Crónicas

¡Yo soy la Carreño!

José Alfredo Sabatino Pizzolante
Historiador y vicepresidente 
de la Academia de Historia del estado Carabobo

(Toman­do de “Puer­to Cabel­lo: la músi­ca en el tiempo” 
(2004), libro del autor)

A propósito de los 136 años del inolvidable concierto de Teresita Carreño en Puerto Cabello


De aque­l­la chiquil­la que años atrás par­tió en bus­ca de nuevos der­roteros, sólo qued­a­ba el recuer­do. Aho­ra, con­ver­ti­da en una mujer con trein­ta y dos años a cues­tas, regresa­ba a su patria como una cele­bri­dad. Su tem­pera­men­to y per­son­al­i­dad podrían resumirse en aque­l­las pal­abras que, antes de cumplir sus quince pri­mav­eras, dijera en acti­tud desafi­ante a su mae­stro Anton Rubin­stein: “¡Yo soy la Carreño!”. 

Quien se atrevía a diri­girse de esa for­ma al respeta­do mae­stro, era la mis­ma que en el otoño de 1863 daba un recital pri­va­do al pres­i­dente de los Esta­dos Unidos, Abra­ham Lin­coln; aque­l­la que en París arran­ca emo­ciona­dos aplau­sos a Rossi­ni, al tiem­po que Franz Liszt, al escucharle, ofrecía enseñar­le su téc­ni­ca. En fin, se trata­ba de la pianista admi­ra­da por Goun­od, Berlioz, Auber, y tan­tos otros grandes com­pos­i­tores. Norteaméri­ca la recibió con los bra­zos abier­tos, y Europa, en su rega­zo, le prodigó elo­gios y cariño.

 

 


Teresa Carreño

 

 

 

 

 

 

 

 

El cal­en­dario mar­ca el año de 1885 y Tere­sa Car­reño, aten­di­en­do a una invitación que le extendiera el pres­i­dente Joaquín Cre­spo para que vis­i­tara su patria, decide acep­tar, regre­san­do a su tier­ra natal tras lar­gos años de ausen­cia. Lle­garía a medi­a­dos de octubre para ini­ciar una exi­tosa gira que, comen­zan­do lógi­ca­mente por Cara­cas, la lle­varía a diver­sas ciu­dades del inte­ri­or, entre éstas, a Puer­to Cabello.

El concier­to ofre­ci­do por la Car­reño en esta ciu­dad tiene una con­no­tación espe­cial para la his­to­ria musi­cal de la urbe, pues mar­ca el reen­cuen­tro, tran­scur­ri­dos vein­titrés años, de la aho­ra con­suma­da pianista, con una sociedad de alto gra­do cul­tur­al y que sen­tía por el piano una predilec­ción infini­ta. La músi­ca con­sti­tuía la prin­ci­pal dis­ci­plina artís­ti­ca cul­ti­va­da entre los porteños, y muchas famil­ias como Olavar­ría Maytín, Brandt, Beluche, Noblot, y Romagosa, apor­taron a la local­i­dad nota­bles com­pos­i­tores e instru­men­tis­tas. De modo que la inclusión de Puer­to Cabel­lo en el itin­er­ario de la proyec­ta­da gira entu­si­as­mó a sus habi­tantes, quienes ten­drían la opor­tu­nidad de admi­rar y recor­dar el pecu­liar esti­lo de la artista.

No obstante, los por­menores de la visi­ta de Tere­sa Car­reño aquel noviem­bre de 1885, han sido obje­to de espec­u­la­ciones infun­dadas, que en nada se cor­re­spon­den con la ver­dad históri­ca. Así, se ha sostenido has­ta la saciedad, que el concier­to que ella diera el 25 de noviem­bre tuvo lugar en la fun­ción inau­gur­al del Teatro Munic­i­pal: nada más ale­ja­do de la real­i­dad. Por otra parte, tam­bién se afir­ma que, al par­tir hacia Valen­cia la Car­reño, para cumplir allí com­pro­misos artís­ti­cos, llevó su piano en un car­ro espe­cial­mente acondi­ciona­do para ello. Igno­ramos cómo surgió tal idea, pues no sólo resul­ta absur­da, por las difi­cul­tades que impone un trasla­do de esa clase, sino tam­bién porque las fuentes por nosotros con­sul­tadas guardan abso­lu­to silen­cio al respecto.

