CrónicasSemblanzas

Una tumba sembrada en El Dividival de Agua Viva

 

José Luis Sotillo
Cronista Parroquial de Agua Viva
aguavivajose@hotmail.com
Twitter: @aguavivajose

Es poco usual escuchar de la existencia de una tumba ubicada en el patio o jardín de entrada a una vivienda. Y es que dentro del universo intrínseco de curiosidades que muestra Agua Viva, relata, como en un particular espacio en medio de aguacatales y algunos árboles frutales se localiza en el antiguo sector “El Dividival” de Agua Viva-Cabudare; la fosa donde se hallan los restos mortales de Marcelino “El Indio” Barragán


El mis­mo que le daría renom­bre a este sec­tor, cono­ci­do pop­u­lar­mente como los “Indios”. Per­son­aje del bucóli­co pueblo que fuera recono­ci­do por sus pecu­liares ras­gos físi­cos sim­i­lares a nue­stros prim­i­tivos pobladores aborí­genes; para quienes lo cono­cerían, las ref­er­en­cias son mar­cadas a pesar del tran­scur­ri­do paso del tiempo.

De una pro­fun­da con­viven­cia con la naturaleza

 Algunos longevos del caserío Agua Viva trans­portan sus miradas pasadas, seña­lan­do como tal alu­si­vo indi­vid­uo, se le iden­ti­fi­caría no solo por sus car­ac­terís­ti­cas de: cabel­lo lacio, tez cobriza o baja estatu­ra; sino por el hecho, de andar recor­rien­do las exten­sas ser­ranías del pie de monte del Tere­paima, descal­zo. La curiosi­dad sor­pren­dente no solo era pal­par al per­son­aje sin coti­za o alpar­gatas, calza­dos comunes de la época; lo más cum­bre o asom­bro del “Indio”, esta­ba en dis­tin­guir como despedaz­a­ba con la plan­ta de sus pies las espinas de car­dones, tunas y cujíes que se le atrav­es­a­ban a su paso; esto sin causar­le ningún daño a sus extremidades.

Igual­mente, según los múlti­ples comen­tar­ios evo­ca­dos tan­to en Cabu­dare como en Agua Viva, algunos tes­ti­gos que le conocieron, señal­a­ban: “cuan­do partía de su sec­tor has­ta la veci­na Cabu­dare, llev­a­ba con­si­go en uno de los bol­sil­los del pan­talón, unas alpar­gatas que se las colo­caría entrante al pueblo”, asimis­mo, cuan­do le toca­ba retornar nue­va­mente a su mora­da, se las quita­ba, para andar con pasos firmes por los caminos polvorien­tos que existían en aque­l­los años. De allí que esta enig­máti­ca figu­ra se le recono­cería ante la mira­da de pro­pios como de extraños.

Ded­i­ca­do a la cría de cabras y chivos, con­stan­te­mente se le dis­tin­guiría cul­ti­van­do una ya desa­pare­ci­da huer­ta, y al lle­gar la tarde dejaría cor­rer y sonar con el cacho de una vaca un sonido que se deja­ba escuchar entre sus veci­nos más ale­ja­dos, con la inten­ción de recoger al rebaño de animales.

De una pro­fun­da con­viven­cia con la nat­u­raleza, Marceli­no Bar­ragán no solo cam­i­naría las lim­i­tadas veredas y caminos del Dividi­val y El Tamb­o­ral; tam­bién de Tier­ri­tas Blan­ca y otros reco­dos, dis­tin­gui­dos por quienes algu­na vez obser­varon la som­bra muy cer­cana de los pasos de Marcelino.



En diver­sos recuer­dos com­par­tidos, indi­ca­ban que tam­bién poseía cier­tos conocimien­tos natos en la fab­ri­cación de instru­men­tos musi­cales, tan­to así, que poseía un vio­lín de su propia elab­o­ración; así como tam­bién, que esté se recosta­ba a con­cil­iar su sies­ta en la hor­que­ta alta de un árbol de roble, la cual bajo la som­bra se ubi­ca­ba su humilde casa de bahareque que vio par­tir su noble alma un 06 de sep­tiem­bre de 1971. 

Según la autop­sia lev­an­ta­da por los cuer­pos poli­ciales noti­fi­ca­dos, ya tenía tres días de haber fal­l­e­ci­do, con lo cual, algu­nas amis­tades más inmedi­atas decidirían en vista de no poseer cónyuge ni hijos; sepul­tar­lo en un ter­reno ady­a­cente a su domi­cilio, bajo la autor­ización pre­via de las autoridades. 

Del “Indio” se descono­ció su fecha de nacimien­to, por lo tan­to, su tum­ba la cual fue lev­an­ta­da con la ayu­da y coop­eración de: Ramón Guédez, José Muji­ca, José Álvarez, entre otros; quienes colab­o­raron con los ser­vi­cios y corte­jos fúne­bres, nun­ca se le colo­co los datos en cuestión a su nacimien­to. Fue así como al “indio” Bar­ragán lo sem­braron en su natal lugar y, de allí que den­tro del con­tex­to amplio del ter­ri­to­rio agua­viveño, per­du­ra el pun­to intac­to donde se encuen­tra en des­can­so su alma. 

CorreodeLara

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