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Teresa de la Parra pintó en “Ifigenia” a la mujer inconforme que quiere expresarse

 

Juan José Peralta
Periodista

A todas las irreverentes

El 23 de abril, Día Internacional del Libro, celebración promovida por la Unesco, se cumplieron 84 años de la partida temprana de la más importante escritora venezolana de todos los tiempos, Teresa de la Parra, quien en sus dos novelas dejó impresa su huella literaria y la visión de la Venezuela provinciana de la era gomecista posterior a la primera guerra mundial


En estos tiem­pos de encer­ramien­to por la pan­demia del virus chi­no, bien vale la pena acer­carse a sus dos nov­e­las, inclu­so a su obra com­ple­ta de cuen­tos, car­tas y dis­cur­sos, para apre­ciar a esta caraque­ña naci­da en París, aunque crit­i­ca­ba a su Cara­cas “cha­ta y adorme­ci­da como Andalucía”.

En su primera nov­ela, “Ifi­ge­nia. Diario de una señori­ta que escribió porque se fas­tidi­a­ba”, Tere­sa de la Par­ra pin­tó la incon­formi­dad de una joven sin voz propia ni posi­bil­i­dad de ele­gir su des­ti­no, someti­da a la vol­un­tad y capri­chos de los hom­bres, a los pre­juicios sociales de una época en que la mujer someti­da no podía expre­sar sus sen­timien­tos. Es la primera his­to­ria de amor de la lit­er­atu­ra vene­zolana, de amor triste pero con una car­ga críti­ca de peso ante la paca­ta sociedad caraque­ña de los años veinte. Su per­son­aje María Euge­nia Alon­so, escribe en su diario: “el pen­sar y ten­er ini­cia­ti­va no está bien vis­to en una señori­ta decente”.

Su tatarabuela Tere­sa Jerez de Aris­tegui­eta era pri­ma del 

Lib­er­ta­dor Simón Bolí­var y madre del gen­er­al Car­los Soublette

 

Al críti­co francés Fran­cis de Miomadre le pare­ció modesto, sin los ele­men­tos más impor­tantes de la obra el títu­lo orig­i­nal “Diario de una señori­ta que se fas­tidia” y le sugir­ió antepon­er Ifi­ge­nia, hija may­or de Aga­menón y Clitemnes­tra de la mitología griega.

En Múnich, en el mar­co de un fes­ti­val lit­er­ario ded­i­ca­do a Wag­n­er, pub­licó en 1929 su segun­da nov­ela, “Memo­rias de Mamá Blan­ca”, clási­co de la lit­er­atu­ra his­panoamer­i­cana, escri­ta en Europa durante una auto reclusión en VeVey, Suiza, donde se impu­so la tarea de ter­mi­narla. Allí abor­da la memo­ria, la saga famil­iar e ilus­tra el ambi­ente, per­son­ajes y cos­tum­bres de su niñez. Tam­bién refle­ja la intim­i­dad mis­ma del vene­zolano, tema que siem­pre le fascinó.

Venezolanísima pese a nacer en Francia

Ana Tere­sa Par­ra Sano­jo, su nom­bre de pila, nació en París el 5 de octubre de 1889, cuan­do su padre Rafael Par­ra Her­naiz era emba­jador de Venezuela en Fran­cia y su esposa Isabel Sano­jo Espelozín se embarazó en la cap­i­tal gala. En 1891 regre­saron a Venezuela antes de la pequeña cumplir tres años. Tenían dos hijos Luis Felipe y Miguel y le sigu­ieron tres her­manas, Isabeli­ta, Elia y María del Pilar. Pertenecían a la aris­toc­ra­cia caraque­ña, su tatarabuela Tere­sa Jerez de Aris­tegui­eta era pri­ma del Lib­er­ta­dor Simón Bolí­var y madre del gen­er­al Car­los Sou­blette, prócer de la Independencia.

Su infan­cia tran­scur­rió en la hacien­da de caña El Tazón, cer­cana a Cara­cas donde se res­i­den­cia­ron, propiedad de su padre quien muere repenti­na­mente seis años después y se inter­rumpe tan provin­ciana estada. 

Tenía once años cuan­do en 1900 la famil­ia decidió res­i­den­cia­rse en Valen­cia, España y la ado­les­cente inter­na­da en el cole­gio reli­gioso Sagra­do Corazón de Godel­la donde comien­za su inqui­etud por la poesía y la lit­er­atu­ra. Guy de Mau­pas­sant, Cat­ulle Mendes y Valle-Inclán influyen en su for­ma­ción literaria.

Con doce mil bolí­vares apor­ta­dos por el gen­er­al Juan Vicente Gómez, en 1924 pub­licó bajo el seudón­i­mo de Tere­sa de la Par­ra, su primera nov­ela: Ifigenia

En 1909, próx­i­ma a cumplir veinte años com­pu­so unos ver­sos para la beat­i­fi­cación de la Madre Mag­dale­na Sofía Barat y obtu­vo el primer pre­mio esco­lar, ini­cio de muchos reconocimien­tos a lo largo de su vida.

En 1910 regre­saron a Cara­cas y se insta­laron en una casa esti­lo colo­nial entre las esquinas de Torre y Veroes. En las ter­tu­lias caseras y en las reuniones en cafés o “botillerías” la joven ano­ta mod­is­mos y vari­antes del habla caraque­ña. Siente gran fasci­nación de lo colo­quial, aunque no será el fin de su obra sino un recur­so para con­tar historias.