Fun­da­men­tal para la orga­ni­zación de esta gira fue el tra­ba­jo desar­rol­la­do por Manuel A. Car­reño, her­mano de la pianista, quien vis­itó las prin­ci­pales ciu­dades de Venezuela, con el obje­to de afi­nar los detalles de las pre­senta­ciones. Sobre el rol de “agente” juga­do por Manuel Anto­nio, escribe Mario Milan­ca Guzmán:

“Una vez insta­l­a­da la artista en Cara­cas — llegó un día 15 de octubre de 1885- Manuel A. Car­reño ini­cia su papel de “agente”. Así, en la edi­ción del 19 de octubre, “La Opinión Nacional” señala lo sigu­iente, a propósi­to de la visi­ta que realizara Tere­sa Car­reño al Pres­i­dente de la Repúbli­ca: “Nos pide el señor Manuel A. Car­reño par­ticipemos al públi­co que la hizo (sic) ayer su her­mana Tere­si­ta Car­reño al Gen­er­al Pres­i­dente de la Repúbli­ca, acom­paña­da de su esposo el señor Tagli­api­etra, y de él, no sólo para man­i­fes­tar­le al Supre­mo Mag­istra­do su grat­i­tud, sino que como una mues­tra de amor a la Patria, desea­ba dedi­car­le su primer concier­to; y que el Ben­eméri­to Gen­er­al Cre­spo, que recibió a la artista con demostra­ciones de apre­cio, se dignó acep­tar la ded­i­ca­to­ria del concierto”. 

En el mis­mo per­iódi­co, se le despi­de deseán­dole feliz via­je. El itin­er­ario de Manuel A. Car­reño será: La Guaira, Puer­to Cabel­lo, Valen­cia, Ciu­dad Bolí­var. ¿El obje­ti­vo de este via­je? Orga­ni­zar las pre­senta­ciones de la pianista en esas ciudades.

Fer­ro­car­ril La Guaira Cara­cas. Colec­ción Allen Morrison

Pero veamos lo que señal­a­ba “La Opinión Nacional”: “Feliz via­je. Se lo deseamos de todas veras al señor Manuel Anto­nio Car­reño, que en el segun­do tren de hoy par­tió para La Guaira, de donde seguirá luego via­je a Puer­to Cabel­lo, Valen­cia y Ciu­dad Bolí­var. Moti­va esta recor­ri­da por dichas ciu­dades, orga­ni­zar lo con­ve­niente para que se real­ice el deseo vehe­mente expre­sa­do por sus moradores, de apre­ciar por sí mis­mos las grandes dotes y tal­en­tos artís­ti­cos de la céle­bre pianista vene­zolana que aca­ba de obse­quiar a Cara­cas con dos concier­tos, que dejarán eter­no y gratísi­mo recuer­do entre los apre­ci­adores de lo bueno y de lo bel­lo, y admi­radores de las inefa­blesrev­ela­ciones del genio”. Luego de un pun­to y aparte, sigue: “Augu­ramos a la céle­bre Tere­sa Car­reño en las ciu­dades que en breve vis­i­tará, los mis­mos tri­un­fos que con mere­ci­da­jus­ti­ca ha con­quis­ta­do de los caraque­ños, y nos con­grat­u­lam­os con los habi­tantes de La Guaira, Puer­to Cabel­lo, Valen­cia y Ciu­dad Bolí­var, por haber obtenido que la inim­itable pianista haya acce­di­do a sus justísi­mos deseos”.

Aho­ra bien, la especie según la cual el concier­to brinda­do por Tere­sa Car­reño habría tenido lugar en el Teatro Munic­i­pal, tuvo su ori­gen en la erra­da inter­pretación de una solic­i­tud con­teni­da en las actas munic­i­pales cor­re­spon­di­entes a 1885. 

En Efec­to, en la sesión del 19 de noviem­bre podemos leer, que se recibió “una solic­i­tud del señor M.A. Car­reño en que man­i­fi­es­ta que habi­en­do sabido que esta cor­po­ración pien­sa inau­gu­rar el Teatro Guzmán Blan­co de este puer­to, á fines de diciem­bre próx­i­mo y encon­trán­dose actual­mente en el país la seño­ra Tere­sa Car­reño, cono­ci­da pianista vene­zolana, tiene el hon­or de pro­pon­er sea ella, la que dé la fun­ción de inauguración”. 

El Con­ce­jo Munic­i­pal acordó que dicha solic­i­tud fuese pasa­da a la comisión de orna­to para su informe respec­ti­vo. En las sesiones pos­te­ri­ores nada se dice sobre el informe solic­i­ta­do, pero esta­mos seguros de que la comisión de orna­to adver­tiría a la munic­i­pal­i­dad que los tra­ba­jos del teatro aún no esta­ban con­clu­i­dos, de allí que la cel­e­bra­da pianista no pudiera actu­ar en nue­stro máx­i­mo col­iseo cultural. 

Además, hemos com­pro­ba­do que Manuel A. Car­reño, her­mano de Tere­sa y quien ten­dría a su car­go la orga­ni­zación de la gira, pre­vi­a­mente a dicha solic­i­tud, había conc­re­ta­do la pre­sentación de su her­mana en este puer­to, y que la peti­ción for­mu­la­da al Con­ce­jo no pasó de ser más que una feliz idea. 

