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La hermosa dama de Tarabana

 

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y escritor


Un hombre apuesto cabalga por la ribera del río Claro en dirección al Central Tarabana, propiedad de su familia: los Yepes Gil. El caballero de impecable atuendo y sombrero, aprovecha la marcha para revisar los potreros y cortes de cañamelar de sus posesiones enclavadas en el Valle del Turbio, traspasadas de generación en generación desde 1822, como lo atestigua un documento notariado en Barquisimeto el 21 de mayo de ese año.

Ale­gres voces aler­tan tan­to al jinete como al brioso cabal­lo. A lo lejos, varias mujeres en edad juve­nil lavan sus ropas en el cau­daloso aflu­ente. Acel­era el paso entre el apre­tu­ja­do espi­gar para obser­var­las y des­cubrir quiénes son, qué hacen en sí.

Los cas­cos de la vig­orosa bes­tia se cla­van en el bar­ro de los sur­cos de riego del exten­so sem­bradío. Los tor­rentes del río chocan­do con las piedras lim­i­tan su audi­ción has­ta que alcan­za la mar­gen del cau­dal. Allí, frente a él, se encon­tró a la dama más her­mosa jamás vista en aque­l­los pre­dios. Quién era aque­l­la damisela del Valle de Tarabana.

Toques de que­da y despliegue de tropas con­vul­sion­aron a Bar­quisime­to y Cabu­dare por ese entonces, pues hacía pocos días que un movimien­to políti­co-mil­i­tar había der­ro­ca­do al pres­i­dente democráti­ca­mente elec­to don Rómu­lo Gal­le­gos, oblig­án­do­lo a exil­iarse y en su lugar insta­lar una jun­ta mil­i­tar pre­si­di­da por Car­los Del­ga­do Chalbaud.

Valle del Río Tur­bio.- Cabu­dare 1977 Toma­da des­de la Ter­raza del Hotel Hilton Bar­quisime­to. Foto: William Otero Jr.

Los apuntes de la investigadora

 

Remem­o­ra Haydee Pad­ua, inves­ti­gado­ra de la genealogía históri­ca de la famil­ia Yepes Gil e hija de don Daniel Yepes Gil, que fue entre los verdes cul­tivos de cañas del Valle del Tur­bio, en épocas pasadas, donde don Daniel “encon­tró su ver­dadero amor”. 

Daniel Yepes Gil de mozo

Don Daniel ya había con­traí­do nup­cias con doña Nel­ly Aré­va­lo, pro­cre­an­do cua­tro hijas. Doña Nel­ly fue una dis­tin­gui­da dama hija de don Rafael Aré­va­lo González, el den­oda­do peri­odista fun­dador de El Pre­gonero, quién con su per­iódi­co desafió la recia dic­tadu­ra gomecista lo que le costó 27 años de cár­cel en 14 pri­siones entre La Rotun­da en Cara­cas, y el Castil­lo Lib­er­ta­dor, en Puer­to Cabel­lo, entre otros. 

Pertenecía don Daniel a esa pros­apia de hom­bres que a fuerza de tra­ba­jo con­tin­uaron el lega­do de sus ance­s­tros, con­struyen­do un futuro promiso­rio para los larens­es. Su lina­je otor­ga­ba no solo una cat­e­goría prin­ci­pal, sino que tam­bién era un com­pro­miso moral y éti­co. Nieto del doc­tor José Espir­i­tu­san­to Gil, cono­ci­do en la lit­er­atu­ra históri­ca como el Pelón Gil, un leg­en­dario héroe de la Guer­ra Fed­er­al que defendió sin titubeo la plaza de Bar­quisime­to durante los ter­ri­bles años de 1860 y 61. 

El Pelón Gil era abo­ga­do lit­i­gante y un ati­na­do políti­co des­de su curul en el Con­gre­so que san­cionó la Con­sti­tu­ción de 1858. Más tarde des­de su pequeño y modesto despa­cho en la calle Real de Bar­quisime­to, ejer­ció la primera mag­i­s­tratu­ra del gran esta­do que abri­ga­ba Lara y bue­na parte del Yaracuy. Asimis­mo, intro­du­jo la primera imprenta a El Tocuyo para fun­dar el sem­a­nario Aura Juve­nil, que diri­girá su hijo José Gil For­toul jun­to a Lisan­dro Alvarado.

