosto de 1673, en la ciudad de Madrid (capital de España), el señor Francisco de Marín y Narváez, otorga testamento; un testamento que sería ampliado con dos codicilos otorgados respectivamente el 20 y 22 de agosto, en el último minuto, pues la muerte del testador se produjo ese mismo día 22 de agosto.
En un fragmento de su testamento, el señor Marín y Narváez dejó escrito literalmente (en ortografía de la época):
“…Declaro que tengo una hija natural y por tal la reconozco, nombrada Josefa, de edad de cinco a seis años poco menos, a la cual hube doncella principal cuyo nombre cayo por su decencia con la que pudiera contraer sin dispensación cuando la hube, y que se está criando por mi orden en casa del Señor Capitán Gonzalo Marín Granizo, mi tío y mi hermana doña María Marín la conoce…”
Es decir, Francisco de Marín y Narváez, reconoció a Josefa como su hija natural o “bastarda” en su testamento, y la nombró heredera universal de casi toda su fortuna, que era inmensa, pues había sido uno de los hombres más ricos y poderosos de la Provincia de Venezuela, antes de marcharse a la España peninsular meses antes del nacimiento de su única hija.
Pero en ese acto de reconocimiento de paternidad se produce un hecho muy raro y llamativo que tendría importantes repercusiones a futuro, y es que sí bien se establece la identidad del padre, se mantiene oculta la identidad de la madre; y es que desde siempre, cuando un hijo (a) natural es registrado y sólo uno de los padres registra su filiación con la criatura y el otro permanece en el anonimato, casi siempre es la madre la que registra a la criatura y reconoce su maternidad, y es el padre el que no aparece en el registro y el que no reconoce su paternidad, pero en este rarísimo caso fue al revés, el padre reconoce y la madre permanece oculta.
Durante dos siglos (desde que Bolívar se hizo famoso y se comenzó a hablar de su familia) se ha especulado que la madre de Josefa pudo ser una sirvienta india o parda (en esa época se llamaba “pardos” a los mestizos en general, a las personas que eran producto de la mezcla o mestizaje de las diferentes razas) o incluso una esclava negra.
Evidentemente de haber sido así, eso hubiera sido una gran vergüenza y un problema para la familia Bolívar, teniendo en cuenta que la clase de los Mantuanos (como se llamaba en Venezuela a la élite de los aristócratas blancos criollos) consideraba inferiores a los indios, pardos (mestizos), negros e incluso a los “blancos de orilla” (los blancos de orígenes humildes, aunque tuvieran bienes de fortuna) y se negaban rotundamente a mezclarse con ellos, y se sentían muy orgullosos de su “limpieza de sangre”, reivindicando su sangre blanca europea (especialmente hispana) y su linaje hidalgo.
No por nada la élite mantuana era, entre las élites blancas criollas hispanoamericanas, quizás la que practicaba con mayor entusiasmo y de manera más crónica la endogamia, casándose siempre entre un número relativamente reducido de familias, por lo que al llegar a la generación de Simón Bolívar todos en la alta sociedad de Caracas eran al menos primos entre sí.
Por eso para una familia mantuana como los Bolívar tener, aunque sea un poco de sangre india, mestiza o negra hubiera sido una desgracia, una “ruina social” dentro de su círculo extremadamente clasista y racista.
Sin embargo, la teoría del origen indio, negro o mestizo no es la única que existe; y en los últimos años ha surgido con mucha fuerza una teoría muy creíble, lógica y realista, sustentada en fuertes y razonables indicios.
El nudo deshecho
El autor de la teoría es el señor Antonio Herrera-Vaillant, un escritor, historiador y empresario cubano-venezolano; egresado de la Universidad de Georgetown, en Washington D.C., que fue presidente del Instituto Venezolano de Genealogía, y ha recibido la Medalla de Oro de la Real Academia de la Historia de España, entre otros antecedentes o credenciales que avalan su prestigio y credibilidad. Herrera-Vaillant presentó su teoría en un libro que se llama “El nudo deshecho: compendio genealógico del Libertador”, y la tesis que plantea en esa obra ha sido avalada por respetados genealogistas como el español Javier Gómez de Olea y Bustinza.