Si la lle­ga­da de Tere­si­ta al litoral porteño pasó desapercibi­da en julio de 1862, cuan­do tan sólo con­ta­ba ocho años de edad, no ocur­riría igual con ésta su segun­da visi­ta. Su her­mano se trasladaría al puer­to a medi­a­dos de noviem­bre con el fin de ulti­mar los detalles de su actuación, y se fijó entonces la fecha del concier­to: 25 de noviem­bre de 1885. 

Este ten­drá lugar en el salón “Gut-Heil”, un club de la colo­nia ale­m­ana que fun­cionó en el mis­mo inmue­ble que ocupó la ofic­i­na de corre­os (ady­a­cen­cias de la Plaza Salom). El pro­gra­ma de aque­l­la vela­da, local­iza­do por nosotros en la hemerote­ca de don Tulio Febres Cordero en la ciu­dad de Méri­da, sería pub­li­ca­do en la pren­sa local con una sem­ana de antelación; el mis­mo incluía: Rap­so­dia Hún­gara N° 2 de Liszt, Berceuse y Bal­lade de Chopin, Etude de Henselt, Valse de Print­emps de T. Car­reño, Andante de Beethoven, Mar­cha de las Ruinas de Ate­nas de Rubin­stein, Hex­en­tanzde Mac Dow­ell, Pasquinade de Gottschalk, final­iza­do con la Rap­so­dia Hún­gara N° 6, de Listz.

Pocas veces el anun­cio de un concier­to había cau­sa­do tal revue­lo. Cua­tro días antes eran escasas las entradas para ocu­par un lugar pref­er­ente donde obser­var el espec­tácu­lo, y los que no se apresuraron a com­prar­las tuvieron que con­for­marse con las inco­mo­di­dades de la galería. 

La prox­im­i­dad de la lle­ga­da a la ciu­dad de la con­no­ta­da pianista tenía en vilo a los porteños. La pren­sa local describe muy bien el ambi­ente de aque­l­los días: “La aten­ción gen­er­al está fija en TERESITA CARREÑO; y aunque ya puede con­tarse por horas el tiem­po que fal­ta para regalar nue­stros oídos con sus deli­ciosas armonías, la ansiedad se agi­gan­ta y las horas cor­ren lentas…/ Aún no ha lle­ga­do á este puer­to la sim­páti­ca mujer, la hija predilec­ta del Génio, y todos se apresuran á tomar local­i­dades en el impro­visa­do Teatro que le espera; porque nadie quiere pri­varse de las del­i­cadas notas, que son como fiel tra­duc­ción de divi­nos concier­tos ‑ni de la con­tem­plación de la adorable y sin par mujer- orgul­lo Patrio, que como ave de paso nos visi­ta. Pron­to res­pi­rará nues­tra atmós­fera que dejará impreg­na­da de céli­cas armonías, sagradas reliquias para nues­tra memo­ria, que en lo suce­si­vo, cuan­do el dolor nos hiera ó la adver­sa for­tu­na nos per­si­ga, serán evo­cadas como bál­samo de efi­cacísi­mo con­sue­lo…. Que lo divi­no for­t­alece siem­pre. / Hemos dicho que la aten­ción y la ansiedad es gen­er­al; y podría no ser?/ Nó! Que TERESITA CARREÑO es un genio en el divi­no arte”.

Con­trario a lo que se ha dicho, la Car­reño no arribó a la ciu­dad el 23, sino en la mañana del 25: “Si acon­se­járamos no olvi­dar ‑diría una nota peri­odís­ti­ca- que mañana es el día del arri­bo de Tere­si­ta Car­reño, nues­tra can­didez sería imper­don­able. ¡Puede olvi­darse la anhela­da hora de una cita? No! que el corazón no ha de per­manecer insen­si­ble, y sus vio­len­tos y des­or­de­na­dos lati­dos nos gri­tarán: ahí está la per­son­ifi­cación del Genio!”. Coin­ci­den­cial­mente el concier­to que la artista dedicara a la sociedad porteña, ten­dría lugar el mis­mo día en que, vein­titrés años antes, actu­ara por vez primera en público.

Lle­garía entonces el ansi­a­do momen­to… El her­moso edi­fi­cio del “Gut-Heil” con sus ven­tanas abier­tas de par en par, era abor­da­do cada instante por un nue­vo coche del cual baja­ban las pare­jas ele­gan­te­mente tra­jeadas para la ocasión. El salón se hal­la­ba reple­to y en la calle una curiosa mul­ti­tud aguard­a­ba la lle­ga­da de la cel­e­bra­da artista. 

