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El Bosque Macuto: historia dorada

 

Omar Garmendia
Escritor e investigador

CUANDO ALGÚN INTRUSO intentaba entrar en el Bosque Macuto se conseguía con el ceño fruncido de Juan Colorao. El área era protegida por un celador y guardamonte, quienes se encargaban de custodiar y mantener el bosque. Tres reales le pagaban a Juan Colorao en su función de celador y guardamonte en su constante recorrido por la impenetrable selva, como heredero de una tradición de origen colonial seguido en la época republicana, en el celoso afán por parte de los barquisimetanos de cuidar y resguardar el valioso reservorio del fluido cristalino preservador de la vida

Pero nun­ca falta­ban unos muérganos, abu­sadores y aprovecha­dos que cuan­do se adopt­a­ban medi­das a favor de la pro­tec­ción del bosque man­i­festa­ban reac­ciones con­trarias, razón por la cual esto no obsta­c­ulizó la obten­ción de leña y el corte de caña bra­va para usar­lo en el techa­do de casas.



Des­de antaño y des­de su fun­dación, el agua ha encar­na­do un prob­le­ma para la ciu­dad de Bar­quisime­to, tan­to por la escasez de los recur­sos hídri­cos como por la fal­ta de acue­duc­to. Había, por lo tan­to, y por obligación for­zosa, hac­er el tra­ba­joso trasla­do diario hacia la que­bra­da de Macu­to, con la infaltable hilera de pacientes bur­ros por­tan­do chir­guas para así poder sat­is­fac­er las necesi­dades y nutrir los aljibes. No era fácil. 

En época de cre­ci­das recur­rían a mecates para atrav­es­ar las pro­celosas aguas del río Tur­bio. A más de un bur­ro se lo llevó la crecida

Fue Pedro Fran­cis­co Ama­r­al en 1813, gob­er­nador pro­vi­sion­al para ese entonces, quien se dispone a san­ear la fron­dosi­dad, “son­dear el fon­do del bosque, expur­gan­do su maleza y nom­brar un celador”. Suce­sivos gob­er­nadores, sigu­ien­do la aten­ción que el bosque solic­ita­ba hicieron lo pro­pio, tan­to así que logró lle­garse a acuer­dos con los dueños de las hacien­das por donde pasa­ban las aguas trib­u­tarias para así aumen­tar el cau­dal de agua.

Por los dis­tin­tos liti­gios sus­ci­ta­dos en esa época sobre las aguas de la que­bra­da de Macu­to, para 1832 con la insta­lación de la Diputación Provin­cial de Bar­quisime­to, se crea la Orde­nan­za de Policía del 3 de noviem­bre de 1832, en lo que ven­drá a ser la primera leg­is­lación sobre riego que tuvo vigen­cia en la Provin­cia, la cual establecía pre­vi­siones conc­re­tas en cuan­to a la uti­lización de ace­quias y los aspec­tos rela­ciona­dos con los dese­chos y esta­cadas de los ríos. En efec­to, en el artícu­lo 114, capí­tu­lo 14° de las ace­quias del cita­do reglamen­to se establecía que:

“Todo propi­etario de un fun­do ten­drá acción para sacar agua de los ríos y con­ducir­la a sus pos­e­siones para el riego de sus sementeras abrien­do el cauce nece­sario, siem­pre que no per­judiquen en el ter­reno ni con el agua a los que ten­gan ya estable­ci­das sus tomas…” (Diputación Provin­cial de Bar­quisime­to, 1834, p. 122).

Como de cos­tum­bre, nun­ca falta­ban los incon­formes. Algunos hacen­da­dos, mon­ta­dos en mag­ní­fi­cos ejem­plares cabal­lares, sobre repu­ja­dos y olorosas sil­las de mon­tar y escud­án­dose en sub­terfu­gios aco­mo­dati­cios y sin eti­que­tas almi­don­adas, objeta­ban la fulana orde­nan­za de policía crea­da por la Diputación Provin­cial, por con­trade­cir la Ley Fun­da­men­tal del Dere­cho de Propiedad, por lo que esta leg­is­lación fue sufrien­do mod­i­fi­ca­ciones con el pasar del tiem­po para pre­cis­ar con más exac­ti­tud el dere­cho de riego, adap­ta­do a nuevas cir­cun­stan­cias y para aten­der apremi­antes requer­im­ien­tos a que dieron lugar el uso y la cos­tum­bre (Chiar­il­li, 1996).

Sin embar­go, y pese a las difer­en­cias y opuestos pare­ceres de los hacen­da­dos y propi­etar­ios de tier­ras, quedó deter­mi­na­do que las aguas de la que­bra­da de Macu­to eran de propiedad común, aunque con may­or ben­efi­cio para ellos como priv­i­le­gia­dos, por lo que habría que repar­tir el agua en base a un manda­to legal, tal como lo establecía la Orde­nan­za de Policía, pará­grafo 2 del artícu­lo 134:

“Pertenecien­do al común en el can­tón de Bar­quisime­to las aguas de la que­bra­da de Macu­to, se dis­tribuirán en jus­ta pro­por­ción entre las que pueden gozar del ben­efi­cio del riego, hacien­do razon­able pref­er­en­cia entre los hacen­da­dos y cañeros-conu­queros, aten­di­da la antigüedad con que se hayan estable­ci­do los primeros, sien­do de igual tiem­po por el orden de posesiones…” .