Herrera-Vaillant estudia la figura del capitán Francisco de Marín y Narváez, tatarabuelo de Simón Bolívar, para intentar resolver el misterio de la identidad de la desconocida madre de la única hija de este señor; y precisamente en el testamento de Marín y Narváez encuentra la primera pista, el hilo del que tirar para desenredar la maraña.
En una parte del testamento, Marín y Narváez le dejó un legado a una joven que no era familia suya, una chica llamada María Martínez Cerrada; el legado consistía específicamente en dejarle una cantidad de dinero, que sería de 4.000 (cuatro mil) pesos sí la joven Martínez de Cerrada se convertía en religiosa, o sea, sí se metía a monja, o la mitad, es decir, 2.000 (dos mil) pesos, sí no quería entrar a la vida religiosa y prefería vivir una vida “normal”, incluso casándose y formando una familia.
María Martínez de Porras y Cerrada pertenecía a una familia hidalga, que sí bien no era de las más ricas de la Provincia de Venezuela, sí era lo suficientemente adinerada y prestigiosa como para considerarse parte de la alta sociedad blanca criolla; su padre, Lucas Martínez de Porras y Ávila, era encomendero en la localidad de Guarenas (cerca de Caracas), es decir, tenía una encomienda de indios (un grupo de indios o indígenas que le habían sido asignados por la Corona para que los protegiera y promoviera su adoctrinamiento en la fe cristiana a cambio del trabajo de los indios como sus jornaleros en las tierras de él), y su madre era doña Beatriz Cerrada del Mármol.
Cuando Josefa Marín nació, María Martínez y Cerrada tendría 16 años de edad, aproximadamente, era apenas una adolescente; mientras que Francisco de Marín y Narváez, el padre de Josefa, tenía 48 años de edad. La teoría de Herrera-Vaillant es que Francisco Marín violó a María Martínez Cerrada, que cometió contra ella alguna forma de estupro o de violación (probablemente precedido de algún cortejo o intento de seducción), obviamente dejándola embarazada.
Herrera-Vaillant hizo una exhaustiva investigación en el mundo de la alta sociedad caraqueña de la época; teniendo en cuenta que en esa época Caracas era una ciudad de apenas 4.000 (cuatro mil) habitantes, que tenía un círculo social de alta sociedad de no más de 300 personas.
Uno de los indicios que encontró Herrera-Vaillant es que en la época en que la madre de Josefa llevaría adelante su embarazo, Francisco de Marín y Narváez salió precipitadamente de Venezuela en dirección a la España peninsular, y Herrera-Vaillant especula que habría salido huyendo, con la ayuda del Gobernador de la Provincia.
Sí Marín y Narváez efectivamente hubiera violado y dejado embarazada a María Martínez Cerrada, habría tenido motivos para salir huyendo, ya que al ser la familia de ella una familia más o menos importante de la alta sociedad, tendría miedo de que los familiares de la chica usaran su influencia para llevarlo ante la justicia por su delito, o peor aún que quisieran lavar su honor a través de una “venganza de sangre”, en una época en que muchas veces esos asuntos de la “honra” se resolvían en un duelo.
Por eso Marín tendría buenas razones para tener miedo de acabar preso o muerto; además también denotaría que Marín no habría querido casarse con la chica, que hubiera sido la manera honrosa y pacífica de reparar la afrenta causada.
