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Sobre el histórico retrato de José Gil Fortoul

 

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista


En una fantástica captura de 1930, cuya autoría pertenece al legendario fotógrafo Luis Felipe Toro, según consta en la firma en relieve ubicada en la esquina inferior derecha, nos topamos con un grupo de prohombres influyentes que destacaron en la política y en las letras de finales del siglo XIX y principios del XX, sobresaliendo el doctor José Gil Fortoul — el de la pipa y el monóculo‑, un personaje de prominentes dotes.

En el grupo inmor­tal­iza­do en el retra­to que acom­pañan al his­to­ri­ador Gil For­toul (tío de nue­stro abue­lo Daniel Yepes Gil), fig­u­ran Juan Iturbe, segui­do por una per­sona no iden­ti­fi­ca­da, luego Augus­to Mijares, Andrés Eloy Blan­co, Pedro Sotil­lo, Enrique Tejera Gue­vara, Alfre­do Macha­do Hernán­dez, José Rafael Pocater­ra, Gil For­toul, una per­sona no iden­ti­fi­ca­da y Emilio Las­cano Tegui, cón­sul de Argentina.

Obvi­a­mente, la pos­tu­ra de Gil For­toul da cuen­ta de su lid­er­az­go y de su impor­tan­cia en la políti­ca de aque­l­los años. Tam­bién lla­ma la aten­ción la figu­ra del poeta Andrés Eloy Blan­co ‑bien delgado‑, que en los próx­i­mos años, ini­cia­ría para él, un ver­dadero reto históri­co en el devenir políti­co venezolano.

Otros que pre­dom­i­nan son: la ele­gante mira­da de Pocater­ra, y la acti­tud frente a la lente de Tejera, Mijares y Sotil­lo. Pero no es esa condi­ción la que hace intere­san­tísi­ma la esce­na fotográ­fi­ca de aquel remo­to año 30, sino las dis­tantes ide­ológ­i­cas de los que inte­gran esta mag­ní­fi­ca ima­gen con Gil For­toul, con­se­jero y hom­bre trascen­dente del gomecismo.

Muchos estu­diosos de la his­to­ria y la políti­ca, se pre­gun­tarán: Qué hacían Pocater­ra y Andrés Eloy com­par­tien­do en esa fotografía, con alguien que forma­ba parte del gob­ier­no repre­si­vo dirigi­do por Juan Vicente Gómez.

Pocater­ra sigue sien­do uno de los tan­tos iconos int­elec­tuales del antigome­cis­mo. Un pre­so políti­co cuya ter­ri­ble expe­ri­en­cia rev­ela en las pági­nas de su obra dejan­do al des­cu­bier­to la bru­tal con­duc­ta de Cipri­ano Cas­tro y Juan Vicente Gómez cuan­do con­virtieron a Venezuela en un cam­po de mar­tirio y pesad­um­bre. De esa expe­ri­en­cia nacen La vergüen­za de Améri­ca (1921) y Memo­rias de un vene­zolano de la deca­den­cia (1936).

Pocater­ra estu­vo cau­ti­vo en los castil­los de Puer­to Cabel­lo y San Car­los durante la dic­tadu­ra de Cas­tro en 1907, y en La Rotun­da, en el rég­i­men de Gómez en 1919.

Por su parte, Andrés Eloy Blan­co for­mó parte de un grupo de estu­di­antes en 1928, que se opusieron públi­ca­mente a la dic­tadu­ra gomecista, razón por la cual fue reduci­do a prisión durante 7 lar­gos años. Allí, en medio de las lúgubres pare­des de la maz­mor­ra, per­fec­cionó su tal­en­to como escritor.

No obstante, su accionar políti­co y su bril­lante tino lo lle­van a ocu­par el car­go de Pres­i­dente de la Asam­blea Nacional Con­sti­tuyente del año 47, y pos­te­ri­or­mente lo encon­tramos como tit­u­lar de la cartera de Rela­ciones Exte­ri­ores para el 48, en el gob­ier­no de Rómu­lo Gallegos.

Su may­or logro lit­er­ario, que lo con­sagraría como uno de los mejores ensay­is­tas y dra­matur­gos de la época fue el primer lugar en el Con­cur­so His­panoamer­i­cano de Poesía en 1922, ampara­do por la Real Acad­e­mia Española.

Pero en el afán de desen­trañar el moti­vo de la ima­gen que nos con­vo­ca, hay ligerezas pero tam­bién encon­tradas inter­preta­ciones, pues hay quienes inti­t­u­lan este encuadre de Gil For­toul ‑que podría pare­cer afa­ble, amis­toso, compartible‑, como “Un hom­bre políti­co por enci­ma de un hom­bre de letras”.


Augus­to Mijares, Andrés Eloy Blan­co, Pedro Sotil­lo, Enrique Tejera, Alfre­do Macha­do Hernán­dez, José Rafael Pocater­ra, José Gil For­toul y el cón­sul argenti­no Emilio Las­cano Tegui, entre otros no identificados

Pero José Gil For­toul tam­bién fue un hom­bre de letras, y de grandes letras, aunque tam­bién fue un acer­ta­do políti­co. Fue el 29.º Pres­i­dente de Venezuela, un car­go que ejer­ció durante ocho meses y medio, entre el 5 de agos­to de 1913 y el 19 de abril de 1914. Pero se le recuer­da sobre todo por haber sido el autor de la His­to­ria Con­sti­tu­cional de Venezuela, en dos tomos.

Hom­bre cul­to y de sól­i­da for­ma­ción, ano­ta la peri­odista Mila­gros Socor­ro, quien inte­gró las lla­madas luces del gome­cis­mo. Fue un escritor de vocación, abo­ga­do, sociól­o­go y peri­odista, que for­mó parte del ser­vi­cio con­sular y diplomáti­co de Cas­tro y Gómez, durante diez años en Europa, entre Inglater­ra, Fran­cia, Suiza y Ale­ma­nia. Se incor­poró al Con­gre­so Nacional como senador en los peri­o­dos 1910 al 11 y 1914 al 16. En sus lides como peri­odista,  fue nom­bra­do direc­tor de El Nue­vo Diario en 1931. 

Pero que la gen­til ima­gen no nos engañe, pues Gil For­toul no fue un san­tón, como suele pen­sarse de los hom­bres con tan nota­bles trayec­to­rias. Gra­cias a las min­u­ciosas pesquisas de la peri­odista Maru­ja Dagni­no, nos enter­amos de que “era un cas­carra­bi­as”. Su carác­ter iras­ci­ble lo heredó de su padre, ‘el pelón Gil’, un abo­ga­do y leg­en­dario héroe de la Guer­ra Fed­er­al, poderoso y déspota ter­rate­niente tocuyano, acól­i­to del gen­er­al Páez, antes y durante su dictadura.

Gil For­toul había naci­do en Bar­quisime­to el 25 de noviem­bre de 1861. Hijo del mat­ri­mo­nio de José Espíri­tu­san­to Gil Gar­cía y Ade­lai­da For­toul, quienes pre­ocu­pa­dos por su edu­cación, se lo lle­varon a muy tem­prana edad a El Tocuyo, para que se for­mara en el Cole­gio La Con­cor­dia, regen­ta­do por el mae­stro Egidio Montesinos.

Reti­ra­do de la vida públi­ca, sus días finales tran­scur­ren en Chicu­d­amai, su casona de La Flori­da, en Cara­cas. Su tes­ta­men­to carece de for­tu­na y, para col­mo, muchísi­mos años antes de encon­trarse con la muerte, había renun­ci­a­do a la heren­cia de su padre.

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