Para 1842 sien­do Gob­er­nador de la Provin­cia don Bern­abé Planas, acuer­da el 4 de mayo limpiar de hojaras­ca el bosque, cer­car el perímetro, cer­rar la entra­da y nom­brar un ayu­dante del celador. En ese año se hizo la donación a la munic­i­pal­i­dad de Bar­quisime­to de los fun­dos pertenecientes a la Hacien­da Macu­to, hacien­do énfa­sis en no “tocar el ter­reno, celando que no se corten árboles, beju­cos y cañas bravas, ni se tal­en los montes, en man­era algu­na…” , como una exi­gen­cia de la Diputación Provincial.



Y fue Gra­cias a don Bern­abé Planas y con la acción con­ser­va­cionista de don Juan de Dios Ponte, lo que fue la hacien­da Macu­to con el tiem­po fue con­ver­ti­da por el Con­ce­jo Munic­i­pal en un bosque exu­ber­ante, pleno de árboles con grue­sos tron­cos y de difer­entes especies. Se refor­estó el bosque con el fin de aumen­tar el cau­dal de sus aguas recón­di­tas, de las cuales se surtía ciu­dad. A ellos se les debe la rea­pari­ción de las aguas de la que­bra­da, ya que las ver­tientes de la mis­ma se habían ago­ta­do, sus ven­eros se habían seca­do, pro­duc­to de las con­tin­uas talas y que­mas real­izadas en la zona. Y con ello se man­i­festa­ba el deseo de con­ser­var, para el con­sumo de la población, las aguas allí pro­duci­das, así como tam­bién el de ase­gu­rar el riego de las hacien­das pro­duc­toras de caña de azú­car y fru­tos de la tier­ra con que se ali­menta­ban y sus­tenta­ban los barquisimetanos.

Para 1845 sien­do Gob­er­nador de la Provin­cia el gen­er­al Jac­in­to Lara, apare­ció una nue­va orde­nan­za, que mod­i­fi­ca sus­tan­cial­mente estas dis­posi­ciones injus­tas y monop­o­lis­tas, cuyo artícu­lo 28 de la Orde­nan­za de Riego por Ace­quia, establece que las aguas del río Tur­bio y de la que­bra­da de Macu­to pertenecen al común por lo que “ningún hacen­da­do o labrador ten­drá en ellas riego exclusivo”.



El licen­ci­a­do Andrés Guiller­mo Alvizu, sien­do pres­i­dente del Con­ce­jo Munic­i­pal, dic­ta en agos­to de 1857 una Res­olu­ción de “Con­ser­vación y Mejo­ras del Bosque Macu­to”. En dichos plie­gos reglamen­tar­ios se establecía no sólo la deter­mi­nación legal de propiedad del bosque y sus ter­renos por parte del munici­pio, sino tam­bién sobre el nom­bramien­to y fun­ciones del guardamonte:

“Artícu­lo 1°: Los ter­renos de Macu­to, pertenecientes a las rentas munic­i­pales, estarán al cuida­do y vig­i­lan­cia de un guarda­monte, quien no per­mi­tirá la entra­da a ellas a per­sona algu­na sin pre­vio acuer­do del Con­ce­jo Municipal…”

A su vez, el artícu­lo 4° fija­ba las tax­a­ti­vas fun­ciones que debía ejercer como celoso can­cer­bero el fun­cionario, por lo que:

“El Guarda­monte de Macu­to ejercerá las fun­ciones sigu­ientes, además de las que dispone el artícu­lo primero de este acuer­do: apre­hen­der y arrestar has­ta por 24 horas al que se intro­duz­ca den­tro de los Bosques de Macu­to sin su con­sen­timien­to y pre­via autor­ización del Con­ce­jo Munic­i­pal”. Así de simple.

De man­era pues que el bosque Macu­to se con­vir­tió en un reser­vo­rio de difer­entes especies veg­e­tales, con grandes árboles que daban tup­i­da som­bra. Se car­ac­ter­i­z­a­ba por ser un bosque de inase­quibles rama­jes, con una sola vere­da angos­ta que era la que emplea­ba el guardián, de pasos impen­e­tra­bles para los descono­ce­dores del para­je, donde los pies se hundían en el aguachi­noso ter­reno, por la alta capa freáti­ca que lo componía.

El bosque, además pro­por­ciona­ba ani­males de caza como picures, vena­dos y otras especies, así como una orquestación de loros voc­in­gleros y pájaros de todas clases. En la propia que­bra­da de Macu­to se decía que había gor­das guabi­nas y par­si­mo­niosos peces en sus claras aguas.

Fuente: Chiar­il­li, Leti­cia (1.996). El Bosque Macu­to una Esper­an­za de Vida. Bar­quisime­to: COMDIBAR
Cañiza­les, Fran­cis­co (1994). Diputación Provin­cial de Bar­quisime­to. Orde­nan­zas, res­olu­ciones, decre­tos, acuer­dos y comu­ni­ca­ciones 1832–1837. Vol. III. Bar­quisime­to: Pub­li­ca­ciones del Cen­tro de His­to­ria Larense

Rela­ciona­dos

- La destruc­ción del bosque Macu­to comen­zó con un baile

- Estas eran las calles y esquinas de Barquisimeto

- La acci­den­ta­da his­to­ria del Teatro Juares

 

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