Entierros en Barquisimeto y El Cajón de las Ánimas
Omar Garmendia
Cronista e investigador
Durante la administración del general David Gimón (1919–1920) se construyó en la entrada del cementerio de Bella Vista de Barquisimeto, una capilla destinada a velar a los difuntos antes del entierro.
A los ricos, que eran pocos, se les llevaba al camposanto en un tétrico coche fúnebre. Lo llevaban dos caballos de color azabache, cubiertos con una manta negra y un penacho de plumas en la cabeza. Va a paso lento con el cochero muy bien vestido, serio y circunspecto.
Si se era muy rico, al morir su cuerpo era sepultado en la capilla de Nuestra Señora del Carmen en la iglesia Inmaculada Concepción, amortajado con el hábito del seráfico San Francisco, con entierro cantado en misa mayor y honras al siguiente día con acompañamiento de los venerables curas, sacristán mayor y de las cofradías, hermandades y comunidades.
Si se era pobre, que eran muchos, se recurre al Cajón de las Ánimas de las hermanitas de la Caridad
El coche va sin lujos. Apenas un cajón descuadrado y sin color tirado por un caballo enflaquecido, que emprende veloz carrera por las empedradas calles de la ciudad adormilada. Más rápido que entierro de pobre, expresa el dicho popular.
Si se era pobre de solemnidad no había urna o catafalco para llevar al muerto, se les enterraba en el suelo pelado. A falta de urna y de coche los más pobres trasladaban al difunto en chinchorros, trojas o parihuelas, colocando en las cabuyeras un trapo negro para indicar que era un difunto el que llevaban. Si era un enfermo al que trasladaban en chinchorro en dirección a la casa de algún familiar o al Hospital La Caridad, colocaban una cinta morada para señalar que todavía estaba vivo.
Foto de portada: Coche fúnebre Barquisimeto