Esto también sería un indicio en contra de la hipótesis del origen humilde de la madre de Josefa, pues sí la madre hubiera sido una india, una parda (mestiza) o una negra, Marín y Narváez no tendría que haber salido huyendo, no habría tenido mayor problema, como por ejemplo demuestra el hecho de que casi cien años después el padre de Simón Bolívar violó a decenas de niñas mestizas, indias y algunas negras, y no sufrió ningún castigo o represalia, quedando impune gracias a su poder y riqueza, como relatamos en otro artículo aquí, en Correo de Lara.
El caso es que Francisco de Marín y Narváez, cuya familia tenía su origen en Motril de Granada (en la actual Provincia de Granada, en Andalucía) llegó a la ciudad andaluza de Sevilla, después de presuntamente huir de Venezuela.
Y aquí comprobamos de nuevo como esta historia tiene unos vericuetos muy interesantes que darían hasta para una novela; y es que en Sevilla, Marín y Narváez entró en contacto con el grupo dirigido por un famoso personaje llamado Miguel Mañara, un aristócrata sevillano de ascendencia italiana y corsa, que en su juventud había tenido una vida licenciosa y promiscua, de auténtico “sinvergüenza” (a pesar de estar casado), pero que después de un suceso supuestamente milagroso se había arrepentido de sus pecados y se había convertido en religioso, reuniendo a un grupo de pecadores arrepentidos como él.
Al unirse a este grupo, Marín y Narváez “encontró” a Dios y se arrepintió de sus pecados, lo que pudo influir en el intento que hizo de reparar los daños en su testamento unos años después.
Y es que Marín y Narváez nunca volvió a Venezuela, y murió en Madrid sin conocer a su hija Josefa, que tendría 5 años de edad al quedar huérfana.
Hija de la verguenza
Otro indicio de que María Martínez Cerrada pudiera ser la madre de la hija de Marín y Narváez, es que tenía una vida muy extraña para la época en que nació su presunta hija; siendo una adolescente de 16 años de una “buena familia”, ella vivía sola, y no con su familia, algo muy chocante para las rígidas costumbres de la sociedad de la época. Y también llamativo es que poco después se dedicara a ser una mujer independiente y emprendedora, de negocios, lo que también hace sospechar por una parte de una ruptura con su familia por su “deshonra”, y por otra parte de algún acuerdo con Marín y Narváez a través de apoderados suyos para recibir alguna compensación económica que le permitió independizarse y tener su propio sustento.
Otro indicio de que María Martínez Cerrada pudo ser la madre de Josefa, es la declaración que hace Francisco Marín y Narváez al reconocer a su hija, y decir que tuvo a su hija con “…doncella principal cuyo nombre callo por su decencia con la que pudiera contraer sin dispensación cuando la hube…”, es decir, que dice que la madre de su hija era de su misma categoría social, de la aristocracia, y que por eso podía haberse casado con ella (sí hubiera querido) sin dispensación.
Y no hay que olvidar que Marín y Narváez le deja a María Martínez Cerrada una suma importante de dinero en su testamento, a pesar de no ser familia suya, lo que podría justificarse sí fuera la madre secreta de su única hija; y esta sospecha se confirma más todavía al duplicar la cantidad de dinero sí María Martínez Cerrada aceptaba la condición de meterse a monja, lo que sería una forma de intentar estimularla a no tener relaciones con otros hombres por el resto de su vida, una manera de controlarla póstumamente por celos.
Pero María prefirió no cumplir esa condición y conformarse con la mitad del dinero, ya que ella se casó con un hombre llamado José Ramírez de Arellano, aunque María murió pocos años después, siendo una joven de apenas 24 años, aproximadamente.
Finalmente, otro indicio de que Josefa pudiera ser hija de María es el hecho de que un presbítero de la parroquia de la Catedral se hubiera desplazado a casa para bautizar a la niña y dejar su partida de bautizo insertada en los libros de bautistas de la Catedral, un trato reservado para hijos de la aristocracia blanca criolla; algo que no solía hacer un aristócrata cuando tenía un bastardo o bastarda con una mujer de condición social inferior (india, parda o negra).