El Valle Neosegoviano como escenario

Olga Pad­ua primaveral

Una mañana de sol radi­ante, en cabal­ga­ta rum­bo a la Hacien­da Tara­bana, en donde el mod­er­no trapiche alemán de sus her­manos Cruz María, José Anto­nio y Mar­i­ano, trit­ura­ba el cañame­lar para con­ver­tir­lo en azú­car, divisó a oril­las del río a una her­mosa mujer que lo enam­oraría para siempre.

Describe con entu­si­as­mo Haydee Pad­ua, que don Daniel apresuró su cabal­lo para atrav­es­ar el lecho y cau­ti­vo de una tram­pa del des­ti­no, sus ani­ma­dos ojos se clavaron en aque­l­la bel­la silue­ta: una agra­ci­a­da y joven damisela, de ras­gos muy criol­los y pueb­leri­nos, de lar­gos cabel­los azabach­es, de labios que no agota­ban la pasión del rojo, dueña de grandes y expre­sivos ojos negros. Las trav­es­uras de Cupi­do merodearon Tara­bana en aquel remo­to año 48.

Y mi padre al acer­carse cada vez más a aque­l­la mujer, quedó inerte y sin alien­to ‑recuen­ta Haydee Pad­ua sum­i­da en un fasci­nante relato‑, adi­cio­nan­do que su esque­ma de hom­bre recio y poderoso se der­ri­tió ante la pres­en­cia mag­ní­fi­ca de la esplen­dorosa mujer.

Es tes­ti­mo­nio de don Daniel, entre las memo­rias escritas por su hija, que des­de ese entonces las citas a hur­tadil­las “fueron más fre­cuentes, y las vis­i­tas a Tara­bana se tornaron obligadas”.

Cada tarde, con un sol res­p­lan­de­ciente, Olga cam­ina­ba presurosa des­de Cabu­dare por el camino Real a Bar­quisime­to has­ta las extrem­i­dades del río Claro, para encon­trarse con el apuesto hom­bre a cabal­lo y sombrero.

 ‑Así nació ese amor fan­tás­ti­co, en encuen­tros furtivos en el esce­nario más sub­lime, a las puer­tas de la históri­ca Capil­la Las Mercedes‑, traza la escrito­ra sin adver­tir las gri­etas de su corazón y sus ojos ane­ga­dos en lágrimas.

En Tarabana lo flechó Cupido

Aquel mar­avil­loso encuen­tro se inspiró en el feu­do del despi­ada­do tira­no Aguirre, entre el alti­vo Tere­paima y la vas­ta mese­ta neosego­viana, tes­ti­gos autén­ti­cos de la Batal­la de Tier­ri­ta Blan­ca, acon­tec­imien­to  desar­rol­la­do “en el año del Señor de 1813”, donde chocaron las tropas de Bolí­var, Urdane­ta y Palave­ci­no con­tra las hor­das del cru­el brigadier español José Cebal­los y su lugarte­niente Fran­cis­co María de Oberto.

Y, des­de ese entonces don Daniel com­par­tió su vida con Olga Pad­ua, la her­mosa dama de Tara­bana, “La Negra” como la llam­a­ba con mági­co acen­to. De esta esen­cia seduc­to­ra nacieron: Oscar, Haydee, Héc­tor, Vir­ginia, Gisela y Fernando.

Pero don Daniel, no pudo ser más fran­co, más llano, pues le ofre­ció a  la dama de Tara­bana, eter­na com­pañía, aunque el des­ti­no pron­to se encar­garía de negar esa noble prome­sa. Olga fue para él un tesoro de piratas, y con el tran­scur­rir de los años, don Daniel dejaría de pen­sar en el tiem­po que le asech­a­ba, porque para sí, con ella, ya todo lo poseía.

Allí, en Tara­bana, entre las fal­das del impe­rioso Tere­paima y el Valle dom­i­na­do por Lope de Aguirre, con vista a la mese­ta neosego­viana, lo flechó Cupido. 

Atarde­cer en Valle del Tur­bio Foto José Felix

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