Sus primeros cuen­tos datan de sus 26 años cuan­do la may­oría de las mujeres de su edad no se ocu­pan del ofi­cio lit­er­ario y es excep­cional lo de sus escritos, pub­li­ca­dos en revis­tas euro­peas como Revue de L’Amérique Latine, París Time, entre otras. Por su éxi­to, varias pub­li­ca­ciones vene­zolanas se intere­san por su escrit­u­ra y sus relatos apare­cen en El Uni­ver­sal y la revista Lec­tura Semanal.



Bajo el seudón­i­mo Fru-Fru, en estos per­iódi­cos pub­li­ca cuen­tos como “Un evan­ge­lio indio: Buda y la lep­rosa”, “Flor de loto: una leyen­da japone­sa”, “El ermi­taño del reloj”, “El genio del pesacar­tas” y “La his­to­ria de la señori­ta gra­no de pol­vo, baila­r­i­na del sol”.

En 1920 pub­licó en Actu­al­i­dades, revista dirigi­da por Rómu­lo Gal­le­gos, “Diario de una caraque­ña por el Lejano Ori­ente”, fic­ción basa­da en las car­tas envi­adas por su her­mana en sus via­jes. Ani­ma­da por el éxi­to de artícu­los y cuen­tos, con entu­si­as­mo ini­ció “Diario de una señori­ta que escribió porque se fastidiaba”.

Para 1921, de 32 años, su nom­bre sue­na en los oídos de la comu­nidad lit­er­aria vene­zolana y por la visi­ta del príncipe de Bor­bón a Cara­cas le asig­naron decir el dis­cur­so en respues­ta al de doña Paz de Bor­bón en hom­e­na­je a las mujeres vene­zolanas y Tere­sa recibió grandes elo­gios por el encan­to de su prosa y la pro­fun­di­dad de su pensamiento.

Con doce mil bolí­vares apor­ta­dos por el gen­er­al Juan Vicente Gómez, en 1924 pub­licó bajo el seudón­i­mo de Tere­sa de la Par­ra, su primera nov­ela “Ifi­ge­nia. Diario de una señori­ta que escribió porque se fas­tidi­a­ba” y par­ticipó en el con­cur­so lit­er­ario del Insti­tu­to His­panoamer­i­cano de la Cul­tura France­sa, obte­nien­do el primer pre­mio. La Casa Edi­to­ra Fran­co-Ibero-Amer­i­cana de París la pre­mió con diez mil fran­cos y la pub­licó en francés y español, suma y doble pub­li­cación logros inusuales. Su fama cre­ció como una de las escritoras más desta­cadas de Lati­noaméri­ca, colo­ca­da a un lado de Gabriela Mis­tral, con quien mantiene estrecha amistad.

La pren­sa caraque­ña destacó su recibimien­to masi­vo en La Habana, Nue­va York y Bogotá, ciu­dad esta últi­ma de una mul­ti­tu­di­nar­ia recep­ción, donde dic­tó con­fer­en­cias sobre la impor­tan­cia de la mujer en la con­quista, la colo­nia y la inde­pen­den­cia de América.

Los años entre 1928 a 1930 fueron de inten­sa activi­dad: En Cuba par­ticipó en el Con­gre­so de Pren­sa Lati­na, con su dis­cur­so “La Influ­en­cia Ocul­ta de las Mujeres en la Inde­pen­den­cia y en la vida de Bolí­var” y en un fes­ti­val lit­er­ario ded­i­ca­do a Wag­n­er, en 1929 pub­licó “Memo­rias de Mamá Blanca”.

Con un ambi­cioso proyec­to de una biografía ínti­ma de Simón Bolí­var, por quien siente pro­fun­da admiración, según algunos escritores idea retoma­da por Álvaro Mutis en su cuen­to “El Últi­mo Ros­tro” y Gabriel Gar­cía Márquez en “El gen­er­al en su laber­in­to”, en 1931 se instaló en Europa. Allí se man­i­fi­es­tan los sín­tomas de una grave enfer­medad pul­monar y se internó en un sana­to­rio suizo, des­de donde man­tenía cor­re­spon­den­cia con sus ami­gos, pero su salud empeoraba.

Por la críti­ca situación euro­pea que ante­cede a la Segun­da Guer­ra Mundi­al aban­donó Suiza y se recluyó en un sana­to­rio en la Sier­ra de Guadar­ra­ma, cer­cana a Madrid y en 1934 le diag­nos­ti­caron bron­quitis asmática.

Posee­do­ra de un esti­lo incon­fundible y de gran tal­en­to, tem­pra­no ter­minó su vida, aquel 23 de abril de 1936, de 46 años de edad. Le acom­paña­ban su madre, Isabel Sano­jo de Par­ra, su her­mana María y su ami­ga Lydia Cabr­era, escrito­ra cubana que le dedicara a Tere­sa su libro Cuen­tos negros.

Sus restos, sepul­ta­dos en el cemente­rio de Almu­de­na, fueron repa­tri­a­dos en 1947 al pan­teón famil­iar Par­ra Sano­jo y al cen­te­nario de su nacimien­to, des­de el 7 de noviem­bre de 1989 reposan en el Pan­teón Nacional de Venezuela.

CorreodeLara

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