De todas maneras, el hecho de que Josefa pudiera ser producto de una violación sufrida por su madre a manos de su padre, y la cadena de eventos oscuros y escandalosos que rodeaban el encubrimiento del suceso, también habría causado una vergüenza terrible a la familia de los descendientes de Josefa.
El caso es que, al nacer, Josefa fue separada de su madre (independientemente de quien haya sido) y es muy probable que no la haya conocido nunca; y como ya dijimos no conoció nunca a su padre, pues se encontraba en la lejana España peninsular, y murió cuando la niña tenía 5 años.
Al comienzo Josefa estuvo bajo el cuidado de un tío y de una hermana de su padre (es decir, un tío-abuelo y una tía de la niña), pero en el testamento su padre nombró como tutor de la niña al proveedor Pedro Jaspe y Montenegro, y entonces es este señor el que tuvo el poder absoluto para administrar la inmensa fortuna que había heredado Josefa de su padre.
Cuando la niña estuvo un poco más grande, su tutor, Pedro Jaspe, la internó en un convento para que las monjas se encargaran de cuidarla y criarla, mientras él gozaba disponiendo del patrimonio de la menor a su antojo.
¿Asesinada?
Pero a medida que la niña crecía, Pedro Jaspe se planteaba el problema que tendría cuando la niña se hiciera mayor de edad y por lo tanto cesara su tutela legal. Y por eso le pide a un sobrino suyo, llamado Pedro de Ponte Andrade Jaspe y Montenegro, que viniera a Venezuela desde su tierra natal, la región de Galicia (en la España peninsular). Y en 1681, cuando Josefa tenía 13 años de edad, la casa con su sobrino, que tenía 26 años.
Casada con el sobrino de su tutor, Josefa continuó bajo el control de su tutor y ahora también de su marido, los que siguieron haciendo lo que quisieron con la fortuna de la rica heredera, en beneficio de la familia política de ella.
En los 11 años siguientes, Josefa tendría 7 hijos e hijas, lo que significa que estaría embarazada casi todos los años.
Pero hubo un momento en que al parecer Josefa quiso tomar el control de su vida y de su patrimonio, poniendo límites a lo que hacía su marido Pedro de Ponte, pero en mitad de esas gestiones ella murió repentinamente, en 1692, siendo muy joven, con apenas 23 o 24 años de edad; y Herrera-Vaillant sospecha que pudo haber sido asesinada por su marido (que por supuesto era el bisabuelo de Simón Bolívar).
El punto es que muchos años después una hija de Josefa y su marido Pedro de Ponte, María Petronila de Ponte Andrade y Marín de Narváez, se casó con Juan de Bolívar y Martínez de Villegas, que como dijimos al principio del artículo fue el que compró los títulos nobiliarios de Castilla.
Y en el proceso de limpieza de sangre surgió el gran problema de que se desconocía la identidad de la madre de Josefa de Marín y Narváez, con lo cual el árbol genealógico de los Bolívar quedaba condenado a estar inconcluso y no se podía demostrar que tenían la ascendencia adecuada para ser poseedores de unos títulos nobiliarios de acuerdo a las normas legales de la Monarquía Hispánica.
Así quedó estancado el proceso y la Corona Española no ratificó el otorgamiento de los títulos comprados por Juan de Bolívar.
El mismo año que ordenó la compra de los títulos, en 1731, Juan de Bolívar y Martínez de Villegas, murió; ese año, su hijo Juan Vicente de Bolívar y Ponte (el futuro padre de Simón Bolívar) era apenas un niño de entre 4 y 5 años de edad.
Pero al crecer y hacerse cargo de los asuntos de su enorme herencia, Juan Vicente Bolívar y Ponte se dedicó, entre otras cosas, a intentar obtener la ratificación de los títulos nobiliarios comprados por su padre, una gestión infructuosa que se prolongó durante décadas, pues el obstáculo insuperable del misterio sobre la identidad de la madre de Josefa Marín permanecía, y la Corona no estaba dispuesta a hacer una excepción y excusar la solución de este problema en el árbol genealógico para dar por válida la limpieza de sangre imprescindible.