A medi­da que se acer­ca­ba la hora del encuen­tro la agitación iba in crescen­do. De pron­to allí esta­ba ella. Un súbito silen­cio invadió al ambi­ente y las miradas y los oídos úni­ca­mente conocieron de Tere­sa frente al piano. Pero no ser­e­mos nosotros quienes reseñare­mos los detalles de aque­l­la vela­da; al día sigu­iente una sug­es­ti­va cróni­ca cor­rió inser­ta en El Diario Com­er­cial, las her­mosas y lauda­to­rias líneas que a con­tin­uación copiamos: 

“… Escogi­da con­cur­ren­cia llen­a­ba el salón del impro­visa­do Teatro; her­moso cuadro de bel­las com­pa­tri­o­tas, osten­tan­do el poderoso ascen­di­ente de sus atrac­tivos, aguard­a­ba ansiosa la apari­ción de la artista para ofren­dar­le el trib­u­to de su admiración. Llegó el momen­to; y el impa­ciente anh­elo calmó con su pres­en­cia. Sen­tóse al piano… y la nat­u­raleza enmude­ció a su alrede­dor: callaron los sus­piros ténues de la brisa y el melancóli­co rumor de la apaci­ble noche… posó sus dedos… y bro­taron a su mág­i­ca pre­sión tor­rentes de armonía; y difundióse por el tibio ambi­ente algo que no es posi­ble definir, mez­cla de angéli­cas car­ca­jadas, ecos de sus­piros, tri­nos de aves, céli­cos acen­tos… y elévoseel alma a descono­ci­das regiones. Rompiéronse los diques de la memo­ria, y en el olea­je de nues­tra pasa­da exis­ten­cia flotaron á un tiem­po felices detalles y acer­bos dolores; nos dom­inó la ale­gría y nos abatió la tris­teza; ¡reí­mos y llo­ramos … Oh! poder del Genio! Oh! músi­ca div­ina! ¡Cómo dom­i­nas todo a tu albedrío! ¡Cómo jue­gas sin piedad con el corazón! Felici­ta­mos á la insigne artista que desem­peñó con admirable acier­to, con inim­itable gra­cias, con inau­di­ta facil­i­dad, con pro­fun­da maestría todas las partes del pro­gra­ma; salta­mos las difi­cul­tades ven­ci­das ‑que ni aun lim­i­ta­dos conocimien­tos ten­emos en el arte-  grandes nota­bil­i­dades las han apre­ci­a­do y plumas com­pe­tentes las han descrito; nosotros solo sabe­mos que arrancó frenéti­cos aplau­sos, que pro­du­jo arrobadores éxta­sis, que se adueñó del audi­to­rio y que éste, absorto y embria­ga­do de plac­er, seguía los giros de su capri­chosa fan­tasía, ora estreme­cién­dose con el rui­do de fragoroza tem­pes­tad, ó con la potente voz del huracán, ora son­rien­do al mur­mul­lo del mati­nal concier­to de la nat­u­raleza ó al ale­gre gor­geo de ruiseñores; ora, en fin dele­tre­an­do ó leyen­do en aque­l­las notas robadas al cielo, poe­mas de infini­ta ter­nu­ra… Nosotros sólo sabe­mos que el ameno concier­to duró ape­nas lo que el rui­do de un beso, porque ráp­i­das vue­lan las horas de plac­er. Solo sabe­mos que la fama que pre­cede a Tere­si­ta Car­reño es tan jus­ta como inmen­sa; que deja aquí impere­cederos recuer­dos y el deseo insa­cia­ble de con­tem­plar­la siem­pre, y de oír­la eternamente”.

 

La ante­ri­or cróni­ca, úni­ca que se con­ser­va de aquel inolvid­able concier­to, resume el tor­rente de sen­sa­ciones que fue capaz de trans­mi­tir la genial Tere­sa a los porteños. Nun­ca la ciu­dad se vio cau­ti­va­da de tal forma. 

Al mar­charse, ya no lan­zaría su vida rum­bo a la glo­ria, como sucediera el año 62, porque sen­cil­la­mente ella había alcan­za­do la glo­ria el día en que, ante el estu­por de su mae­stro, le dijera en acti­tud desafi­ante y como en acto defin­i­to­rio de su exis­ten­cia: “¡Yo soy la Carreño!”.

CorreodeLara

Esᴛᴀ́ ᴜsᴛᴇᴅ, ᴅɪsᴛɪɴɢᴜɪᴅᴏ ʟᴇᴄᴛᴏʀ, ᴇɴ ᴛᴇʀʀɪᴛᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ, ᴅᴇ ʜᴏᴍʙʀᴇs ᴄɪᴠɪʟɪsᴛᴀs, ʏ sᴏʙʀᴇ ᴛᴏᴅᴏ, ᴅᴇ ɢʀᴀɴᴅᴇs ᴀᴄᴏɴᴛᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ϙᴜᴇ ᴍᴀʀᴄᴀʀᴏɴ ᴜɴ ʜɪᴛo

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