Juan Vicente Bolívar y Ponte murió a los 59 años de edad, el 19 de enero de 1786, sin poder haber hecho realidad el deseo de conseguir el otorgamiento de los títulos nobiliarios comprados por su padre.
Hay que recordar que al morir Juan Vicente Bolívar y Ponte, su hijo Simón Bolívar tenía apenas 2 años y medio de edad, aproximadamente; pero más importante que eso, para el tema que nos ocupa, es que Simón Bolívar tenía un hermano mayor, Juan Vicente Bolívar y Palacios.
Juan Vicente Bolívar y Palacios era 3 años mayor que su hermano Simón, y por tanto tenía más de 5 años cuando murió el padre de ambos, Juan Vicente Bolívar y Ponte.
En su condición de hijo legítimo mayor, Juan Vicente era el heredero del mayorazgo del padre y del sitial de cabeza de familia, de jefe de la Casa Bolívar y Palacios; Simón Bolívar no era el heredero principal, al ser el menor, pero de todas maneras heredó una inmensa fortuna debido a que fue beneficiario de varias herencias, no solamente de sus padres, sino también de su abuelo materno, y de un primo-hermano suyo por el lado paterno, que era clérigo, y que instituyó un mayorazgo en su beneficio, al no tener hijos propios.
No le preocupaban los títulos
Siendo unos niños pequeños al quedar huérfanos de padre, los hermanos Juan Vicente y Simón, quedaron al cuidado de su madre y de su familia materna, los Palacios y Blanco, que asumieron la gestión de los asuntos del patrimonio de los Bolívar heredado por los niños. Y a pesar de haber transcurridos tantísimos años, los Palacios y Blanco decidieron retomar la gestión para obtener el otorgamiento definitivo de los títulos nobiliarios comprados por los Bolívar.
Al tratarse de dos títulos, la intención de la familia Palacios y Blanco, es que el título principal, el de mayor rango, el de Marqués de San Luis de Cura, fuera para el hijo mayor, Juan Vicente Bolívar y Palacios; mientras que el título secundario, el de menor rango, el de Vizconde de Cocorote, fuera para Simón Bolívar, como hijo menor.
Pero la familia materna de Simón Bolívar era muy consciente de las escasas probabilidades de la gestión, como se demuestra en una carta de su abuelo materno, Feliciano de Palacios Sojo y Gil de Arratia, en la que precisamente es donde se acuña el famoso término del “nudo de la Marín” para referirse al enrevesado y misterioso embrollo que había bloqueado durante décadas y generaciones la ratificación de los títulos comprados.
En 1792, el tío materno de Simón Bolívar, Esteban Palacios y Blanco, se residencia en Madrid, y aprovecha para retomar la gestión de los títulos; ¡nada menos que 61 años después de la compra de los títulos por Juan de Bolívar y Martínez de Villegas!
Evidentemente los resultados fueron infructuosos, porqué no había manera de superar el obstáculo del nudo de la Marín, de la omisión de la identidad de la madre de Josefa de Marín y Narváez, y por lo tanto el desconocimiento oficial de la ascendencia materna de esta señora.
Cuando Simón Bolívar llega a la edad adulta, ya habían pasado aproximadamente 70 años de la compra de los títulos, 70 años de esfuerzos inútiles para que se ratificaran u otorgaran unos títulos nobiliarios que al final nunca llegaron.
De acuerdo a los testimonios escritos de la época, a la correspondencia disponible, no pareciera que al joven adulto Simón Bolívar le preocupara realmente el tema de los títulos nobiliarios; al contrario, pareciera que le importaba poco o nada.
Algo natural y comprensible, teniendo en cuenta que, a esas alturas, después de 70 años transcurridos desde que comenzó el eterno e inútil proceso con la compra de los títulos por su abuelo paterno, y sabiendo que era una causa perdida al no poder superar el obstáculo de la identidad oculta de la madre de su bisabuela (es decir, de su tatarabuela); es normal que a Bolívar no le quitara el sueño, y sobre todo porqué aunque de manera “milagrosa” se resolviera el proceso y se otorgaran los títulos, a él personalmente no le iba a tocar el título más importante y llamativo, el de Marqués, pues ese hubiera sido para su hermano mayor, y a él apenas le tocaría el de Vizconde, mucho menos apetecible.
Y sí recordamos que el jovencito Simón Bolívar que arribó a Europa incluso antes de llegar a la mayoría de edad, estaba demasiado ocupado gastando su tiempo, dinero y energía en los placeres propios de un joven heredero multimillonario que no tiene ni siquiera a unos padres que lo mantuvieran controlado y supervisado; en otras palabras, que estaba demasiado entusiasmado gozando del sexo, el alcohol, las fiestas, los juegos de azar, el derroche en ropa de moda y caprichos varios, etc. cuesta creer que en su mente hubiera cabida para el asunto de unos títulos nobiliarios que eran un caso perdido incluso antes de que él naciera.
El joven Bolívar que vivió la “vida loca” en Madrid no estaba resentido con España por los títulos, y además tampoco tenía motivos para estarlo, pues los títulos no le fueron negados a su familia por alguna odiosa discriminación contra los blancos criollos hispanoamericanos o en particular venezolanos, como lo demuestra el hecho de que fueron varias las familias blancas criollas o mantuanas de Venezuela que compraron títulos nobiliarios y que consiguieron que les fueran finalmente ratificados y otorgados por la Corona, como son los casos de los famosos Marqueses del Toro o los Condes de Tovar, sólo por citar a algunos; sí a los Bolívar no se les permitió disfrutar de unos títulos por los que habían pagado una cuantiosa suma de dinero, fue exclusivamente por culpa de ellos mismos, por no cumplir con los requisitos legales exigidos a todos los solicitantes de títulos, al no poder cumplir con el proceso de la limpieza de sangre, por culpa de un vergonzoso secreto de familia, por los “esqueletos en su armario”. No fue, pues, una discriminación arbitraria e injusta, algo que los mayores de la familia reconocían.
Abolidos por la Constitución
Como nota curiosa, hay que recordar que el hermano mayor de Simón Bolívar, Juan Vicente Bolívar y Palacios, no tuvo hijos legítimos, pues nunca se casó (aunque tuvo hijos naturales o bastardos a los que reconoció legalmente); y que murió en el año 1811 (a los 30 años de edad) cuando volvía de Estados Unidos, donde había cumplido una misión diplomática para el Gobierno patriota o independentista venezolano, y su barco naufragó.
Sí Juan Vicente hubiera tenido el título de Marqués, a su muerte su hermano menor Simón Bolívar hubiera heredado el título y se hubiera convertido en Marqués, al ser el siguiente descendiente varón legítimo de la familia Bolívar.
Aunque de todas maneras en ese año de 1811 los patriotas o independentistas proclamaron oficialmente la Independencia de Venezuela de España y se promulgó la primera Constitución de Venezuela, quedando establecida como una República (la Primera República Venezolana), y los títulos nobiliarios fueron formalmente abolidos, al menos para el bando independentista o patriota, del que obviamente formaba parte Simón Bolívar, durante esa guerra civil que fue la Guerra de Independencia de Venezuela.
Queda, pues, el misterio del nudo de la Marín, y el desmentido que hemos hecho a la creencia errada o fake de que Bolívar solicitó unos títulos nobiliarios y que al serle negados fue la causa de un “resentimiento” contra España, algo que como hemos visto nada tiene que ver con la verdad histórica.